lunes, 18 de julio de 2011

Praga: la vieja dama muestra sus mil caras





Texto y Foto: Juan Carlos Rivera Quintana.

Dice la mística popular que el viajero que sueñe con volver a Praga (Praha, en checo), en la República Checa, tan sólo tiene que llegarse hasta el Puente de Carlos, uno de los lugares más fotografiados de la ciudad europea del este que divide a la Ciudad Vieja o Stare Mésto con Malà Strana (Ciudad Pequeña) e ir a los pies de la estatua de San Juan Nepomuceno. Allí en ese puente de piedras de estructura gótica, erigido en 1357 sobre el Río Moldava, una de las más bellas estampas praguense, sólo tiene que tocar el pedestal de la estatua del santo patrón de la ciudad, en un ritual de silencio y pedirle el regreso e inmediatamente el deseo será cumplido.

Quizás porque Praga es un sitio al que todos queremos retornar por la fascinación que ejerce visualmente se puede percibir, casi constantemente y en peregrinación sosegada, a los viajeros venidos de todos los confines del mundo, llegar y tocar con sus manos el pedestal del Santo milagroso.

Y es que esta ciudad, que más bien parece un decorado teatral, mezcla en su arquitectura de castillos, fortalezas, catedrales, galerías y palacetes milenarios lo románico, lo gótico, el barroco y hasta el renacimiento y el art nouveau, en medio de estrechas callejuelas de adoquines, tranvías y puentecitos que dan un aire de cuentos infantiles a estos disímiles escenarios, una puesta en escena coral con rincones históricos, locaciones bohemias, sistemas de esclusas, murallas, plazas más modernas y hasta molinos de agua centenarios que arrastran las aguas verdosas del caudaloso río Moldava que la baña.

Si el viajero tiene tiempo y su estadía no es corta, entonces, recomiendo hacer un viajecito nocturno de tres horas, a partir de la siete de la noche, por el Río Moldava, en uno de los barquitos de River Cruises, que ofrece la cena y la orquesta toca en vivo desde la proa. En él se podrá divisar – pasando por la esclusa más antigua de la ciudad - a la gran dama bohemia desde otro lugar, quizás más romántico y evocador y ver prenderse las luces de la ciudad, que en verano empiezan a encenderse casi a las diez y cuarto de la noche haciendo que el día sea más largo y aprovechable turìsticamente.

De alegorías, rostro humano y arte

Praga tiene aproximadamente 1,2 millones de habitantes, lo que la convierte en la ciudad más poblada de la República Checa. Desde 1992, la UNESCO la declaró Patrimonio de la Humanidad por su belleza arquitectónica y artística y su valor histórico y por ubicarse entre las 10 ciudades más visitadas del mundo y ello le dio una proyección internacional con un mayor trasiego de turistas entre sus calles. Y a pesar de que sufrió las dos guerras mundiales y los golpes de la dictadura nazi y quedó, posteriormente, bajo la influencia soviética, cuando los tanques rusos la invadieron, hoy tras la Revolución de Terciopelo (que condujo a la caída del comunismo en la antigua Checoslovaquia), el desmoronamiento del Muro del Berlín y la implosión de la URSS, se está adaptando a la economía de mercado, aunque la rémora y los cimbronazos del sistema socialista que construyó antaño todavía pueden palparse entre sus moradores.

No por gusto, Praga tiene un Museo del Comunismo, que intenta mostrar a sus visitantes cómo era vivir bajo el régimen comunista, donde se exhiben fotos, videos históricos y piezas escultóricas de Lenin y Carlos Marx, arrancadas de sus calles y plazas, junto a propagandas partidista, carteles y documentos de la represiva policía secreta y la dogmática educación oficial. Lo que resulta casi un signo distintivo es que dicha entidad esté ubicada a la izquierda de una gran escalera de dos alas, en la calle Na Prikope, número 10, y a la derecha se ubique una Mc Donalds, una alegoría de la vida capitalista que enarbolan, en la actualidad.

Y si se trata de recomendar lugares, el viajero no puede desdeñar – porque no podría decir verdaderamente que estuvo en esta ciudad - una visita al Castillo de Praga, una fortaleza milenaria, construida sobre bases románicas, con palacios reales que albergaron antaño la Dieta y el Parlamento, edificios eclesiásticos, viviendas, jardines, callejuelas y fortificaciones, que constituye un arquetipo de más de mil años de desarrollo del Estado Checo. Dicho conjunto monumentario alberga, además, la Catedral de San Vito, fundada en 1344, un joya del estilo gótico y emblema espiritual de sus habitantes, donde se guardan joyas imperiales y el visitante quedará extasiado y boquiabierto – literalmente – con sus vidrieras, santos, pinturas antiguas, esculturas, vitrales inmensos de coloridos tonos, las bóvedas ojivales y la tumba, toda de plata, de San Juan Nepomuceno. En sus predios podrá visitar, también, la Callejuela de Oro, una pequeña ciudadela que parece sacada de un cuento de hadas, con casitas muy diminutas, construidas en las arcadas de las murallas del castillo, donde se cuenta vivieron fusileros, artesanos, artistas, alquimistas y hasta se dice que en la número 22, el afamado escritor Franz Kafka, tuvo un pequeño estudio.

Después convendría hacer un paseo por Malá Strana, también conocida como la Pequeña Ciudad real, que floreció artísticamente durante el reinado de Rodolfo II, y donde actualmente se puede visitar pequeñas tiendas de marionetas, galerías de arte donde exponen pintores y escultores checos, cafés, iglesias, arcadas, junto a impresionantes palacetes y casas, cada una con el escudo familiar con sus heráldicas y blasones que recuerdan antiguos abolengos.

Al norte de la llamada Ciudad Vieja, ocupando un recodo junto al cauce del Río Moldava, y convertido ya en uno de los recorridos turísticos habituales de la milenaria Praga, se levanta el barrio judío de Josefov, con sus cinco sinagogas, entre ellas la española, de estilo morisco y la Sinagoga de Pinkas con su monumento a las víctimas del holocausto; sus museos donde es exponen las tradiciones y costumbres de esa comunidad, sus edificios imponentes, la estatua ecuestre en homenaje al escritor checo Franz Kafka; las callejuelitas entrecortadas y el antiguo cementerio judío, donde se encuentran más de doce mil tumbas, que se fueron acumulando desde 1439 hasta 1787, unas sobre otras y convirtieron el sitio de paz en un verdadero bosque pétreo.

Muy cerca se levanta, en la parte gótica más antigua de la urbe, el Ayuntamiento de la Ciudad Vieja, con su reloj Astronómico en la torre, con sus signos zodiacales, toda una atracción para el turista, pues cuando dan las horas en punto, entre las 9:00 y las 21: 00 horas, comienza la procesión de los Doce apóstoles en sus ventanas y el gallo de oro canta las horas y bate sus alas.

Y, por supuesto, tampoco puede faltar la parada en la Plaza de Wenceslao, (Václavské Námesti), un boulevard, ubicado en la Ciudad Nueva, que en el Medioevo fue un mercado de ganados y actualmente es el centro comercial y administrativo de la ciudad, un sitio donde han tenido lugar las más memorables manifestaciones políticas y sociales de la historia moderna de sus lugareños. Dicha plaza, rodeada de las cuatro estatuas de santos checos: Santa Liudmila, San Proscopio, Santa Inés y San Adalberto, vio emerger en sus predios a los amenazantes tanques soviéticos cuando, el 21 de agosto de 1968, la antigua República de Checoslovaquia fue invadida por las tropas de la Unión Soviética y otros países de la Europa oriental pro comunista. Dicha invasión puso fin al experimento socialista checo, llamado “socialismo con rostro humano” que no era otra cosa que un régimen más democràtico y liberal, desligado del estricto control que mantenía, entonces, el socialismo soviético entre sus ciudadanos.

A no dudarlo: Praga, capital de la República Checa, es como una vieja dama bohemia, de mucha alcurnia, que a pesar del paso del tiempo, se mantiene enigmática y joven con sus mil caras; seductora y celosa guardiana de magias y leyendas mostrando sin recato social sus joyas y genealogía para sorpresa y disfrute de los turistas y viajeros que llegamos a este rincón del este europeo buscando develar sus liturgias y usanzas culturales.