martes, 22 de noviembre de 2011

Sin piel de grumete




Obra del artista cubano Humberto Castro.








“Un cartel en la puerta nos anuncia
que está en venta lo que fuera el horcón
de sus vidas; desde el jardín la yerba
ha comenzado a invadir sus dominios”.

Jesús J. Barquet, en Vecindades


Vuelvo como un pedazo de pan
A ponerme cerca del anafe y a tu alcance
A servirme sobre la mesa, a darme como si tuviera más vida.
A trazar una línea delgada e imperceptible/ como un estambre
Que tan sólo tú puedes romper con un ademán
Una desmemoria/otra mirada acosada/cualquier insulsa profecía.


Hubiera querido regresar mucho antes… más angelical
Encontrarte en otra geografía con círculos de agua y peces
Llegar hasta tu puerta, con las alas menos crecidas
Sin que hubiera caído tanta ceniza volcánica sobre la parra del patio
ni tantas migraciones de pájaros muertos sobre el cielo.

Me hubiera gustado subir la loma
Con el mismo paso firme de antaño, con semejante fe
Con la indocilidad de aquella piel con blancura de grumete
Para atemperar los sobresaltos y rencores que siempre te rondaron
Y borrar de un empellón todos tus vetustos ritos y trampas.

Y así sin previo aviso entrecruzo nuevamente el umbral
Ante tu visión detenida – ahora - en los melanomas de mis manos
Y en la pesadez de mi espalda que torpemente se inclina
Como un ceibo en cuatro esquinas donde ya no se arrima ofrenda.
Y es que vengo como quien debe cumplir un contrato familiar
Que no fue escrito en testamento alguno, pero igual debe cumplirse
Semejante al homicida que regresa a la escena
Para comprobar que poco se puede hacer por un despojo.
Preguntas mi nombre sin mirar otro lugar que no sean mis zapatos, como absorto y/o mascullas una bendición que no alcanzo a descifrar,
(O viceversa).


Buenos Aires, 22 de noviembre 2011
Con escaso viento en el jardín.

Poema de mi autoría leído en Radio Española





Poema "Espasmódico baile, bautizado mar", de Juan Carlos Rivera Quintana, leído en la radio española FM Onda Latina, hace algunos meses.

viernes, 18 de noviembre de 2011

Cetáceos varados en el litoral




Obra del artista cubano Humberto Castro.



“Voy hacia lo que menos conocí en mi vida: voy hacia mi cuerpo”.

Héctor Viel Temperley*, “Hospital Británico”.


Era una sensación indócil que estaba lejos del aire austral, como un olor a zooplancton, a cardumen de salmón real, a arenque joven, que desataba el frenesí devorador, como una exhalación de aguas cálidas que trepanaba los huesos y agujereaba la cabeza buscando un resquicio para llenar de aromas aquellas remos inmensos de ángel fuera de todo alcance. Era más bien un deseo lúdico, gregario, un viaje migratorio, un acomodo entre la manada, un buscar algo olvidado, pero perentorio cuando ha llegado la hora del éxodo y se presume que terminaremos confundidos en una cala errada. Era recordar un mar calmo con olor a lluvia y los sargazos tiernos de la infancia y escuchar el sonido de los sonares de los grandes buques que se iban incrustando en las extremidades anteriores y nos nublaban la vista llevándonos a donde no debiéramos, como un mal canto de sirenas, una celada, una encerrona fatal que paralizaba nuestras pulsaciones ultrasónicas y nos lanzaba contra las rocas. Dejábamos todos los sentidos bajo un sol de verano que resecaba la piel y nos tumbábamos boca arriba perdiendo toda esperanza, clamando desesperados por socorro con alguna lágrima en el hueco del ojo, picoteados por las gaviotas que hacían sangrar ferazmente nuestros lomos. Entonces era imperioso seguir nadando hasta donde ya no se pudiera, o encontrar el fondo e interrumpir la respiración para seguir buceando hasta divisar el santuario, el final del trayecto, el Dorado que todos buscamos, aunque llegásemos sin energía vital, dando señales suicidas de no poder seguir, de no querer recomenzar. Sólo en ese instante recordaba dar gracias a las aguas porque en ellas mis aletas todavía hacían ruido de alas (*).

Buenos Aires, 18 de noviembre 2011.
Esperando un verano playero que se tarda.

jueves, 10 de noviembre de 2011

El barrio Rojo y los escaparates cubanos





Obra del artista cubano Servando Cabrera Moreno.

Texto Yoani Sánchez, publicado originalmente en el períodico "El País".
(10-11-2001)



Sonríe pícaramente, habla con la prensa, mira hacia los escaparates donde las mujeres ofrecen sus favores en el conocido Barrio Rojo de Ámsterdam. Mariela Castro viaja por Holanda y dedica unas frases a la prostitución en Cuba y a las drogas que se venden por todo el malecón habanero. Su ropa impecable, la boina ladeada y esa mirada amable, hacen a muchos concluir que la hija -sin dudas- suaviza la imagen adusta de un padre octogenario, general y presidente.

Las prostitutas siguen atrapadas entre la persecución y la inexistencia oficial
Mientras Raúl Castro se ausentaba de la XXI Cumbre Iberoamericana en Paraguay, la directora del Centro Nacional de Educación Sexual (Cenesex) recorría y admiraba la zona más alegre de la capital holandesa. Invitada a un congreso sobre salud sexual, conversó incluso con algunas mujeres que practican el más antiguo oficio del mundo. Terminó afirmando que había quedado impresionada por la manera en que estas féminas logran "dignificar el trabajo que hacen". Hasta aquí pareciera que el atrevimiento y la transparencia calan en la nomenclatura de la isla, al menos a través de sus hijos. Sin embargo, un escenario bien diferente discurre en casa, isla adentro, lejos de los micrófonos de Radio Nederland.

Merlyn acaba de cumplir los 17, lleva dos años vendiendo su cuerpo a clientes con pasaporte extranjero que hacen turismo por estos lares. Pasó cerca de seis meses de internamiento en un campamento de reeducación, después de que una madrugada la atraparan en el Parque Central negociando con un cliente. Le teme más a los uniformes azules que a los fantasmas. Evita a los policías cuando se apostan en las esquinas del centro histórico, porque su carné de identidad sigue diciendo que vive en Mayarí, un pueblito del oriente del país. De vez en cuando, debe pagarle con sus artes a algún guardia de pistola y esposas, para que no la lleven al calabozo.

El "crimen" de esta jovencita de cuerpo frágil y ojos oblicuos es mayor ante nuestra rígida legalidad, pues ejerce la prostitución desde su condición de ilegal en La Habana. Según el Decreto 217 publicado por la Gaceta Oficial en abril de 1997, ella debería regresar de inmediato a su lugar de origen si no cuenta con una residencia en la capital. Para evitar que la introduzcan nuevamente en un tren y la repatríen forzosamente a su terruño, se ha buscado un chulo que la protege. Él localiza a los clientes y discute las tarifas, mientras ella aguarda en un pequeño cuarto del Barrio Chino.

Merlyn no sabe que existe una zona de tolerancia allá en la lejana Holanda y jamás ha oído hablar de que otras como ella formen sindicatos o proyecten su voz en la prensa. "Prohibido acercarte a las ventanas", le ha advertido el mulato de dientes de oro que regenta a una docena de chicas, de manera que el único escaparate con el que ella cuenta es la luna de espejo que tiene frente a su cama.

Las prostitutas cubanas, catalogadas una vez por Fidel Castro como "las más cultas del mundo", siguen atrapadas entre la falta de derechos y la incapacidad del sistema para reconocer que existen. Durante años el discurso oficial se pavoneó de que la isla había sido limpiada totalmente de ese "flagelo del pasado". En realidad, había ocurrido una devaluación tal del dinero que ya este no podía convertirse en bienes ni en servicios. Muchas mujeres perdieron así el estímulo de ganarse la vida con el sudor de su pubis.

No obstante, siempre hubo quienes intercambiaron su cuerpo por ciertos privilegios y prebendas que hasta finales de los años ochenta solo podían obtenerse de militares y altos funcionarios. Al llegar los noventa, con la crisis, las tímidas aperturas a la empresa privada y el aluvión de turistas que cayó sobre la isla, las vimos reaparecer en las calles con su ropa ajustada y su juventud extrema. Eran las mismas que un poco antes habían estado gritando en los matutinos de las escuelas "Pioneros por el comunismo. ¡Seremos como el Che!".

Las redadas policiales a las afueras de los cabarés, las condenas por el delito de "peligrosidad predelictiva" y las detenciones arbitrarias contra estas mujeres han hecho disminuir su presencia en los enclaves turísticos. Aquella discoteca de Guanabo Club, atestada de muchachas a la caza de un italiano o de un canadiense, se ve hoy como un bar aburrido y oscuro.

En lugar de erradicar la prostitución, sin embargo, lanzaron a la clandestinidad a miles de mujeres que ahora están bajo el control de algún proxeneta o chantajeadas por policías que les exigen pagar con sus servicios. Están a años luz de verse siquiera como esas mujeres que Mariela Castro acaba de encontrar y alabar en el Barrio Rojo holandés. Allá la conocida sexóloga las encontró mostrándose en los escaparates de vidrio y luces de colores, aquí su padre las empuja a la sórdida dependencia de un cuarto sin ventanas.

Yoani Sánchez es periodista cubana y autora del blog Generación Y. © Yoani Sánchez / bgagency-Milán.