lunes, 30 de junio de 2014

Rutina del apátrida

Obra plástica del artista cubano Humberto Castro. 

“(…) Mi cuerpo extendido y seccionado sobre las espaldas de la noche es ahora un recipiente intranquilo (…)”.

                              Javier Ubalde Enríquez, en “Grial”

Estornudo espaciada, gélidamente contra el cristal de la ventana
en sentido inverso al aire y las partículas de mi saliva
explotan y se fecundan unas a otras en un festín casi orgiástico/
patológico-endémico que desintegra el esputo a la luz de la luna opalina
haciendo muecas y malabares contra el vidrio manchado
que demorará mucho tiempo en volver a ser transparente.
Recorro con la vista – entonces - la calle que yace como un trozo de sal
y observo salir del consultorio del psicoanalista de enfrente a una chica con cara de suicida que se ordena el cabello como si compusiera su vida a sorbos
para no seguir intentándolo sin éxito… la próxima vez no será un cóctel de sedantes con boleros de fondo, sino una soga puesta en el horcón más alto de su cuarto… lo vislumbro… y entonces ya no llegará nadie a tiempo y habrá cumplido estelarmente su anónima tarea. Retuerzo mis manos secas, cuarteadas y pálidas que empiezan a carcomerse contra el teclado de la computadora con ese síndrome del túnel carpiano (patología de la modernidad) que corroe mis músculos tumefactos y me hace tomar anti-inflamatorios todas las noches antes de acostarme. A estás alturas ya no sé si es una evasión necesaria o son las ansias de paliar otros dolores más espirituales que no cesan, sobre todo en las madrugadas cuando cierro la puerta del cuarto
 y los recuerdos del destierro mueven la vieja mecedora. El retrato de mi madre yace glacial en mi mesa de luz entre fotos de viajes soñados que ella nunca pudo realizar, ni imaginó…escapatorias que quedarán encerradas en pequeños marcos comprados en algún negocio con publicidad de Kodak y promociones vacacionales de 35 fotos por quince pesos. Limpio mis gestos inútiles y arranco mis miedos de fin de semana dentro del cuaderno de bitácoras que tengo en la web/ narcisismo vitrina de palabras que retumbarán como barcazas que jamás llegarán a destino cierto por impericia de su timonel. Estiro mis huesos como un puñado denso de azotes que dudan, convertidos en trizas dibujadas con cenizas bajo mi piel. Afuera la lluvia retuerce rumbos entre mil y una historia censurada y los amantes se esconden en los zaguanes para propinarse sus placeres más carnales con crepitaciones de cuerpos consumidos por el fuego eterno y el alcohol. Entierro mi pasado nómada entre fotos sepias de reportero de guerra en lugares inhóspitos que escudriño de reojo y un charco de tinta que derramé sobre la alfombra con la despreocupación de aquel que quemó sus naves en la otra orilla sin temor a dar el peor ejemplo y terminar entre barrotes y olores amoniacales o al pie de una fosa ignota. Me llevé un país en la palma de la mano y ahora no sé en qué bolsillos colocarle sin sentir la culpa del apátrida que ya no desea un pronto regreso. Exhalo gélidamente un suspiro dolorido y una vez más siento que la vida tiene esas pequeñas emboscadas… celadas de rutina dominical que terminará - si no concluyo pronto- empañando esta delirante descarga con ínfulas de trasnoche en algún viejo cine triple X de barrio, con penas de mugre y humedad rancia.


                         Buenos Aires, 27 de agosto/2010.
                             Ya sin naves para incinerar.


   


Otra orilla

                      

 Obra del pintor cubano Humberto Castro, titulada: "Píes secos".


      
        “Nada es una palabra/ inventada por Dios
        para escupir su desprecio.
        Yo soy la palabra de Dios”.

                “Nada”, de Francisco Ruiz Udiel.



Este puerto no será más una nada inconfesable, una isla blanquecina, si acaso un pequeño hedor a lluvia y frío, una exhalación amarga sin cabos donde atar las olas, ni barcazas donde esconder
                           (toda la soledad crispada de este mundo).
Aquella playa no será más la huella donde quedar tendido, la semilla improbable cuando todo parezca trascender la herrumbre que mutila y                    carcome aquel encuentro.  Mis palabras no serán más la anunciación de otras constelaciones, de ciertos desentonos donde borrar la tristeza de aquella canción que hablaba de fantasmas expulsados,
                                           (frutas renegridas y abandonos),
Que ahora irrumpen mustíos desde el fonógrafo de la sala.
Cierta ventana que daba al mar no sera más un hueco para recostar
La Mirada cuando todo acabe y sólo quede esa tiniebla para agrandar las sombras que acompañan al peregrino dispuesto a cruzar a la otra orilla.
Porque las existencias  ya no pueden transcurrir serenamente entre
un retazo de refugio con olor a guayaba verde y una playa sin ventanas.
Cierto atardecer con fiebre y  modorra no me recordará más a la abuela, ni su sillón quedará esperando para mecer a la madre cuando se vuelvan a animar los chismes entre las vecinas en medio del patio familiar,
Del que aùn siento el olor del aljibe y el soterrado silencio de las mañanas
 Cuando parecía que el mundo se paralizaba y sólo se escuchaba la campana de la iglesia a punto de reventar la torre blanca.
Intento olvidar. Intento edulcorar la espera con un vino granate.Tanteo el escurridizo aire insular que ahora me llega atávico contra el rostro, casi pétreo, con la misma dureza de antaño, simulando otra nueva frontera.
Así… como desenterrando un rostro que ya no alcanzo a recordar.

                   Buenos Aires, 10 enero 2011.
                  Inicio con menos espontaneidad.   






jueves, 26 de junio de 2014

Foto Familiar


La llegada a casa, en Buenos Aires, de mis dos nuevos libros historiográficos: Madre Teresa de Calcuta y el de Cristóbal Colón, que integran la Colección de Hombres y Mujeres que hicieron Historia, de la Editorial Aguilar-La Nación. junio 2014.