
"Anatomicums No. 62", de Alfredo Sosabravo.
Sobre el lecho de las angustìas
la explosión comienza a mudar mi rostro.
Ya no seré aquel con mirada de árbol de
oscuras fuentes
o el cazador de desgracias y felicidades ajenas
que cierta vez jugó a las tinieblas y desde
entonces perdió el sendero,
recostado sobre la piedra para construir el mundo.
Tampoco dispondré de ironías y desatinos,
todo mi ser se purifica y enloda como si cada
24 horas volviera la primavera con máscaras y flores
robadas en el jardín ajeno.
Usted no sabrá nunca mi verdadero nombre,
recién trato de buscarlo pero se escapa entre
secretos abiertos
de una palabra con olor a frasco sellado
y fragancia de muebles comprados al usurero.
Descubro ante el abismo los cuerpos marcados por
las estaciones de las apariencias
y esa sensación de calma que sòlo sienten
quienes por un segundo blasfemaron del pròjimo
o sintieron verguenza ante un apetito mundano.
Es imprescindible la balanza en los tiempos del
apocalipsis,
aunque la lògica falle no necesitaremos presentaciones
en este proscenio de mirar al infinito.