miércoles, 8 de julio de 2009

Polvo de tiza


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De la serie Los ritos del silencio, de Agustín Bejarano.








“Estoy entre el Ser y la Nada,
estoy entre el veneno y mis antepasados.
Nada tengo que declarar, excepto mi Muerte”.

Virgilio Piñera, Muerte del príncipe Fuminaro Koyone.



Manchado de orín por la estampida de un relámpago
con cierto tufo de geriátrico, de pañal descartable mal oliente,
caigo sobre el colchón del camastro inexpresivamente perturbado,
con cara de espíritu condenado al silencio, en shock
(vaciado de contenido, mutilado por viejas mordazas)
sacrificado por aquella sentencia de que los varones no lloran).
Desguarnecido rompo las tijeras con que me circuncidaron/
frente al espejo del patio donde padre se afeitaba/
me ahogo en la taza larga de café que mi madre preparaba
(a la hora de la escuela)
cuando no había leche de vaca y el polvo de la tiza del pizarrón
se confundía con el mítico alimento infantil/
era otra de las tantas simulaciones a que estaba sometido
pues ya tenía más de siete años y la leche había sido vetada
por la cartilla de racionamiento/ realidades tropicales de una revolución
que sólo parecía tener sentido dentro de mis pueriles tripas.
Araño la pared de mis asmáticos pulmones como dejando mensajes
por si no llegara a cumplir los quince años… entonces tenía mucho
para decir pero me habían cercenado las amígdalas con un bisturí que mi abuelo torcedor de tabaco, con entrenamiento médico, tenía guardado dentro de una caja de alcanfor/ eran aquellos sus primeros auxilios
entre el Ser y la Nada.
Afuera (sin remedios), mi maestro de esgrima se precipita
vertiginosamente al espacio con un alarido de terror,
el avión en que viajaba explota en pleno vuelo
y sólo recuperamos la mano donde blandía el estilete
para seguir dando la estocada final….,
sus medallas yacen aún en el fondo del mar destemplado.
Le lloré cinco noches seguidas y al sexto día decidí practicar atletismo
para aprender a escapar cuando las situaciones se pusieran peligrosas,
(desde entonces mantengo una fobia incurable a los aviones).
Expectoro un sinfín de palabras que se me atragantan en las madrugadas
y las escupo como una jerigonza sagrada/ con verbo de acción no dicho,
un pólipo sin estadificación benigna
me crece por dentro entre el paladar y la campanilla/
se oscurece un lunar-melanoma fenotípicamente indiferente en mi espalda
pero sigo guardando la compostura sana, como me enseñó mi madre.
En la cabecera de la mesa de comedor un tío solterón
se suena la nariz y busca en la guía de teléfono una voz caliente
del otro lado del auricular para atiborrar sus apetitos insaciables,
ninguna mujer le aguantó su agresividad secular… y se quedó solo.
Una llaga hedionda se acomoda entre los sillones del patio
y apenas alcanzo a buscar el sol entre “el veneno y mis antepasados”.
La muerte es sólo una inercia de animal irascible, un credo
que juega con avaricia e impudor a desvestir la empercudida carne
para dejarnos epitafios de tiza en algún viejo muro donde nadie
reparará jamás.

(08-07-2009, pánico porteño y Gripe A (H1N1)