viernes, 28 de septiembre de 2007

La ironía: Pimienta de la vida



Obra de la pintora cubana Zaida del Río.

¿Envoltura socializada de la agresividad o artificio defensivo contra los sinsabores de la vida?

Por: Juan Carlos Rivera Quintana.
Para la Revista Rumbos, de La Nación.

Cuenta la leyenda que aún con la posibilidad de ver arder su cuerpo en la hoguera y las miradas despreciativas de los inquisidores clavadas sobre sus ojos, el célebre astrónomo y físico italiano Galileo Galilei fue conminado a abjurar, solemnemente, de su credo científico, en 1761. Al concluir la retractación lanzó al mundo su famosa frase:
--Eppour si muove. (Y sin embargo, se mueve), refiriéndose a la Tierra. Aceptaba públicamente lo dispuesto por los mecanismos de fuerza de la Santa Inquisición que intentaban sepultar sus teorías condenándole por hereje y, no obstante, con toda la ironía del universo, comunicaba su no aceptación y la certeza sobre su hipótesis acerca del movimiento de la Tierra sobre su eje, experimentos a los que dedicó gran parte de su vida.
La frase, devenida símbolo por excelencia de lo irónico, ha trascendido, también, como estandarte de lucha contra las incomprensiones y los juicios preconcebidos. Pero, ¿qué es en realidad la ironía? ¿Desde cuándo nació y cuál es su origen? ¿Es realmente una suerte de ejercicio de la palabra únicamente usado por los intelectuales? ¿Son los argentinos tan irónicos como los españoles, los ingleses o franceses? Todas estas interrogantes, o quizás no todas, quedarán respondidas en esta nota.

Un don de la inteligencia.
Según la Novísima Enciclopedia Ilustrada de la Lengua Española, en su edición de 1972, la ironía es una burla fina y disimulada; una figura retórica consistente en dar a entender lo contrario de lo que se dice.
Así por ejemplo, empleamos la ironía a diario en muchísimas situaciones. Como método para relajar una conversación tensa, en el trato con una persona de nuestra confianza, con el propósito de buscar mayor contundencia para nuestras opiniones. En estos casos la ironía se convierte en un vehículo expresivo del discurso.
--Llevas una corbata muy hermosa, le decimos con un tono socarrón a quien luce una corbata de tonos escandalosos y de mal gusto. “Te estas quedando en los huesos”, le confesamos a una amiga que últimamente engorda a ojos vista.
Para muchos psicólogos consultados la ironía es un forma de la risa destilada con un blanco fijo; un mecanismo de ejercitación de la inteligencia de quien la utiliza y del sujeto ironizado, quien deberá decodificar el mensaje. En este sentido, algunos la definen como la envoltura socializada de la agresividad que goza del prestigio de tener una connotación intelectual favorable y al mismo tiempo preserva el derecho de interpretación.
Según palabras del Licenciado en Psicología, Gustavo Miguel Rubinowicz (grubinowicz@yahoo.com.ar), quien trabaja desde hace algún tiempo con chicos discapacitados en la ciudad de Córdoba, la ironía “es un recurso de valor inestimable para resolver conflictos interpersonales o para provocarlos. Ser irónico/a implica poder decir una cosa en un plano lingüístico y dejar en la nebulosa ‘otro sentido’ de lo ya dicho”
Rubinowicz afirma que la ironía “suele tener una contundencia sorprendente para decir aquello que uno piensa, que ‘tiene en la garganta’ y por estrictas razones culturales no puede decir directamente”.
Al ser indagado por si son los porteños más irónicos que el resto de los habitantes de la Argentina afirma que este ejercicio lúdico de la palabra y las mentes inteligentes es sólo un rasgo de carácter, y no suele pertenecer a cultura alguna ni a región alguna particularmente, “es propio de los seres humanos más refinados y cultos y suele ser utilizado para jugar, provocar y solucionar conflictos”, acota.
Se suele decir que la ironía guarda mucha relación con las sutilezas, es un compromiso intelectual con la violencia en tanto puede convertirse en agresividad verbal.
Para la psicoanalista Liliana Blanco (liliblan54@yahoo.es), integrante del Colegio de Psicólogos de la provincia de Buenos Aires, no todas las personas tienen la posibilidad y la capacidad para ironizar pues este ejercicio está muy relacionado con el nivel cultural. “No todos pueden utilizar artificios metafóricos o metonímicos en su lenguaje”. Ella afirma que lo irónico forma parte de la agresividad a través de la palabra, pues casi siempre las ironías tienen intenciones de herir o agredir a alguien, es como un cachetazo sin manos; detrás hay una mofa encubierta”, dice.
La Licenciada Blanco afirma que no puede decirse que los argentinos sean irónicos por naturaleza. “Generalizar siempre lleva a inexactitudes y a estereotipos. Mucho se habla del clásico irónico y agrandado porteño, pero en el interior del país este recurso verbal también se utiliza con mayor o menor soltura”.
Aunque la literatura no atesora cuál fue la primera frase irónica dicha en el mundo se piensa que ella surgió al aparecer el lenguaje y cuando el hombre y la mujer necesitaron de otras personas para vivir y comunicarse.
Conviene advertir que en la expresión oral contamos con los gestos y el tono para subrayar el efecto irónico de lo que decimos.
La ironía es un recurso complejo, que exige que quien habla y quien escucha compartan una serie de experiencias y supuestos previos, que exista lo que los comunicólogos denominan trasfondo de escucha, prácticas compartidas para que se pueda pasar del nivel superficial de la frase al plano profundo, donde está el verdadero significado, en el metatexto.

¿Formas de comicidad?
Muchos profesionales opinan que esta guarda relación proporcional con la mediocridad. “En la medida que proliferan los mediocres que tanto daño hacen a la sociedad, sobre todo cuando tienen algún poder, las alusiones irónicas se convierten en un arma defensiva y en un aceptar y no aceptar”, me confiesa el fotógrafo y profesor, Tomás Barceló, que vive en la ciudad de Córdoba.
“La ironía es una cualidad que no todo el mundo posee, un don de la inteligencia; es como la frivolidad. Se trata de un mecanismo de defensa que tienen muchas personas frente a la intolerancia y las incomprensiones de la vida de quienes nos rodean y frente a las propias dudas interiores. Hay quienes la utilizan para ver las cosas desde otras perspectivas, no con menos seriedad, tal vez con menos protocolo”, me apunta, la escritora, Silvia Miguens (miguensilvia@yahoo.com.ar), quien por estos días promociona por el país su última novela histórica: “Cómo se atreve”, relacionada con la vida de la luchadora feminista argentina Juana Manso.
En este sentido algunos de los entrevistados dicen que la ironía guarda estrecha imbricación con las formas de la comicidad (léase el humor, los chistes, las burla, el sarcasmo). Y si bien algunos la identifican con la “ligereza”, la alegría, la juventud interior y hasta con la riqueza de vitalidad y audacia mental, otros – más severos en sus juicios - plantean que puede convertirse en perniciosa y en un mero vicio del idioma que denuncie una reafirmación del sentido de autoridad o forme parte de la subestimación por el prójimo.
El desaparecido escritor cubano, Jorge Mañach opinaba en su famoso ensayo “Indagación del choteo” que hay personas que son tan sinceras “que le repugna toda forma irónica de impugnación. Por ello prefieren la mofa franca, el choteo (la burla despiadada), la risa despampanante”.
Al indagar si dichos acertijos son beneficiosos o perjudiciales para la coexistencia social, los psicólogos se inclinan porque en exceso puede resultar nociva, sobre todo cuando no es coraza esporádica que nos colocamos contra nuestros adversarios, sino cuando la convertimos en habitual, en una actitud ante la vida.
Yo por mi parte, que nadie me quitó el habla, pienso que ella es una válvula de escape para las impaciencias y las frustraciones y como amortiguador de los encontronazos de la cotidianidad al rebajarle solemnidad a las cosas. Sin dudas, la ironía es como la pimienta de la vida. Y de sobra conocemos que este condimento es, en oportunidades, muy necesario para dar un toque diferente y más festivo a nuestro paladar.




El poder de las palabras
El prestigioso filósofo francés, Michel Foucault, en su ensayo “El orden del discurso”, pronunciado durante su lección inaugural de la Cátedra de Historia de los Sistemas de Pensamiento, en el célebre Collége de France, en 1970, corrobora que la palabra como material prima fundamental del discurso es vital para la comunicación entre las personas. Él expresa que detrás del discurso hay algo del orden del deseo y del poder. Quien tiene poder es porque controla el discurso.
Aunque uno de los más influyentes pensadores del siglo XX no se refiere en dicho material al uso de la ironía, si comenta que el discurso es una forma de comunicación que tiene un poder material, positivo o negativo. Y es ahí donde la ironía juega su papel, en ese tipo de comunicación asimétrica donde quien ironiza se siente en una posición de ventaja, por encima del sujeto sometido a este juego de la palabra.
El creador del libro “Los intelectuales y el poder “plantea que en todas las sociedades la producción del discurso está controlada, seleccionada y redistribuida. No todo lo que se sabe se puede decir en todos los lugares; cuando los seres humanos hablamos “medimos” nuestras palabras por ese efecto material del discurso. El discurso circula, las palabras circulan –dice Foucault – y debido a ello nos podemos entender y comunicar.
Hay que tener en cuenta que la comunicación, como ha expresado en múltiples ocasiones la comunicóloga cordobesa, María Cristina Matta “es el espacio donde cada quien pone en juego su capacidad de construirse con otros”. Y es en ese proceso de construcción, de diálogo que encuentra su terreno fértil la ironía, como una forma de poder intelectualizado.
Para Foucault, que intenta hacer un minucioso análisis en dicho ensayo sobre la complejas relaciones entre el saber y el origen del poder, la idea de que los intelectuales son los agentes de “conciencia” del discurso pasa porque ellos tienen un rol relacionado con la elaboración del mapa y las acotaciones sobre el terreno donde se va a desarrollar la batalla de la palabra, donde la ironía constituye uno de los estiletes más usados en los encontronazos de la vida y la comunicación.