viernes, 13 de agosto de 2010

Daniel Muxica o el elogio a la amistad.



Foto: Daniel Grad.
Texto: Juan Carlos Rivera Quintana.





Conocí al poeta y narrador argentino Daniel Muxica (Valentín Alsina, Buenos Aires, 1950-2009) en el café porteño “La Paz”, de la Calle Corrientes, en febrero de 1998. Yo estaba recién llegado a esta ciudad y alguien – no recuerdo quién - me dio su teléfono y me sugirió que le conociera porque era una buena persona y teníamos muchos puntos en común. Le llamé y cuando le comenté que era un periodista y poeta cubano, que venía a estudiar comunicación, enseguida me citó y conversamos largamente, de todo lo humano posible y de poesía, por supuesto. No se podía dejar de conversar de ese tema con un poeta mayúsculo como era (es para los que lo seguimos recordándole). Entonces ya había editado una antología de poesía erótica, titulada: “La erótica argentina 1600/1990” y tenía publicados alrededor de seis o siete cuadernos de poesías con una muy buena recepción y crítica, entre los que estaban: “Hermanecer”, (1976), Editorial Schapire; “El poder de la música”, (1983), Editorial Stephane y Bloom Asociados; “El perro del alquimista” (1987), Stephane y Bloom Asociados; “Contra dicción, De la Pluma, (1989); “Ex Libris o el elogio de la dispersión”, con la Editorial Xul; “Siete textos premortales”, (1991), Editorial El Caldero y “El libro de las traducciones” (1993), también con El Caldero.

Yo le había pasado por Internet un grupo de mis poemas y él los había leído y releído, incluso en algún momento de la charla me dijo un fragmento de memoria de uno de ellos y los elogió como sólo saben hacer las almas buenas y tutelares. Recuerdo que él estaba tratando de editar su primer CD-libro, que llevaría por título: “Nihil Obstat” (sin ningún obstáculo), en alusión al cuño con que la Santa Inquisición solía dar su visto bueno a los libros aprobados para publicación, en aquella época, pues ya sus pasos se encaminaban al uso de las nuevas tecnologías.

El trabajo poético de marras llevaría las voces y la interpretación de los excelentes actores Ingrid Pelicori, Horacio Peña y Juan Carlos Puppo, muy buenos amigos de Daniel. Él desbordaba entusiasmo por el hijo que estaba por llegar, como le llamaba al nuevo proyecto editorial, que estaba casi a punto de salir al mercado y recuerdo que cuando ya me iba me preguntó si quería presentarle el CD-libro, en la Librería Gandhi. Yo quedé perplejo y hasta llegué a decirle que a mí no me conocía, en esta ciudad, ni el gato y que él se merecía una figura de renombre intelectual para presentar su obra. Daniel me escuchó pacientemente y hasta sonrió. Me dijo, entonces:

--Precisamente porque no me gustan los grupos, los figurones y todo ese mundillo pseudo intelectual porteño es porque te pido que me lo presentes vos. Eres un poeta cubano y yo quiero mucho a tu país; eres un desconocido, estás llegando y pretendes publicar tu primer libro aquí y quizás ello te ayude a que te conozcan… esas son suficientes razones.

Entonces nos dimos el segundo apretón de manos y el primer abrazo y Daniel Muxica se convirtió, a partir de ese momento, en un excelente amigo, alguien con quien compartí asados, algunas reuniones familiares en mi casa o la suya, algún fin de año en su vieja casona de Barracas, algunos viejos boleros insulares, rones (por supuesto) y buenos vinos. Con el tiempo y los encuentros me contó de su vida, de sus afectos y sus pesares, de sus proyectos, de sus deseos de conocer Cuba, viaje que realizó posteriormente, y continuamos hablando de poesía y narrativa latinoamericanas. En una ocasión, leí una ensayo de Daniel que hablaba de sus rituales para escribir y me acuerdo aún decía algo así, que lo retrataba completamente: "Hablar sobre el modo de escribir ya es un ejercicio de escritura. Los ritos que me rodean no son muchos y por demás simples: un café, un cigarro, un poco de música y sobre todo sentir que el rincón del escritorio me está esperando. Es una geografía bastante desmañada, de contornos, de límites imprecisos (...)".

Siempre tuve en Daniel la mano tendida para publicar mis primeros cuentos en su revista-objeto: “Los rollos del mal muerto”; cuando organizó encuentros de poesía internacional, en Buenos Aires, tuvo la gentileza de invitarme a leer algunos de mis trabajos, en representación de mi país, en la Casa-Biblioteca de “Evaristo Carriego”. También me hizo atinadas acotaciones y sugerencias a la estructura y selección de obras de mi primer poemario: “Alquimia de fantasmas” (1998). Aún recuerdo con que humildad me hizo llegar su segundo CD-libro de poesías, titulado: “Bailarina privada” (una obra admirable por su madurez en el uso de las figuras poéticas y los juegos de palabras) y después su primera novela: “El vientre convexo”, editada por Sudamericana en el año 2005, y que estuvo entre las obras finalistas del Premio Clarín de Novela, hecho que a él le dio mucha alegría y una gran confianza en que podía seguir narrando, quizás por esos temores que tenemos los poetas en pasarnos a otro bando: el de los narradores y sobre todo a entrar en un campo minado, que no nos pertenece. Allí se descubría como un verdadero narrador, un observador acucioso de la realidad argentina y un mago del discurso y la ficción literaria, sobre todo en el trazado de los personajes. Después vendría su segunda y última novela: “las maravillas del Doctor Tulp”, editada por Mondadori, cuya salida preparaba cuando el corazón le dio un vuelco y le dejó de latir en el quincho familiar de su nueva casa de Barracas, junto a su inseparable compañera Gabriela Pais ("Gaby").

Confieso que no he atinado ni a buscar dicha novela en las librerías porteñas pues todavía estoy como a la espera de su presentación… me sigue pareciendo que en algún momento volverá a sonar mi teléfono y Daniel me invitará a acompañarle para semejante acontecimiento. Quizás prefiero recordarle como aquella noche de febrero, en un cumpleaños, en la terraza de mi departamento, en Palermo, cantando algunos tangos milongueros y riendo estruendosamente de algún chiste cubano, entre algún tinto o un roncito para amansar los ánimos, despejar la mente y un buen poema de tesitura erótica, de esos que solo él sabía magistralmente como declamar y escribir.

Juan Carlos Rivera Quintana.