lunes, 26 de abril de 2010

Repasando mi álbum familiar (Presentación de libros de Juan Carlos Rivera)






Foto: Silvina Di Caudo.
Por: Juan Carlos Rivera Quintana





No merezco estar hablando aquí ni ahora. Yo no estaba en los planes de aquella pareja de amantes que se lanzaban casi todos los fines de semana a la mar en un yate, propiedad de mi padre, bautizado con el nombre de “Iraida”, en homenaje a mi madre. Y resultó que mientras pescaban tiburones por las aguas del Golfo, un primero de enero de 1959 cientos de barbudos verde olivo, desbordantes de testosterona revolucionaria, collares de cuentas de peonía y crucifijos, bajaron de la Sierra Maestra.

Entonces mi padre nunca supuso que su yate, casi un pedazo de su columna vertebral, de su alma bohemia, iba a terminar agujereado, trucidado, rebanado a cuchillo por él mismo y declarado inservible, en un acto casi suicida y rebelde para evitar que le fuera expropiado en el nombre de una promocionada y humanista filosofía de igualdad social y veto a todo lo que oliera a bienes privados. Tampoco pensó mi viejo que su edificio de casi 12 plantas – su patrimonio en una barriada con el eufemístico nombre de Buena Vista- le sería confiscado por la Ley de Reforma Urbana y entregado a decenas de familias. No imaginó nunca que tendría que comenzar de cero trabajando de jardinero en un taller de carpintería y sudar la camisa por primera vez en su vida para alimentar a la familia.

Crecí en un hogar lleno de furias y diatribas en voz baja, al margen de las manifestaciones de apoyo al gobierno. Quiso el destino que un buen día, después de mucho llanto, me permitieran atarme la bandera al cuello en la forma de una pañoleta azul, para poder gritar como los demás, muchas veces inconscientemente ¡Seremos como el Che! Entonces me sentía como pez fuera del agua. En mi escuela sólo se hablaba de lo nuevo, de los cambios, de las mágicas transformaciones revolucionarias; mientras las conversaciones en mi casa versaban sobre los tíos y demás familiares que se marchaban al Norte y se llevaban a escondidas sus joyas de familia.

Maduré cuajado de contradicciones, viendo y sintiendo en carne propia cómo se declaraba el carácter socialista de la Revolución; cómo éramos bombardeados por mercenarios que intentaron cambiar los derroteros históricos de Cuba y habitando un terruño que pudo desaparecer en el mar y hacer añicos a parte del planeta cuando los Misiles rusos decidieron asolearse en el Caribe cubano, en 1962.

Mis huesos se estiraron, cambié la intensidad de la voz y la intención de la mirada entre las siembras de hortalizas en los huertos escolares de la escuela “Lenin”, (el laboratorio de los comunistas cubanos, donde estudiaban los hijos de la Revolución y se formaba el publicitado hombre nuevo). Me hice adulto entre reuniones de la juventud comunista, sembradíos de café, la zafra de los diez millones de caña de azúcar (uno de los mega fiascos fidelistas en economía) y la filosofía que preconizaba el valor de los intereses colectivos por encima de los personales, aún a riesgo de erigir una masa amorfa, acrìtica y estandarizada.

Sin darme cuenta ya era periodista y andaba entre submarinos, lanchas coheteras y buques patrulleros navegando por el Caribe, en maniobras conjuntas con navíos rusos y pensé, que de alguna manera la historia se repetía porque llevaba en la sangre - casi fenotípicamente - el espíritu de la aventura y el olor inalterable del mar que expelía mi padre y el altruismo de hacer el bien y no mirar a quien, que me enseñó mi madre.

Después iría a otras guerras con una cámara fotográfica y un AKM terciado sobre las espaldas en Centroamérica y África. Esa fue la antesala del desengaño - cual letra de bolero insular: mis descubrimientos de una revolución no tan revolucionaria por su paso vetusto y cansino; la pésima administración económica de un gobierno en una nación totalmente improductiva; la megalomanía y el voluntarismo de un patriarca caribeño y su apego monomaníaco al poder, la corrupción a gran escala, el racionamiento económico casi violatorio de los más elementales derechos humanos, la esclerosis asfixiante de la vida cotidiana y la pervivencia de un régimen anti democrático en la isla, que restringe libertades tan caras para los seres humanos, como el derecho a entrar y salir del país y a expresarse libremente.

Actualmente, tras creer mucho en aquel proyecto, que hoy califico de engendro; de ver morir – y asistir al velatorio - de todas mis esperanzas políticas de justicia, igualdad y libertad individual, acunadas en mi adolescencia y juventud; de hastiarme de la insistencia en la posibilidad de la desaparición numantina en el mar; en la Patria o la Muerte y no en la Patria o la Vida … de incinerar todas mis viejas prendas revolucionarias, estoy aquí - en pleno centro de Buenos Aires, a casi 5.800 de kilómetros de donde nací- presentando un par de libros sobre dos etapas históricas tan disímiles como el Medioevo, en la futura Europa, y los últimos cincuenta años, en la República de Cuba, períodos divergentes pero signados por el destino y la conducción de dos hombres mesiánicos, con personalidades muy convergentes y autoritarias: Carlomagno y Fidel Castro Ruz.

El primero: “Breve Historia de Carlomagno y el sacro imperio romano germánico”, intenta profundizar en la vida del célebre monarca de la dinastía carolingia y al más grande de los reyes francos: Carlos, conocido por sus condiciones personales como Carlos I El Grande (Magno).

Carlomagno, nacido en el año 748, en Aquisgrán, en la actual Alemania, es uno de los reyes más justipreciados y vilipendiados de la historia de Europa; incluso, en Germania, donde nació, se lo venera como el apóstol de los sajones. Pero bajo su autoridad la mayor parte de los pueblos del centro y el occidente europeos comenzaron un proceso innegable de desarrollo y esplendor culturales. Ello explica que su figura haya sido valorada por su rol unificador, soberano y promotor en materia de legislación, educación, finanzas, cultura, fe religiosa y organización estatal. Su estampa es considerada como la del héroe cristiano por antonomasia, por su martirologio, espiritualidad, misión civil, el éxito de las arriesgadas campañas militares que dirigió y libró, junto a sus tropas, y el rol de mecenas del arte y la cultura.

Mi obra aspira a desenredar los mitos y leyendas que se entrelazaron alrededor de la imagen del guerrero y el apóstol; a descubrir sus dotes monárquicas, bélicas, civiles, legislativas, financieras, su misericordia cristiana y los resultados del orden en que reinó y cimentó el Imperio Carolingio. Es por ello que dicho libro intenta ser una aproximación a la figura de Carlos, al hombre con sus proezas y epopeyas, contradicciones, miserias humanas, dudas y temores como una forma de conocer al personaje legitimo, de carne y hueso, a su verdadero liderazgo, despojado de la leyenda y los milagros divinos que se le atribuyeron, de la fama y las alabanzas de los poemas épicos y los libros de caballerías, escritos en Alemania, Francia, España, Italia y Portugal, que le tejieron un perfil casi sacramental dejando de lado su existencia mundana.

En ese escenario medieval, su estampa templaria fulgura en el epicentro de un torbellino de guerras expansivas, grandes matanzas y saqueos, 53 campañas militares en 47 años de reinado, rivalidades, pactos, sabiduría administrativa y legislativa, caridad religiosa, y florecimiento civil, intelectual y cultural. Con él, emergió una nueva civilización europea, que se mantuvo y siguió consolidándose después de la Edad Media. Por ello no resulta desmedido apuntar que con sus decisiones iluminó y cimentó las bases de la cultura de Europa, disipando las tinieblas del Medioevo.

Durante sus 72 años de existencia puso todo el inmenso poder que construyó y el prestigio que cimentó al servicio del cristianismo, la vida monástica, la enseñanza del latín y el culto a las leyes y sin embargo aprendió a leer y a escribir casi al final de su vida. No en balde su existencia ha sido considerada un paradigma monárquico para la mayoría de los reyes posteriores y su quehacer un estandarte de la fusión de las culturas germánicas, romana y cristiana, que serían, posteriormente, la síntesis y los zócalos de la civilización europea.

El segundo libro: Breve Historia de Fidel Castro, repasa el recorrido de la Revolución Cubana (1 de enero de 1959) y su proceso histórico de evolución-travestismo político-involución, dado a través de la figura tropical de su artífice, estratega y caudillo, revelando al hombre que hay detrás de ese mito, convertido en una de las figuras icónicas de todo un siglo. La evaluación está dada con la mirada de alguien que hoy descree de la política como profesión vitalicia, de los gobiernos atornillados a las sillas del poder y excesivamente personalistas y autoritarios.

La Revolución Cubana fue un proceso de insurrección nacional, un movimiento social, políticamente heterogéneo, que surgió como una reacción necesaria contra el gobierno de facto, de seis años y medio, de Fulgencio Batista, conducido por Fidel Castro Ruz, y otro grupo de jóvenes rebeldes, en su mayoría procedentes de las filas de la clase media, los trabajadores y los universitarios cubanos, que se envolvió en un aura libertaria y optó por la vía violenta para poner fin al régimen, instaurado tras el golpe del 10 de marzo de 1952, en momentos en que muchos isleños luchaban por restaurar los principios de la Constitución de 1940 y eran asesinados por la policía batistiana, entre l957 y 1958.

Fidel Castro Ruz, llegó al poder con un doble perfil identitario: nacionalista y populista, ceñido a un discurso de restauración democrática y fue trocando su proyecto hasta instaurar un castrismo, que pasará a la historia como un “cesarismo de base comunista”. El triunfo de su proyecto unipersonal y su conducción estratégica tuvo una gran repercusión y adquirió legitimidad, sobre todo entre los representantes de la izquierda de América latina y los sectores académicos intelectuales europeos, del Primer Mundo, en la década del 60’ que se dejaron influir por el dogma de que el poder sale únicamente de la punta del fusil. Ese proyecto bajo la conducción de su líder protagonizó algunos jalones importantes de la historia latinoamericana, como los sucesos de Bahía de Cochinos, en 1961, que pasaron a la posteridad como la “primera gran derrota del imperialismo yanqui, en América”; la Crisis de los Mísiles (1962); la ayuda financiera y entrenamiento militar en suelo cubano de muchos integrantes de los movimientos guerrilleros centroamericanos; la alianza del Gobierno revolucionario con la Unión Soviética y el proceso de sovietización de la sociedad cubana, de los 70’ y 80’ o la desovietizaciòn de los 90’, hasta llegar al colapso económico y social en que se encuentran sumidos sus ciudadanos, actualmente.

Como ha dicho, recientemente, el ensayista cubano, Rafael Rojas, “la historia de la revolución cubana es, en alguna medida, la historia del cuerpo de Fidel Castro”. Y convengamos que, en la actualidad, ese cuerpo hemorrágico y desgastado, debido a un crecimiento fulminante de células enfermas y tripas debilitadas, no logra regenerarse, como tampoco consigue la isla salir del precario estado de salud económica y social en que ha quedado sumida, después del retiro formal del anciano y casi vitalicio mandatario, sin cambios de fondo en las estructuras de gobierno y el partido comunista, aunque todos hablen de una nueva etapa histórica, de una lenta transición, en las manos de su hermano, Raúl Castro.

Dicha obra es un itinerario por los avatares existenciales de Fidel, ese patriarca caribeño: de rebelde con causa a gestor y artífice de un proyecto que ilusionó a toda una generación y hoy suscita todo tipo de sentimientos, menos la indiferencia; todo tipo de adhesiones; muchos rechazos y, sobre todo, la diáspora imparable de sus propios protagonistas, en una cifra de más de dos millones de ciudadanos. Esta no es una biografía autorizada, ni mucho menos oficial y apologética; tampoco el periplo acre, corrosivo, ciego y amargo por una vida, responsable – en mucho todavía - de las escasas felicidades y muchas desgracias del pueblo cubano, quien actualmente está a la espera de la muerte de su caudillo con la esperanza de que venga un cambio fundacional, que les devuelva las ilusiones y el tiempo perdidos.

La lectura de ambos libros nos regresara una y otra vez al momento en que el joven Carlomagno empuña por primera vez una espada y decide ya como Emperador llevar adelante sus cruzadas de fe contra los incrédulos o nos recordará el momento en que el joven Fidel Castro - entonces un desaliñado estudiante universitario que había confesado a sus compañeros de estudios sus deseos de ser famoso y reconocido y ya se dejaba tentar por los discursos nacionalistas en contra de las oligarquías regionales - comienza a pergeñar un proceso de insurrección popular para derrocar al régimen de facto en la isla e instaurar un proyecto social diseñado y esbozado por su intelecto, donde se ubica casi monárquicamente .

El politólogo y sociólogo alemán, Max Weber ha dicho que “el poder es la probabilidad de que un actor dentro de un sistema social esté en posición de realizar su propio deseo, a pesar de las resistencias”. Ello explica la capacidad recurrente de ambos personajes para imponer de forma acentuada sus voluntades sobre sus contemporáneos.

Sin dudas, la lectura de ambos libros nos regresara una y otra vez a traspasar los vericuetos de la historia. Sólo nuestra mirada, nuestro asentimiento o disconformidad con lo que en ellas se relata – recordar que la verdad es un proceso de construcción - nos acercará a dos derroteros tan distintos, tan criticados y ensalzados, pero tan únicos en cuanto a sus capacidades para actuar ante los conflictos y fomentar lealtades/deslealtades y tan arquetípicos del “yo” colectivo de una época histórica concreta.

Les vuelvo a reiterar: me hubiera gustado no estar hablando aquí ni ahora y no haber tenido que escribir sobre todo este último libro porque – como muchos saben – los exilios surgen cuando algo nuestro se nos muere dentro, cuando ya no somos lo que fuimos, cuando no estamos, ni física ni espiritualmente; los exilios no sólo son territoriales, son ideológicos, econòmicos, pequeños retazos de nuestra historia que se suman y destruyen irremediablemente; los exilios son volver a empezar, rechazos, extravíos, desencantos, lejanías que se pegan a la espalda, costumbres que se difuminan, fotos que se pierden en la memoria; los exilios representa lo que fuimos y dejamos detrás, aquello que nunca más volveremos a ser. Quizás por ello me interesó tanto hurgar en la vida de estos dos hombres, tan responsables de muchos exilios interiores y exteriores y sobre todo de muchas muertes físicas y espirituales. Muchas gracias.

Presentación de mis dos libros: "Breve Historia de Carlomagno" y "Breve Historia de Fidel Castro", 23 abril 2010, Libreria Ateneo, Buenos Aires.