martes, 15 de junio de 2010

Cartagena de Indias: Y su linajudo desaliño




Texto y Foto: Juan Carlos Rivera Quintana






Ni aceites en botijuelas, ni carabelas, ni cruz, ni espada… Cartagena de Indias, en Colombia, es otra cosa, sólo que por reiteraciones de los slogan turísticos sigue asociándose a una ciudad amurallada, detenida en los tiempos del folletín y los patios coloniales. Pero ella es mucho más…. prefiero emparentarla al embrujo de una luz que cae a la tarde sobre su mar ambarino, cambiante y mudo, casi plano; a la llovizna pertinaz y sempiterna del mediodía que hace transpirar el bochorno de unos 35 grados; al encanto de un buen ballenato en una tarde de rumba en las coloridas y típicas chivas (colectivos) por toda la ciudad; al recibimiento del atardecer en la Isla Barú con un buen mojito en el bar del hotel Royal Decameron y hasta a la visita al Convento Santa Cruz de la Popa, un caserón casi fantástico, envidiablemente ubicado sobre la cumbre más prominente de la ciudad (150 metros por encima del nivel del mar) y fuera de sus murallas desde donde puede divisarse – como una atalaya vetusta – toda la región y donde se ubica el retablo, enchapado en oro, que cobija a la Virgen de la Candelaria, Patrona de Cartagena, que fuera bendecida por el Sumo Pontífice.

Pero también es la sordidez de sus calles sin retoques turísticos con balcones a punto de venirse abajo y macetones rotos y cuajados de flores que desafían la ley de gravedad, junto a la algarabía de sus habitantes, en su mayoría negros y negras vestidos de colores estridentes - que hablan como si cantaran y caminan como si bailaran contoneando sus cinturas y sus hombros en perfecta armonía erótica y gesticulan como si portaran grandes abanicos en sus manos. Tambièn es el deambular de turistas que llegan en los más de 168 cruceros que atracan en sus muelles anualmente hablando todos los idiomas y vestidos de las maneras más dispares y estrafalarias posibles.

Y es que la Heroica - como tambièn le llaman a la ciudad - capital del departamento colombiano de Bolívar, es uno de los destinos más codiciados, hoy en día, del turismo latinoamericano por su emplazamiento a orillas del Mar Caribe y por ser el segundo centro urbano de importancia en el área que mantiene una temperatura agradable en sus playas y un clima de eterno verano.

Cartagena, ubicada en el extremo nororiental de Colombia, fue fundada en 1533 por Don Pedro de Heredia y durante toda la época colonial española fue uno de los puertos más importantes de América que conoció hasta del asedio de corsarios y piratas, incursiones que alimentaron la imaginería literaria de muchos buenos escritores latinos y que hizo que la urbe se rodeara de grandes murallones para defenderse. La independencia supo conquistarla el 11 de noviembre de 1811 cuando logró declararse soberana del yugo de España y comenzar a hacer su camino sola y sin padrinazgos foráneos.

Hechizo y lujuria negra en una Babel latina

Uno de los hitos culturales más importantes de la Ciudad Amurallada resultó ser la declaración de Patrimonio Nacional de Colombia, en 1959, y su título de Patrimonio de la Humanidad, entregado por la UNESCO, en 1984. Desde entonces se ha convertido en sitio de peregrinación de ciudadanos de todo el mundo y de turistas deseosos de descubrir sus encantos cuasi mágicos. Se cuenta que en cierta ocasión el Premio Nobel de Literatura, el colombiano García Márquez, quien posee allí una de los más hermosos caserones con patio interior, llevó a un amigo español a recorrer la ciudad y después de un almuerzo creolé, una visita por los confines antiguos del barrio y sus mercados populares el exigente europeo le comentó con sarcasmo gallego al escritor de “Cien Años de Soledad” que después de adentrarse en aquellas misteriosas callejuelas y centros comerciales él era “un notario sin imaginación”. Tal fue el hechizo que ejerció sobre el visitante que le llevó a calificar al “Gabo”, todo un gigante del realismo mágico con ese epíteto cuasi despectivo. No por gusto hasta el “The New York Times”, uno de los diarios más influyentes en la opinión pública norteamericana recomendó dicha ciudad, en el lugar 26, entre los 31 lugares/o países que debían visitarse, en 2010; del mismo modo que la emblemática Revista Nacional Geographic Traveler ha destacado la belleza patrimonial y el encanto de los hoteles boutiques en la ciudad amurallada, que se mixturan con su vida nocturna.

El viajero recién llegado tampoco puede dejar de visitar el Castillo San Felipe de Barajas, una inmensa fortificación levantada estratégicamente por los españoles para proteger a la ciudad de las posibles invasiones. Dicho fortín, ubicado en la Colina de San Lázaro, resulta una inmejorable vigía terrestre y marítima y es una de las más complejas y acabadas obras de ingeniería militar de la colonia, con un tejido sorprendente de túneles, galerías, desniveles, vías de escape y trampas, algunas incluso por descubrir aún.

Pero si quiere tener una imagen más completa de la ciudad no puede olvidar su ciudad vieja o centro histórico con sus calles adoquinadas, sus plazas llenas de gracejo popular, restaurantes típicos donde sirven los riquísimos plátanos tostones o a puñetazos, acompañados con carne ripiada, sus sopas de vegetales que resultan casi fueguinas para el paladar turístico calcinado de tragos con mieles, azucares negras y mulatas y un sol impiadoso. Una vez que traspase la Torre del Reloj ya estará en el corazón de la urbe y entonces no puede no ir al bar “Donde Fidel”, ubicado en la Plaza de los Coches, uno de los mejores sitios de salsa cubana, donde puede degustar un excelente Cuba Libre (la mentira maldita, diría un amigo) o una fría cerveza, rodeado de las fotografías de su propietario con grandes figuras del ambiente artístico y literario insular.

No estaría completo su periplo si no se retrata frente al monumento realizado por el reconocido artista colombiano Fernando Botero, que lleva por nombre artístico: “Figura reclinada 92”, pero que todos llaman popularmente “La Gorda Gertrudis, de Botero”, en alusión a una mujer desnuda, de 650 kilos, que reposa sin inhibiciones su obesidad sobre una base de piedra coralina, ubicada en la Plaza de Santo Domingo. Tampoco debería dejar de ver y fotografiarse junto al conjunto escultórico a los Zapatos Viejos, emplazado detrás del Castillo de San Felipe, y que constituye todo un homenaje al gran poeta cartaginés Luís Carlos López, pues recuerda su poema: “A mi ciudad natal” que recitaba: “ Fuiste heroica en los años coloniales/ cuando tus hijos, águilas caudales,/ no eran una caterva de vencejos./Más hoy, plena de rancio desaliño/ bien puedes inspirar ese cariño/ que uno les tiene a sus zapatos viejos”.

Al final, para quedar completamente encandilado/a les recomiendo un paseo en lancha rápida por la bahía hasta avistar las 27 islas, cayos e islotes que conforma el archipiélago de Nuestra Señora del Rosario y la Isla Barù, donde se ubica el Royal Decameron, un hotel resort- spa-centro de convenciones, cinco estrellas, que aunque en construcción aún ofrece un servicio de primera y unas noches de jolgorio entre bailarines profesionales, carnavales del mundo y un restaurante-buffet como el “Portonao”, que hace gala de los platillos más genuinos de la cocina tradicional colombiana. Y después- y antes de irse a dormir- un medido o desmedido trago de “María Mulata”, con abundante ron colombiano, salpicados por las canciones en creolé sanandresano, lengua palenquera y portuñol de una de las interpretes más prometedoras y versátiles de la música tradicional de esa Nación, María Mulata, que hace ritmos litoraleños y remeda a sus ancestros de los palenques cimarrones. Nunca pude saber – y pido disculpas a los lectores - si el trago es en homenaje a su nombre o ella lleva el nombre del trago. Y todo por razones obvias: exceso de alcohol.