sábado, 27 de octubre de 2007

Prestamistas de valores





Obra de la pintora cubana, Zaida del Río.







Intentó con las manos guarecer la luna
esa hechicera con ojos de empañada razón
y las plegarías eternizaron su gesto de caballero
asustadizo sin fortuna.
No hay cielo para tantos, dijeron los sabios,
era tanta la ingenuidad que hasta temió por la
salud del universo.
Un resfrío puede ser muy peligroso en estos tiempos,
dijeron los sabios,
pensó rápidamente en la dicha de la luna
y antes de acostarse tomaba con el estetóscopo
el pulso a la inocencia para cerciorarse de que
los sabios nunca se equivocan.
Ocurrió que un día la luna cansada de tanta frialdad
se durmió con su adiós de doncella irreflexiva.
De escandaloso calificaron los suficientes
tamañan imprudencia de la señora celeste, pero
se cuidaron de cerrar las puertas por temor a los rumores;
terminó por cerciorarse de que la imprudencia
no es sólo una moneda sin reverso y estiró sus
brazos para olvidar la retórica de los creyentes
y los rigores de la selección natural.
Los sabios del planeta siguen sin reconocer que en
las escaleras al paraíso existen peldaños falsos
(para viajeros incautos).

La profecia del espejo









Obra de la pintora cubana, Zaida del Río.






Interesan las palabras que salen a menudo del espejo
juegan a la amistad eterna recibida.
Qué sabe el hermano del amigo,
quién tiembla ante el silencio sagrado
de la orilla.
Cuál está dispuesto a cancelar fatigas,
y descansar sus músculos en espalda ajena.
Cómo robarle a estas líneas toda la torpeza
y la impericia reprimida.
Que extraña comunicación estos instantes
cuando nombrar sucesos significa desahogo;
decir comprendo el remedio diario a la rutina.
Inventar respuestas para el momento en que olvidemos,
será el estandarte contra las incomprensiones de la vida,
luego podremos cuestionar de dónde provienen los enigmas.

Torpe destino








Obra de la pintora española, Remedios Varó.












"Cometes el delito de andar
buscando algo que los otros ya
no alcanzan".
Odette Alonso.


Un hombre escruta la huella que no pisa
y echa en el baúl los desacuerdos
textos insolubles que han salido de su boca,
comete perjurio y blasfema de sí mismo
con un extraño temblor de piedra desgastada.
Un hombre enciende luces sabiendo que él
no existe
dilata sus espacios y cambia sus rincones
pues teme morir de aburrimiento
recoge caracolas allí donde los sitios apaciguan
soledades/ tiene en sus ojos dibujado el disfraz
de lo inconcluso/ torpe destino para una impaciencia
que podría asesinarle.
Desconoce que la prisa atrae al infortunio
pero se sabe espalda-arco-feudo.
Este hombre agoniza sin saberlo,
tierna partida para una ascensión
más lenta y angustiosa.
Transgredir espejos no ha sido nunca comodidad,
para su tristeza innata de revólver sin gatillo.
Un hombre se suicida a quemarropa,
juego fatal de los que ya no buscan explicaciones/
si no muy lejos de sus ojos
Bola de Nieve se apuñala las venas
sobre un elefante blanco y grita:
"No puedo ser feliz".