sábado, 21 de septiembre de 2013

Budapest: el Danubio ya no es azul


 


Sin dudas, antes de la ciudad y los puentes ya había un río que cruzaba.

Texto y foto: Juan Carlos Rivera Quintana

Admito que llegué buscando un Danubio azul casi melancólico y cadencioso - como invoca el afamado vals de Johann Strauss - y me encontré un río que ya no tiene ese color, sino un gris casi metálico verdoso, pero que sigue siendo demasiado sosegado, casi silencio, suave y desbordante de altivez y elegancia, con esos puentes tan arquitectónicamente diferentes que le cruzan y hacen de Budapest, la capital de Hungría, ubicada en la región central de Europa, una de las ciudades más bellas de la región, entre las mejores habitables y un sitio idílico para vivir.

Y es que no hay nada como despertarse todas las mañanas y salir dispuesto al viaje, al descubrimiento por una ciudad fluvial, por una urbe llena de sorpresas, con barquitos y cruceros que van y vienen tranquilamente por ese gran espejo de cristal cárdeno que lo baña y colorea todo; con más de 30 líneas de viejos y modernos tranvías de color amarillo que enlazan prácticamente todos los barrios y distritos; con bisztros y cervecerías que están abiertos a toda hora donde la gente se reúne a conversar jovialmente y tomar alguna copa y comer el tradicional goulash (sopa sustanciosa hecha de carne de vaca, patatas y cebollas y especiada con pimentón o paprika), visitar alguna tienda de ropa vintage, donde puede encontrar algunas sorpresas increíbles o adentrarse buscando recuperar bienestar físico en los antiquísimos palacios, que funcionan como baños termales (unos 47) con propiedades sanativas. También puede recorrer calles, barrios y pasajes con huellas históricas y edilicias que se remontan a más de 2.000 años. Es tan genuina y auténtica que Budapest, en comparación con otras metrópolis centroeuropeas – como Praga o Viena - no tiene nada que envidiarles y su visita nunca desilusionará.

Considerada la capital más poblada de Europa centro-oriental, la urbe una verdadera arteria industrial, financiera y comercial, ocupa una superficie de 525 kilómetros cuadrados y su núcleo metropolitano posee una población de 2,38 millones de habitantes. Aún así rara vez se la ve atestada y agobiada y siempre mantiene cierto refinamiento y encanto casi patriarcal con algunas zonas más venidas a menos. No sé si será porque es una ciudad calma, de escaso ruido y muy poca polución y sus moradores hablan bajo y se comportan civilizadamente.

Ocupando las orillas del Río Danubio, Budapest se divide en dos grandes comarcas con personalidades bien definidas, donde vivieron celtas, romanos, tártaros, turcos, germanos y austriacos y hoy viven sus descendientes: las medievales, antiguas y palaciegas Buda y Óbuda, en la rivera Oeste y en la zona elevada, casi una verdadera atalaya con las mejores vistas panorámicas, y Pest, en la orilla Este de la llanura y con aires más modernos.

Antes de la ciudad y los puentes.

Y sin dudas, el mejor lugar para comenzar la visita citadina es la colina de Buda, adonde se puede ascender en funicular o por los propios pies subiendo las escarpadas calles y escaleras, si se tiene energía y juventud, o en el autobús de la colina. Desde allí podrá divisar el río en todo su esplendor, el Parlamento y algunos de los ocho puentes, entre los que se destacan el Puente de las Cadenas con sus leones de piedra caliza que le custodian, el Puente de Elizabeth y el Puente de Margaret (diseñado por un ingeniero francés, discípulo de Eiffel), lo que explica sus aires parisinos. No podrá dejar de visitar el edificio más emblemático e impactante: el palacio Real o Castillo de Buda y sus excelentes jardines (en húngaro: Budai Vár), antigua morada de los reyes húngaros, famoso por sus edificaciones medievales, barrocas y muy eclécticas, debido a las continúas remodelaciones que ha sufrido como consecuencia de las numerosas guerras y bombardeos sobre la ciudad, durante su devenir histórico. También de allí podrá divisar, en la otra orilla, el Parlamento (en húngaro: Országház), uno de los edificios neogóticos más impactantes y lujosos de Europa, decorado en mármol y oro, con su cámara de la Santa Corona y centro de las reuniones de la Asamblea Nacional y la legislatura bicameral húngara. En la actualidad, dicho palacio está en refacción y no se permiten visitas.

En la zona e instalada en una amplia sección del Palacio Real se ubica la Galería Nacional de Arte Húngara, que reúne la más importante colección de arte magiar del mundo – más de cien mil obras -, desde la Edad Media hasta el siglo XXI. En la actualidad, se exhibe, además de sus seis exposiciones permanentes, una itinerante de pinturas de artistas impresionistas y post-impresionistas, del calibre de Monet, Gauguin, Vang Gogh, Renoir, Merse, el húngaro Mihály Munkácsy y otros afamados creadores internacionales que la recomiendo especialmente.

Y si usted es de los que gustan de paseos en pequeños cruceros le sugiero una navegación de una hora y media, con algunas paradas intermedias, por el Danubio – que es realmente imperdible - y desde sus aguas tranquilas allí podrá avistar muchos edificios increíbles y hacer las delicias de la lente de su cámara fotográfica o hasta realizar un alto en la Isla Margarita, popular coto de caza de los reyes medievales y sitio recoleto de monjes, hoy con restaurantes, jardín japonés, iglesia franciscana, balnearios de aguas medicinales y hasta un zoológico para los más pequeños de la familia.

Pero no se puede visitar la ciudad y no conocer algunos de los 47 balnearios o baños termales, algunos con aguas sulfurosas, que le han dado tanta fama mundialmente. En ese caso puede llegarse al Széchenyi, que está ubicado en un sorprendente edificio, de estilo neogótico, del Parque Városliget y posee piletas cubiertas y al aire libre, sala de masajes y hasta saunas y están considerados los más grandes de Europa. O bien puede llegarse al Gellért, uno de los más elegantes de la ciudad, ubicado en el Hotel del mismo nombre y allí entre columnas romanas de mármol, el mobiliario original, estilo secesionista, y los coloridos mosaicos de Zsolnay, estatuas y porcelanas podrá adentrarse en sus piletas que poseen hasta un sistema de olas artificiales.

De seguro el día no le alcanzará para tantas excursiones y aventuras. Quizás darse una vuelta por el gran puesto de frutas, verduras y alimentos, el Mercado Central, que fue reconstruido en 1999, un gran paseo de compras y degustaciones regionales, con manjares y bebidas a precios populares, donde puede además admirar la arquitectura Art Noveau del lugar y adquirir algún recuerdo del viaje y hasta conocer los productos que más se consumen en la ciudad.  Allí – muy cerca del Boulevard Vámház, frente a la Plaza Fővám, y muy cerca del Puente de la Libertad, verá al húngaro en su trasiego cotidiano buscando lo que precisa su familia para la consumir durante la semana, como el kolbász, un salchichón especiado; el distinguido queso de cabra y las verduras de estación para las fabulosas sopas domésticas, que resultan el primer plato en toda cena húngara. También será preciso recorrer el barrio judío, con sus restaurantes kosher, pequeñas sinagogas y tiendas  y la Gran Sinagoga, la mayor de Europa, un templo de inspiración bizantina, con capacidad para 3 mil personas y en cuyos alrededores, durante la Segunda Guerra Mundial (1944), se armara un gueto, desde donde cientos de miles de judíos fueran trasladados a los campos de exterminio.

Pero el paseo por Budapest no estaría completo si no camina por Váci utca, el corazón de la ciudad, una de sus arterias vivientes, ideal para descubrir el verdadero ambiente popular y cierto refinamiento húngaro. Dicha avenida, abarrotada de vecinos y turistas, constituye el centro social y comercial de la ciudad; la parte sur, un gran paseo con sus grandes almacenes de moda, boutiques exclusivas de porcelanas y cristal y tiendas deportivas, que intentan rescatar la nueva tendencia consumista de un capitalismo llegado tardíamente al país, después de las escaseces propias de un comunismo finiquitado, y la norte, sitio para beber y comer hasta altas horas de la noche. Allí entre edificios de estilo postmoderno, como La Fontana, The NewYorker y grandes marcas, como Zara, Lacoste, Swarovski, Hugo Boss,  que ocupan los palacetes de la otrora burguesía nacional, se ubica uno de los más reconocidos cafés de la ciudad: el Gerbaud, ubicado en la Plaza Vorosmarty, una de las confiterías más refinadas, tradicionales y famosas de Europa, cuyos dulces – por sus sabores y decoración - tienen fama en toda la región. Y ni hablar de su mobiliario y elegancia. No por gusto, cada año se reúnen los ciudadanos allí para recibir las Navidades bajo sus ventanas.

Para el final, puede quedar una visita a algunos  testimonios edilicios de la turbulenta historia de Budapest, desde el siglo XIII: la Iglesia de Mátyás, con su rosetón neogótico y sus nuevos tejados de azulejos, que rememoran en la distancia la ocupación turca en la ciudad; la coronación del rey Franz József, y posteriormente, los bombardeos soviéticos, durante el sitio de Buda, en 1944-45. Allí en verano se ofrecen excelentes conciertos de música clásica.

Tampoco puede faltar una recorrida por el Parque de las Estatuas, vestigio de la época comunista. Y si la mayoría de las naciones integrantes del bloque soviético destruyeron sus monumentos que recuerdan esa etapa, tras la caída de sus regímenes autoritarios, los húngaros los conservaron y reunieron en ese lugar. De ahí que podamos ver homenajes a Marx y Engels, a Lenin, al comunista húngaro Béla Kun, que dirigió brevemente el país, y hasta el monumento  al movimiento obrero y a la amistad húngara-soviética.

Nada que, sin dudas, Budapest tiene un encanto particular… sosegado, citadino, elegante y calmo. Y siempre nos recuerda que antes de esa ciudad y los puentes que la cruzan ya había un río que pasaba: el Danubio, ahora ya no tan azul, pero igual de seductor y poético.