Obra plástica del artista cubano Humberto Castro.
“(…)
Mi cuerpo extendido y seccionado sobre las espaldas de la noche es ahora un
recipiente intranquilo (…)”.
Javier Ubalde
Enríquez, en “Grial”
Estornudo espaciada, gélidamente contra el cristal de la ventana
en sentido inverso al aire y las partículas de mi saliva
explotan y se fecundan unas a otras en un festín casi orgiástico/
patológico-endémico que desintegra el esputo a la luz de la luna opalina
haciendo muecas y malabares contra el vidrio manchado
que demorará mucho tiempo en volver a ser transparente.
Recorro con la vista – entonces - la calle que yace como un trozo de sal
y observo salir del consultorio del psicoanalista de enfrente a una chica
con cara de suicida que se ordena el cabello como si compusiera su vida a
sorbos
para no seguir intentándolo sin éxito… la próxima vez no será un cóctel de
sedantes con boleros de fondo, sino una soga puesta en el horcón más alto de su
cuarto… lo vislumbro… y entonces ya no llegará nadie a tiempo y habrá cumplido
estelarmente su anónima tarea. Retuerzo mis manos secas, cuarteadas y pálidas
que empiezan a carcomerse contra el teclado de la computadora con ese síndrome
del túnel carpiano (patología de la modernidad) que corroe mis músculos
tumefactos y me hace tomar anti-inflamatorios todas las noches antes de
acostarme. A estás alturas ya no sé si es una evasión necesaria o son las
ansias de paliar otros dolores más espirituales que no cesan, sobre todo en las
madrugadas cuando cierro la puerta del cuarto
y los recuerdos del destierro mueven
la vieja mecedora. El retrato de mi madre yace glacial en mi mesa de luz entre
fotos de viajes soñados que ella nunca pudo realizar, ni imaginó…escapatorias
que quedarán encerradas en pequeños marcos comprados en algún negocio con publicidad
de Kodak y promociones vacacionales de 35 fotos por quince pesos. Limpio mis
gestos inútiles y arranco mis miedos de fin de semana dentro del cuaderno de
bitácoras que tengo en la web/ narcisismo vitrina de palabras que retumbarán como
barcazas que jamás llegarán a destino cierto por impericia de su timonel.
Estiro mis huesos como un puñado denso de azotes que dudan, convertidos en
trizas dibujadas con cenizas bajo mi piel. Afuera la lluvia retuerce rumbos
entre mil y una historia censurada y los amantes se esconden en los zaguanes
para propinarse sus placeres más carnales con crepitaciones de cuerpos
consumidos por el fuego eterno y el alcohol. Entierro mi pasado nómada entre
fotos sepias de reportero de guerra en lugares inhóspitos que escudriño de
reojo y un charco de tinta que derramé sobre la alfombra con la despreocupación
de aquel que quemó sus naves en la otra orilla sin temor a dar el peor ejemplo y
terminar entre barrotes y olores amoniacales o al pie de una fosa ignota. Me llevé
un país en la palma de la mano y ahora no sé en qué bolsillos colocarle sin
sentir la culpa del apátrida que ya no desea un pronto regreso. Exhalo
gélidamente un suspiro dolorido y una vez más siento que la vida tiene esas
pequeñas emboscadas… celadas de rutina dominical que terminará - si no concluyo
pronto- empañando esta delirante descarga con ínfulas de trasnoche en algún
viejo cine triple X de barrio, con penas de mugre y humedad rancia.
Buenos
Aires, 27 de agosto/2010.
Ya sin
naves para incinerar.