lunes, 14 de marzo de 2011

Caligramas escritos sobre la piel




Obra del artista cubano Humberto Castro.

Me has grabado tu nombre en los hombros, me has distinguido con tu marca. Las yemas de tus dedos se han convertido en bloques de imprenta, estás componiendo un mensaje sobre mi piel que le da sentido a mi cuerpo. [...] Escrito en él hay un código secreto”.
Jeannette Winterson



En el trazo profundo que llevas en el hombro
un colibrí revolotea asustado y mira de soslayo tu huesudo cuello,
husmea los olores y escucha tu cáustica manera de involucrarte,
es testigo mudo del laberinto de decires de tus escaramuzas,
mientras en otro dibujo cercano una víbora vomita su lengua
y amenaza con cazar la presa.
Sobre la tinta roja y azul de la bandera que te acaban de
tatuar abrazando el pecho, junto a una orquídea morada que te
regalaste para el último cumpleaños,
(siempre ese adicta compulsión al autorregalo de códices)
la filosa puntada de la aguja tejió varias ficciones, quizás un aforismo:
no volverás a vivir donde naciste, tus cenizas serán esparcidas lejos de
los tuyos, nadie te recordará cuando mueras… sólo tu perro.
En el tatuaje abstracto, (el primero que te hiciste en la espalda),
aquel donde dos sexos confusos se enredan en un apretón asfixiante,
promiscuas gotas de sudor se posan ahora desatando
insólitas interpretaciones, algún litoral sinuoso
adonde no llega tu marejada, cierto oculto simulacro,
un reproche convertido en expiación,
aquella escapatoria que siempre supo a estigma, a destierro.
Desde la puerta abierta del baño mientras te duchas
puedo avistar el afinado caligrama que se oculta
en lo más velado de tus entrepiernas /
La Habana te sigue quedando lejos pero pretendes
volver cada noche cuando te miras esos puntos oscuros,
la grafía que exhibes impúdicamente como documento de identidad
e incisión envenenada, cierto enigma ininteligible cual rompecabezas,
mueca de barricada en pleno cónclave político caribeño,
que sazona la propaganda fort export remachada en la piel.
En todos los riscos de tu dermis la escritura retumba
con vibra huracanada, truena y esculpe con sangre
su memoria para no cicatrizar,
(único lujo que no se pueden dar los peregrinos).
Con mucha paciencia consigo abandonar la interpretación de mensajes
de tu difusa geografía, los esquemas receptivos de lectura,
los pliegues de la historia, la sumatoria de todas
esas identidades sígnicas y desgarraduras
almacenadas sobre la carne.
Estoy frente al itinerario de un sujeto en dispersión que tú no reconoces.

Catalejo con sabor a sed en mar incierta




Obra del artista cubano Humberto Castro.


“ Y cómo huir cuando no quedan islas para naufragar, al país donde los sabios se retiran del agravio de buscar labios que sacan de quicio”.

Peces de ciudad, de Joaquín Sabina.

Alguien sigue intentando unir en nosotros sus retazos,
sus jirones de eternidad chamuscados por un fuego que no cesa, que busca
el paisaje perdido dentro de un catalejo que cierto niño lúdico
mira con la curiosidad de querer retener en tierra de nadie.
¿Quién se acuclilla dentro de mí? ¿Hasta dónde emigra conmigo?
¿Quién se recuesta sobre sus victorias peregrinas en la pared de brumas
de mis lóbregos huesos y tras los párpados doloridos?
¿Quién esconde su mirada de rehén en noche desconocida
por senderos de zarzas? ¿Hasta dónde quiere llegar?
¿Quién escribe sus secretos desprendidos como una bocanada
extranjera e intenta vanamente dejar sus sedimentos de velero fantasma
en noche de mar con promesa de muerte?
¿Por qué profundiza tanto si sólo le quedan restos...
cascajos, ilusorias memorias?
Desde adentro de mis carnes se apuntalan espejos y señales
que ya ni intento transcribir... poco importa, me he pasado la vida
descodificando los discursos vanos de los otros/
buscando islas naufragas para el retiro forzoso,
como un noticiero después de la batalla,
como salir al encuentro de alguien que no llega...
cual noche cortada con empalmes de siglos
(en mala versión insomne).
Todo cuece y calcina dentro mío, se evapora y sube, se difumina
entre nombres secretos y catedrales que nunca pisaré.
Las aguas crecen, se desparraman, revientan de gozo
y yo sigo sin entender nada, sin querer interpretar
las vetustas orgías como olas/ los largos bostezos como olas
las raras alucinaciones como olas/ los pétreos islotes como olas.
Allá detrás, sobre las planicies y colinas de mi tierra se escabulle
(un espectáculo de inmolaciones)
que deja a la intemperie maleficios y cegueras
alucinaciones eternas/ eternos escombros
perdurables lutos/ perennes precipicios/ sempiternos centelleos
como duros pedazos que nadie podrá volver a unificar
(eternamente).
Una escalera insondable extravía sus rutas y repliega
sus sombras hasta la última morada,
aquel gran portón que no quiero abrir por temor al juicio final.
Estoy predestinado para mejores momentos/ para traspasar la niebla
aunque siga tropezando con el pedrusco de siempre
aunque pierda los dientes y la piel en la caída
y tan sólo me queden vientos y manos desertoras/ mutiladas reliquias,
retazos de eternidad en fechas de mordazas y miopías.

27, mayo 2009. Frío húmedo, que paraliza.