martes, 29 de julio de 2008





"Fields of Gold" (Campos de oro), interpretado por Eva Cassidy

Eva Cassidy (2 de febrero/1963-1996), mi cantante preferida, ha obtenido elogios mundiales al ser una intérprete sin igual de temas como "Fields of Gold", de Sting, y clásicos como "Over the Rainbow", (los cuales se encuentran en su álbum "Songbird", de 1998). Lamentablemente, Eva Cassidy falleció el 2 de noviembre de 1996 después de luchar contra un melánoma de piel. Sólo tenía 33 años de edad. Su voz prístina y su elección de canciones sólo añadieron intensidad a sus grabaciones que hicieron más efectiva a su música. Pero si ella hubiera vivido, su capacidad para hacer que cualquier canción sonara como nueva por medio del poder de su voz aún hoy le permitiría obtener los bien merecidos elogios que, lamentablemente, nunca vivió para ver.

Irónicamente, ella nunca quiso ser cantante profesional, pues trabajaba de jardinera paisajista mientras vivía en Bowie, en las afueras de Washington DC, donde finalmente la persuadieron para que cantara el álbum "Live At Blues Alley" (1996), en los clubes de la zona. Después de reunirse con el productor e ing. de sonido, Chris Biondo y de incorporar estilos folk, jazz, gospel y blues, grabó canciones desde el tradicional "Oh, I Had a Golden Thread" hasta "Songbird"; la mayor parte de este material fue lanzado de forma póstuma en compilados tales como "Eva By Heart".

Eva Cassidy, sin lugar a dudas, es una de las grandes cantantes de la historia musical nortemericana y aunque su lugar en la música popular de esa nación es discutible todavía, no se puede negar el poder de sus grabaciones y el toque mágico al convertir todo lo que cantaba en memorable; de estar aún con nosotros cuánto hubiera logrado.

Imperfectamente la nada



Obra del artista cubano, Nelson Dominguez.






“(…) el ojo lascivo/
socavando la pesada mugre del tiempo/ enamorando”.

El David, de Francisco Morán.


Ni siquiera fantasear que existe algún deseo/
una metáfora perdida en cierta esquina opaca.
Ni siquiera imaginar que haya arrojado su cuerpo
en el camino, despojado sus ropas, saciado su sed/
en el vino ácido de un cántaro roto,
donde atan sus tristezas los bienaventurados de este mundo,
(los peregrinos).
Yo conocí a cierto señor con embarcaciones de poco lastre/
las bendecía con los reflejos proveniente de algún faro fantasma
en la medianía ignota de una isla con mala prensa/
las lanzaba al mar con la furia de Odiseo,
sin pensar en algún puerto seguro
sólo en un derrotero ilusorio fuera de sus costas,
en una escapada a tiempo.
Somos imperfectamente la nada/
esa luz irreflexiva que lo cobija todo
sin pensar en los animales cabizbajos que van al matadero.
Somos imperfectamente la vigilia/
las escaramuzas y equívocos de algún pescador
que se pierde en la inmensidad que lo eterniza.
Somos la nada imperfecta/
un grano de arroz en un plato de lentejas rancias
que nadie come/
peces claros que saltan dentro de la tarralla y el morral
para terminar sin cabeza, puestos en orden de prioridad
en alguna sartén dorada con poco aceite.
Somos imperfectamente el deseo
el impasible ocio que atraviesa la ventana
para dar luz a un velador estéril,
donde alguien lee este tonto poema
imaginando marineros y putas que invitan a beber
sin aliento en ciertas tabernas con puerto oscuro de fondo.
Siempre el instante imperfecto del encuentro/
eternizará el incurable hedor a tregua en alguna cama al amanecer.

27 junio de 2005.
Buenos Aires, día húmedo si los hay.

lunes, 28 de julio de 2008




"Autumn leaves" (Hojas de otoño), interpretado por Eva Cassidy, una de mis cantantes preferidas.

sábado, 26 de julio de 2008

Metáfora con esquinas ruidosas





Obra de la artista brasileña, Tarsila do Amaral.











Río de Janeiro, diciembre de l997.

"el mundo es el segundo término
de una metáfora incompleta,"
Quinta poesía vertical, de Roberto Juarroz, l974



Aquí empieza la sima, el cuesta abajo

la "metáfora incompleta" que construimos

buscando calles y sitios para recuerdos añejos

y un camino bajo el agua que nos desnude las manos.

Coleccionamos encuentros en esquinas ruidosas

con gentes desconocidas y olores dulzones a frutas prohibidas

entre los hombres.

Esta ciudad es una paradoja, un lugar para huir y perderse

por siempre entre paredones de morros somnolientos

desde donde bajan asombrados los amantes con caras

de rito trasnochado y miradas de sitios inconquistables,

diciendo palabras que curan la modorra y desenterrando lenguajes

de poemas que no escriben por temor a que se los lleve el viento.

Río, infinito fuego artificial húmedo con hierbas celestes y enredaderas

en los balcones/saoco carioca para empalagar el alma y

extraviar zapatos en la arena .

Tienes el don del embrujo, de la mirada tibia y el sexo salvaje.

Sólo que tu mar llueve como un murmullo lento del que no se vuelve

y tu angustia es sólo un ave pasajera que jamás encuentra el horizonte.

¿Anclado en la isla?




Obra de la artista cubana, Zaida del Río.







“No hallarás nuevas tierras, no hallarás otros mares.
La ciudad te seguirá. Vagarás por las mismas calles.
Y en los mismos barrios te harás viejo;
y entre las mismas paredes irás encaneciendo.
Siempre llegarás a esta ciudad”.

C. P. Cavafis


Siempre llegaré a esta ciudad de espalda al río
con alfileres en el corazón y navajazos en los bolsillos
escuchando canciones que me recuerdan los escasos zapatos que tuve
y aquel pantalón de colegio azul – como la isla - que mi madre
lavaba en las noches y colocaba detrás del refrigerador para planchar
a la mañana.
La vida ya no es como antes,
mi placard se ha llenado de camisas de todos los colores
las que siempre quise tener y sin embargo tienen poco uso,
decenas de pantalones se doblan indiferentes entre mis perchas de la abundancia,
pero persiste una rara incertidumbre de que mi piel ya no es mía,
me sigue confundiendo esa sobresalto de querer llenar todos los vacíos del alma,
como si la existencia estuviera ceñida a abarrotar ausencias materiales.
Me siento solo sin parque en un banco de barrio con faroles rotos
y vuelvo a montarme en el cachumbambé de tablas carcomidas y hierro oxidado,
intento atestar nuevamente esa maleta de madera verde mambí que hizo mi padre,
apodada “el botiquín” por mis compañeros de clase,
pero ya no me avergüenzan tanto los motes y las risas contagiosas.
Una extraña mezcla de sabores y olores ya no vienen de la cocina de mi madre
no tuve posibilidad de llegar a su entierro
se despidió en la reja de casa y nunca más quiso abrir sus ojos/
tampoco conozco la tumba donde sosiega su cuerpo,
y no he podido llevarle aún un ramo de flores amarillas/
sus rosas se ponen a miles de kilómetros de donde descansa
desventajas de vivir en una isla sitiada.
Mientras los vaticinios viajan entre las líneas del horizonte
mi hermana sigue poniendo sus vasos de agua con cascarilla
para ahuyentar los malos ojos y reza todas las noches pidiendo salud
y la prosperidad que no llega.
Trato de inventar palabras pero sigo anclado en esa pedazo de tierra colorada
con un extraño olor a asfalto calcinado
y me resisto culturalmente a localismos y voces que me suenan ajenas,
aunque acabo de recibir otra ciudadanía.
Mañana seré otro mapa otra calle otros rasgos vagaré por otra ciudad
cual tórrida siesta provinciana de la que no quiero despertar,
saldrá el sol tímido desde este culo del mundo y me descubriré sentado
en la otra vereda donde miraba pasar a los apátridas
para, entonces, todo me será groseramente indiferente
como las encrucijadas de los caminos que se bifurcan
y ya no conducen a tierra firme.



Juan Carlos Rivera Quintana
7 de diciembre 06.



Eva Cassidy, Time after time, una de sus mejores interpretaciones.

viernes, 25 de julio de 2008

Otro homenaje a Rafael Alcides




"Naturaleza muerta con zapato viejo", de Joan Miró.







El zapato que se quedó sin ir al cielo


Autor: Por Rafael Alcides

Era un triste zapato viejo, roto, mustio, en medio de la acera,
la suela desprendida, el tacón gastado y la piel hinchada por la
lluvia y los soles, la lengüeta comida por ratones y cucarachas,
y todo el allí dando miedo, causando estupor,sobrecogiendo.
Fue acaso, en otro tiempo, el zapato de un hombre que, animoso,
se vestía en la mañana para tomar el ómnibus y entrar radiante
en su trabajo, o el zapato de un hombre, acaso ya difunto,
que solía pasear en los atardeceres con su mujer y sus hijos
y jubiloso entrar con ellos en el parque de diversiones los domingos
a media tarde. Acaso el hombre esté vivo todavía. Acaso en una
«Operación tareco» el zapato fue arrojado en un solar yermo,
llegó el camión, y, por error o por omisión, no se lo llevó,
y después llegaron los ratones, y siguió pasando el tiempo.
Pero ahora el zapato está ahí, olvidado, muerto de calamidades,
y parece ser el zapato de un difunto; su tristeza es infinita
y da miedo, causa horror mirar ese zapato. Preludia, demasiado
preludia ese zapato para quien lleva zapatos y se afeita todas
las mañanas.Y sin embargo, fuera de los pájaros y los niños,
los más pasaron junto al zapato sin verlo, y si lo vieron,
nada sintieron. ¡Bah!, un zapato. Como tantos, un zapato más
pudriéndose en la acera. Mas hubo alguien que todavía, al caer
la tarde, ya sentado en su casa en su sillón de pensar,
mirando los periódicos del día, seguía con el corazón estrangulado
sintiendo golpear sobre los flancos de algún lugar recóndito
aquellos cordones devastados y hechos flecos lamentables, aquella
piel cuarteada por la intemperie y aquellas suelas desprendidas
con su tacón gastado por la vida.
Pero aun ese alguien, ese ser enternecido capaz de sentir las
catástrofes de las cosas con igual intensidad que las calamidades
humanas, y aun siendo él poeta, es decir, criatura encargada de
testimoniar el día de hoy y anunciar el de mañana, terminó
desentendiéndose de aquella tristeza última del zapato. Fue ella
un dolor de él, algo que le golpeó tremendamente por su
condición de símbolo, y que, con el tiempo, entre otros símbolos
y pequeños y grandes sucesos trágicos, terminó diluyéndose como las
lágrimas de un niño bajo un aguacero torrencial. Fue un zapato
que alumbró por un momento y que por último se perdió en la mayor
oscuridad. Un recuerdo que la memoria por último ahuyentó.
Y, sin embargo, existió el deseo de escribir sobre el zapato, hacer su elogio,
inclusive el deseo de componer un himno en su honor que estremeciera a Dios
de tal manera que mandara a abrirle enseguida las puertas del Cielo. Sacudido
por esta ilusión, emocionado, se sentó el poeta ante su maquinita
y escribió, tachó, hizo ilegible la página, la cambió, volvió a escribir
y volvió a sacar la página y volvió a meter otra en el rodillo, y cuando
llegaron las dos de la madrugada en el cesto no cabía un papel más, ni tampoco
más humo en la habitación. La historia, empero, estaba bien contada.
El formidable zapato de otro tiempo yacía en la acera en las lamentables
condiciones en que lo hemos visto a mediodía diciendo adiós sin ser oído,
pero el dolor que el mismo inspirara entonces seguía siendo un dolor
privado del poeta, un dolor que no lograba contagiar la página e
instalado allí propagar una epidemia incurable, una hermosa y desenfrenada
lepra que enfermara de belleza a cuantos leyeran el poema – como ha de
ser función inexcusable de todo poema que pretenda ser realmente un poema:
o sea, algo que existe más allá de la letra, algo que siendo letra,
al parecer, nada tiene que ver con la letra.
Bien, señoras y señores: yo soy aquel hombre. Yo vi el zapato.
Yo me detuve ante él, yo lo miré largamente en aquel mediodía
funeral; y por eso mismo yo menos que nadie podría perdonar
el pálido relato de su agonía que aquí dejo firmado con
mi nombre. Lo que entre él y yo sucedió, tampoco podría
referirlo. Pero al menos yo un día me crucé con el zapato,
yo sentí lo que él sentía, y supe que mientras calladamente
nos mirábamos, él en su idioma me decía cosas que
no aspiro a comprender, incomunicables cosas que además de los hombres
al pasar con su misterio, me han dicho los calderos y las nubes,
los puertos y las zanahorias, y cada una de las cosas de este mundo,
las más grandes y las más pequeñas, las trascendentes y las vulgares —o que por cotidianas e íntimas, sobreestimándonos, como de costumbre, hemos dado en llamar vulgares—. Entre las cosas y yo, no lo niego, hay un extraño
comercio azul cuyo nombre no importa. Y hasta los vientos que barren las aceras me saludan gentiles cuando paso. Calladamente murmuran: «Derrotado pero feliz, ahí va el hombre que un día conversó con el zapato».

(1982)

miércoles, 23 de julio de 2008

Homenaje a Rafael Alcides y su "Agradecido como un perro".




Obra de Andy Wharhol.













Poema de amor por un joven distante


Autor: Rafael Alcides


Esta mañana de 1989 me he levantado con una esperanza remota,
me he afeitado, cuidadosamente me he afeitado, me he entalcado,
me he perfumado poniendo en ello lo mejor de mí mismo, he tomado
mi café a solas en la cocina y después me he vestido lento, solemne,
sin apuro, como corresponde a un caballero de cincuenta y seis años
que vivió una vez en un mundo de cenizas, que vivió en medio
de una gran tempestad, herido de desgracias y llevado por el viento
igual que una hoja, más oscuro que una sombra.
Húmedo de alma, pues, y aterrado he llegado la Terminal
de Ómnibus de La Habana, con un cielo muy azul y un olor a yerbabuena
que venía del mar o, tal vez, del fondo de algún recuerdo ya olvidado.
Y ahora ha pasado media hora, van a dar las nueve de mi sobresalto,
y yo en esta Terminal de mi posteridad esperando un ómnibus de humo,
un ómnibus que no acaba de llegar pero que ha de estar ahora mismo
entrando por la Virgen del Camino, bajo el estruendo del Himno Nacional,
digo, si los años, si la vida, si los sueños no han cambiado.
Misterioso, en ese ómnibus llegará el mejor de mis amigos.
Un amigo con el cual me siento en deuda. Amuleto en el bolsillo
y corazón más verde que la primavera, con esas dos armas terribles
y un bigote no muy definido aún viene el joven invasor
que se ha propuesto conquistar La Habana, rendirla a sus pies, a
hacerla llorar de amor.
Avanza, muchacho increíble. Metido en tu guayaberita
pálida por los años, avanza. Abrázame como un hijo
o como a un padre, quiéreme sin extrañarte ni preguntar.
Yo te protegeré, yo te fabricaré una camisa azul de estaño
y te alojaré en mi casa, yo te llevaré a pasear, te buscaré trabajo
(o te conseguiré una beca, si has venido a estudiar), te presentaré
muchachas —actrices famosas algunas de ellas—, inclusive
te daré mi cama y me iré con Regina a dormir en el sofá.
Mi sueldo, hasta el último centavo. Soy de ti, pobre ingenuo
que amo y compadezco, igual que tú eres mío sin poderlo evitar.
Y pide, pide por esa boca, joven remoto de niebla y humo.
No mires hacia atrás ni hacia los lados.
La Habana no es lo que supones. Toma la maleta con prisa
y acompáñame. Tápate los ojos, los oídos, no mires, no oigas.
No preguntes, no indagues. Escúchame.
Escúchame a mí que soy mayor que tú y que he vivido en esta ciudad
(y he muerto en esta ciudad) ya casi desde que nací. Ven,
por lo que más quieras. No te pierdas, por favor.
No te extravíes, no permitas que te confundan.
No me hagas cometer nuevos errores.
Comparte mi dicha, mi experiencia. Y mi rabia.
Así te hablaría yo en el pasado.
Hoy en cambio te digo: «Sosiégate, sosiégate,
no tiembles, muchacho remoto, ternura de mis ternuras.
Estás en La Habana. Por fin estás en La Habana, luego de tanto
soñarla. Pero ahora no tendrás que huirle. No tendrás que temerle.
Ni tendrás que evitar al policía ni disparar sobre el policía.
Ni volver a dormir en los parques nunca más.
Digo, si me escuchas, si me oyes y te cortas un pedazo de lengua
(o mejor te la cortas completa y te metes en el Partido),
muchachito mío que quisiera rescatar de aquella eternidad
donde apareces masticando vidrio, candela y vidrio eternamente.
Todo esto desearía yo decirle a mi joven y claro amigo
cuya piel brillaba como las piedras bajo el sol y era tan sencillo
y transparente como la corriente del río Buey, que pasaba entonces
por Barrancas y tan veloz como aquella propia corriente,
que sin cesar se aleja arrastrando sueños y horrores.
Más pasan las horas. Largas, infinitas
pasan las horas de este 22 de junio más largo que un siglo y ya
es mediodía y he vuelto a tomar café por cuarta vez y a comprar
cigarrillos, en tanto, como pedazos de planetas que cayeran
directos sobre el estómago, sobre el alma, sepultando el último resto de esperanza que aún quedaba, continúa
en el andén el tráfago de maletas, el ir y venir de los desconocidos eternos pasando por primera y última vez sin dejar huellas, marcas,
nada para recordarlos después,
continúa el ruido infinito, la precipitación, el pregón de los periódicos,
continúan los altoparlantes anunciando ómnibus que llegan o parten,
y todo, absolutamente todo transcurre en la Terminal
igual que aquel 22 de junio de 1952 cuando me vi de repente,
solitario y solo, el más solo de los hombres, desembarcando
en esta ciudad tan grande. Y acaba de llegar,
¡por lo que más quieras!, ómnibus que traes a mi muchachito de entonces.

(1989)

viernes, 18 de julio de 2008

Isla adversa




Obra del pintor cubano, Nelson Domínguez.










“Dentro están las cosas en su sitio
las crestas
el azul
las heces apacibles (...)”
Apremios (1989), Ada Elba Pérez.

el mar se me suicidó a pedazos,
fue cayendo poco a poco, a mansalva
dentro de mi corazón
y terminó inundándolo.
con él se fugó toda la extensión de la playa
y el sabor de algún rocío extraño
cuando soñaba con la inmensidad
que no se alcanza.
soy testigo de cierta obcecación insular
que no conoce límites
cuando las olas baten contra los farallones
y hacen peligrar el mustio silencio de inoportunas ceguedades.
He subido hasta mi último peldaño para reencontrar
su inmensidad, para escuchar su rumor oscuro
rodeándolo todo
y apenas alcanzo a divisar su traicionera calma
su espesura de signos su encantadora embriaguez
su bofetada traidora justo al borde de un camino
que alguien denominó encrucijada.
Siempre soñé con el mar y su ademán de sombras
infinita frontera entre tanto viento y territorio
blasfemia desaforada que reniega de códigos y dobleces
y lo engulle todo.
Mi mar es otra mentira entre ceja y ceja
una fiesta antigua otra alegoría que me salva/
procacidad convertida en largo sufrimiento
apodado trampa, cárcel, cerco, concilio, simulación, desconcierto.
Mi mar es una isla adversa/
otra frontera innecesaria.

Juan Carlos Rivera
Buenos Aires, 19 de julio de 2001. Sin mar.
Día del amigo.

jueves, 17 de julio de 2008





Gema Corredera y Pavel Urquiza, "La lengua".

Complejo de culpas




Obra del artista cubano, Roberto Fabelo.



La gente está perdiendo razones
se esconde en las almohadas y los rincones
de las maletas,
pues juega a no aparecer hasta
el Día de los Fieles Difuntos.
La gente ya no canta como antes el Ave María,
ni sale a la calle a mirar el sol sin espejuelos,
la retina se ha convertido en un artículo
de primerísima necesidad,
en este planeta ya sin petróleo ni mariposas.
Desde que se inventaron los asteroides
ya no amamos las 24 horas
hasta el amor empalaga y enferma el estómago
con peligro de muerte.
Todo hace suponer que para las próximas Navidades,
dejaremos los remordimientos pegados a los almanaques;
saldremos a la calle en el segundo tren, que en esa ocasión
llegará en tiempo,
a imaginar paraísos y viejos amigos,
los mejores antídotos contra las cicatrices.
Sé que no bastan oraciones para arreglar el jardín de esta casa
la hierba y el cieno salpicaron los tejados
un buen día en que el Diablo realizaba su caridad pública
comenzaba el juego de lo imprevisible.
La gente está perdiendo razones y se inventa naufragios
y batallas,
para saberse vivos, que es una forma de estar en paz
con los suicidas,
y no caer en la trampa de quienes esconden almohadas y maletas
a riesgo de morir de una enfermedad que ahora llaman
complejo de culpas.

Juan Carlos Rivera Quintana,
ya sin culpas por la salida de emergencia/ a tiempo

Filosofía.



Obra de la artista cubana, Zaida del Río.




"Es hora de descubrirnos; pienso, de encontrarnos
desnudos y puros, como si regresáramos del Viaje"
Poemas de "El retorno de Ulises", de Eduardo López Morales.



Adónde vamos sin contradicciones antagónicas ni lucha de clases

bajo aguas torrenciales que enlodan los caminos.

Quiero amordazarme la boca para gritar porqué he vivido/

entre mis manos anidan bandadas

de codornices que se rompieron las alas por tanto Viaje.

Voy aniquilando tempestades con tanta náusea,

desgranando infértiles semillas de maíz /

enterrando sinsabores con cierta mística que me sirve de coartada.

Recién abandonados en la otra orilla

seguimos enterrando nuestros demonios

escondiendo los huesos esparcidos por las guerras de los otros

como temblor podrido sobre nuestras camas.

¿Quién recuerda bajo qué árbol roncaba Dios cuando

otros arañaban los altares y tocaban a las puertas

pidiendo limosnas para el ayuno del Siguiente Día?

Adónde caminamos sin destino cierto

con la razón tímida de un naufragio en altamar,

si equivocamos el camino que ya no conduce al ángel

que pretendimos ser.

Adónde vamos cuando la casa se enmohece y sólo

queda la carcoma para acariciar la pared generosa

y cierta garganta adolorida para pedir perdones y decapitar

rutinas arrancadas por la voces de los que nunca se pronunciaron.

Trato de escribir en la oscuridad un nombre con sabor a derrotero

pero se me escapa hacia el precipicio del frío pensamiento

que alguien llamó filosofía.

¿Adónde iremos cuando los hijos crezcan

y ya no recuerden nuestros nombres?

¿Adónde estaremos cuando se agoten las contradicciones de clases

y peregrinar sea sólo un concepto censurado en los libros de texto?

¿Hacía dónde vamos? ¿De dónde venimos con tanta pólvora escondida?

martes, 15 de julio de 2008

Inacción en el establo vacío



Obra "La quimera", de la artista italo-argentina Mara Marini.




“(...) esperando cada día, cada noche, esa otra luz
que no vigila la persecución de algún objeto”.

Reina María Rodríguez, en Violet Island


Me engullo la codicia y el ruido del agua que dejaron mis padres sobre la mesa/ me trago hasta la última palabra que no dijeron/ aquel error de cálculo cuando mi madre ovulaba sin guantes blancos/ ademanes y explosiones de un quinqué que encendió a destiempo./ Lo masticó todo/ hasta el polvo de mis muertos y el alquitrán en mis narices./ Ya no tengo tiempo para tanto drama aburrido/ para tanta aparición inmóvil que me ronda/ Todo se cuece y se hace pensamiento/ náusea que no cesa/ rebuznar de campana justo a la hora suicida/ sexto piso con balcón indiferente./ Vuelvo a la esquina a buscar nuevos brotes y sólo encuentro un sexo improbable/ agujero de establo vacío/ migas que alguien esparció cuando la liviandad se volvía tedio./ Estoy desnudo frente a la cruz, cae la piedra y se comienza a cerrar el nudo sobre mi cuello. /Amanece en la región antigua y todo huele a toalla húmeda/ a pupila seca/ a oxígeno sucio en un retablo que nunca ha llegado a parecerme ajeno./ Los párpados legañosos intentan limpiar mis suciedades/ comen de mi alimento con impúdicos gestos de hambre insatisfecho/ me corroen por dentro las asperezas/ rinden culto a un cuerpo que cambió y acumuló adiposidades para siempre./ El tiempo es fusilado sin juicios sumarísimos/ es el arte de una legalidad que clava su aguijón entre las carnes de los vivos./ Lo improbable vuelve a ser ecuación segura/ anhelo de paraíso cercenado por la vida./ Mientras tanto, yo sigo allí, en la mesa abandonado a la inacción/ al desdén de la pesada puerta/ simulando tanta delicia que atraviesa mis entrañas/ alimentándome de las migas dejadas por los otros.

22- mayo de 2003.
Buenos Aires

Cábala





Obra de la serie
"Pájaros", de la artista
italo-argentina Mara Marini



A Dulce María Loynaz, la mejor de todas.

También yo quise tener una cábala para inventar enigmas y dormité bajo un vientre con olor a cenizas y limón maduro. Nadie me esperó a la salida del puerto con un pañuelito blanco y tampoco escuché la feracidad de un río refrescando la rivera entre árboles sin luces a punto de fenecer por tantas sombras. Silencios, sólo silencios acompañaron mi andar de paje sin cortesanas ni bufones en cortes que sólo existieron para recordarme que nunca fui noble. También yo blandí mi espada por las causas justas, sólo que mi dardo siempre tuvo la punta mellada y hasta ciertos cristales azucarados con que dorar la píldora al enemigo. Yo también tuve una máscara que nunca usé en las noches orgiásticas de abril pues era más necesario tener guantes blancos para no mancharse las manos con tanta abulia y un pequeño espejito de lata que recordara orígenes y evitara caídas sin sobresaltos. Cuándo podrán romperse estas ataduras al borde de la hoguera sin dejar que cueza sangre en esta olla tiznada, triste remedo de la lumbre que un viajero posó sobre mi cábala. Ya no descifro enigmas y temo a la leña con olor a cenizas y limones maduros, aburrido de tanta punta mellada, guantes blancos y faroles que ya no prenden ni cuando se escucha el pregón matinal. Al parecer ya no se despierta nadie.

Oveja fuera de rebaño








Obra "No te miro", de la artista italiana, residente en Argentina, Mara Marini.










“(...) honrado será el que no altere la
balanza de pesar las culpas/ y valiente
quien acepte el castigo/ y ha de crecer
quien comience a andar después de haber caído”.

Éxodo, Celima Bernal.

Vengo de desahogar mis rabias
bajo el árbol de las lamentaciones
con mi atormentado esqueleto ya sin piel
lacerante y bordado de magulladuras
a punto de quebrar el cristal que le
inmuniza de los cuervos inclementes.
A quién le regalaré la terquedad de este sollozo
y quién recibirá la última mirada compasiva
cuando el tumulto arrastre río abajo
la certidumbre que me seca.
Los amigos no imaginarán cuánto recé por ellos,
recostado sobre el brocal del pozo
donde apenas se dibuja el fantasma
de alguien que deseó crucificarme
tramando con alevosía y prepotencia
sus silencios.
De nada servirá que cadáveres y máscaras
con caras de Dr. Jekyll y Mr. Hyde,
torpemente abandonadas en el recodo de mi espalda,
intenten convertirme en el ser taciturno que fallece
o que alguien disfrazado de Dios
asesine su ternura con gestos de premeditada resurrección.
Lejos, tan cerca de la agónica palabra que se pudre
sigo almacenando la alquimia de quienes
saludan y aplauden la furia de la oveja
fuera del rebaño, ante las nuevas luces del mundo.

lunes, 14 de julio de 2008



Brooke White - "Love is a Battlefield" El amor es un campo de batalla

Surfear en lo turbio



Obra de la artista cubana, Sandra Ramos



"Eres y serás lo que recuerdas, / lo que una vez llegaste a imaginar”,
de Reinaldo García Ramos, en La quietud).


Pisar el rellano, el descansillo de la vida
imaginando un pedazo de ventana que no muestra
perspectiva alguna,
sólo una pequeña sombra descolorida, un alarido
que viene desde adentro, desde las lacias tripas
intolerantes al crecimiento atípico e impávido de sus células
a la patología que carcome y necrosa/ al tumor
que lo engulle todo.
Descender abruptamente el escalón, caer, levantarse
con las manos enrojecidas (adoloridas por el batacazo)
con la boca pastosa, acompañando esa luz menstrual,
casi uterina
que el semen no alcanza a conmover y fundir/ a procrear
Degustar una cena recalentada e insabora
detrás, de una voz radial, en off que rompa la rutina
intentando acariciar por dentro el cuenco del tímpano
y sólo conseguir un lamento oscuro, un pozo ciego
sin olor a mar, una caja negra intelectualmente vacía
donde la rutina vaga disonante hasta el escondrijo
comatoso de la axila indiferente al desodorante matinal.
Surfear hasta donde llegue el impulso y caer como un amasijo
caliente que entumezca la lengua, que te atragante y paralice
como un eructo repentino
en medio de una conversación formal, que aparece
semejante a cierta desazón muda,
que te saca las ganas vespertinas de orinar y te eclipsa
hasta los ojos.
Sólo entonces es que te traigo de vueltas, al comienzo/
sin rellanos ni descansillos
sin ventanales ni cenas disonantes, evadiendo formalidades
que pulvericen esa ligadura/ sin altares con festejos afros.
Y te retengo en el silencio, te exprimo completamente/
hasta lo inadmisible intentando resucitar viejos tiempos,
pero son sólo eso: vanos intentos de resucitación forzosa,
traqueotomías
de puertas abiertas que buscan aires portuarios y salitre
en una ciudad temerosa/ contraria al mar.
¿No sé qué hacer cuando todo se detiene y confundo los olores
y sonidos? Entonces las ganas intentan evaporarse tibiamente/
me paralizo/ dejo de surfear en lo revuelto y siento músicas raras,
que me quitan las fuerzas de seguir encima de la tabla por temor a
caer en las fauces de los tiburones.
¿No sé si darte de comer como a las avecillas raras, inventarte
un mar sin corrientes traicioneras o echarte lejos de mi almohada hosca
hasta que recuerdes?



14, enero 2008.



Pablo Milanés, Polito Ibañez y Chucho Valdes, al piano.

El arca de Noé




Obra del artista argentino, Sergio Merayo.





Es cierto: “el derecho a ser héroes se conquista”
Slogan revolucionario


Hemos perdido la tierra desde que comenzó el diluvio,
en esta diminuta arca sólo se escucha el ronquido
de ratas y palomas,
feliz destinos para las aguas feroces
que terminarán inundándolo todo con la procacidad
de buscar un nuevo orden.
Sostuve la centella azul con mis dientes,
pero nunca me fue entregada la llave para llegar
a paraíso firme. Anduve, caí, adopté la risa del pez
con la llama y su eterno crepitar de lentejuelas
circulando muy cerca de las alas del diablo,
sólo que el mar borró, una vez más, mis huellas
sobre la arena.
Gocé de las pesadillas en la oscuridad del foso
imaginando recalar en una ribera sin la memoria
de otra partida.
Alguien torció la cuerda en medio de la tempestad
y algunos corazones frágiles escucharon el tañer
del arpa con sonrisas de vencidos a la deriva.
Nuestra suerte esta escrita: somos un amasijo
de bestias y ángeles con una costumbre enfermiza
para las tristezas y los perdones.
Sólo que unos pocos siguen buscando un puerto seguro
donde recostar su espalda o una playa desierta
sin arenas movedizas.
Mientras, yo escribo e imagino bienvenidas
en este río rojizo a donde no llegará el arca
con su angustiosa manía de no alcanzar el horizonte.

Buenos Aires, 9 de julio 2005.

Noche de Pesaj




Obra del artista argentino, Sergio Merayo.




"Mi corazón no es una puerta
sino el recurso de los fusilados
una pared endeble y arañada
si acaso".
(Poema XXXII, de Juan Antonio Molina)


En el marco de la ventana está la copa de vino/

circuncidada con el mejor licor sangre de Cristo,

allí yace pese a los socavones de la noche

y la lluvia de agua bendita que cae de un cuadro crucificado

en el dintel de la puerta.

En la esquina de la máscara recién lavada para sostener nuestros silencios

está el recipiente con sabor a uvas amargas para el profeta Elías,

que pasará entre las sombras a beber del contenido y seguir su camino.

A cambio nos dejará como testimonio de su existencia: la copa vacía,

esa implacable luz que no consigo apartar de tu plomiza calma.

Tengo para regalarte en esta Noche de Pesaj un pez que me traje,

para recordarte siempre mi desdicha por no tener un mar
que apacigüe el aliento.

¿Qué puedo hacer si me equivoqué de rumbo y siempre sentí hostilidad hacia

los cuadrantes y los mapas desplegados?

Nunca supe que en esta vitrina estaba ausente el mar

para eternizar las palabras.

Tengo para entregarte estos dos lápices con que escribiré de las peleas

y las lanzaré al fondo del pozo para sostener los sueños que naufragan

entre las brasas y el aleteo agónico de las mariposas que socorren la terraza.

Hablo de un tiempo de raras celebraciones y liturgias de mazapán

que se escabullen entre los visillos de nuestras borrosas ventanas.

Pero el reloj transcurre como el silbido

de un tren que sube una escarpada colina sin dejar rastros/

sòlo la quieta huella devorada

por los huesos frágiles de estos tontos amantes.

No quiero que anochezca sin mirarte de frente

pues siempre cargo con estas valijas

hacia mi propio encuentro y aún queda abundante vino en tu sabio nombre.

Estoy moviendo a la deriva mis huesos dentro de un túnel

y la canción de las cítaras es engañosa.

Sobre las claras tempestades homicidas temo mucho

que lo dicho ya lo hayas escuchado en otra historia.

Eres tan inocentemente torpe que no consigues entender

que cuando cruzas los brazos sobre tu pecho soy yo el que resucita.

jueves, 10 de julio de 2008

Ala rota








Obra del artista cubano, Pedro Pablo Oliva.










“Soy el pez de la bahía/ el de las corrientes grises/
el que amanece otra vez bajo los barcos/ o bordea la
costra de petróleo en el diario desuso de la vida”.
Apremios (1989) Ada Elba Pérez.


Hay un rostro de ángel arrebatado de equilibrio
harto de la oquedad de los discursos y las herejías,
develando su torpeza frente a los espejos,
dando portazos ante algún asomo de ciudad húmeda
perdida en un pasillo intransitable.
Cansado ha venido a intentar su último ascenso
su despegue/ antes de estrellarse contra el diente de perro
y la palabra inválida de cierta ala sujeta a una cabeza,
al borde del precipicio y la colina.
Hay un rostro amarillo desde su retrato
hinchado por el miedo que le cuece la pupila.
Nadie salvará su caótica plenitud de crisantemo roto
su sediento vagar por los confines del mundo
tras el polvo extraviadamente gris
de una sospechosa despedida.
Sus sueños no volverán a tener aquella vocación de altura
aquel existir de cometa blanco de domingo,
frágil memoria de vuelo roto hasta el cansancio,
angustia de pájaro acorralado por el rugido del mar.
Después sólo escucharemos el eco peligroso y la caída,
cierto derrumbe danzante que no alcanza el equilibrio,
pretexto vacuo para erigir un monumento de hélices quebradas
en medio del camino.


Juan Carlos Rivera

jueves, 3 de julio de 2008

Uno




Obra del artista cubano, Pedro Pablo Oliva.









"(...) engañosamente se presenta como el confín
de la promesa que miente con labios de oro".

Un bamboleo frenético, de Virgilio Piñera.



Uno es como un fantasma que anda los caminos

con la voz apretada y las sonrisas escondidas

buscando la verdad como alquimia de

existencia

repleto de caballos cerreros/

orinando en cada almendro que relame el mar

con la firme certeza de encontrar el equilibrio

aunque sólo camine sobre muelles podridos.

Uno es el frío, la terrible doblez de la ventisca

que renueva sus atuendos

en otro cuerpo maniatado por las interrogantes,

acosado por los recuerdos de quienes reconstruyen su propia

desmemoria. Uno es tantas mentiras que no dijo/

tantas verdades que inventó/ tanto hombre insatisfecho

en una ciudad equivocada /Uno es tanta presencia

hambre-desvelo-rama-de-árbol-retorcida-corazón-sangrante

cama-triste-noche-áspera-con olor a desconsuelo ensangrentado.

Uno es tanto nuestro padre ante el espejo,

tanto preservativo mugriento/

tantos silencios dentro de los ojos/

tanto-oportunismo-enmohecido

enmascarado-a mansalva-por-las-manos/

tantas traiciones esperando

en las esquinas. Uno es tantos muros que se caen/

la insoportable desesperanza de aquellos

camalotes arrojados al río.

Cuando pasa el miedo somos eso, follaje golpeado

contra las veredas

verdades como putas que se derrumban en los casinos.

Uno es tantas cosas que no tuvo tanto desconsuelo enmascarado

tanta-mirada-tibia.