jueves, 18 de febrero de 2010

Roma: la eternidad hecha urbe




Texto y foto: Juan Carlos Rivera Quintana





El viejo refrán que reza: “Todos los caminos conducen a Roma” siguió teniendo un efecto casi axiomático. Por ello al final de mi viaje por Italia, la “Ciudad Eterna” - como se le llama a Roma - tenía que ser un destino obligatorio. Y aunque fui tan sólo por tres días terminé quedándome cinco, pues había mucho para ver y sentía que el tiempo no me alcanzaría para tanta maravilla.

Roma – el corazón político de Italia y la sede del Estado Vaticano- es una ciudad deslumbrante por donde quiera que se la mire, que ejerce un hechizo particular sobre los viajeros… por sus monumentos; su rica historia; sus áreas arqueológicas; sus calles: sus reputadísimos museos de arte; sus galerías y tiendas; restaurantes, iglesias; su gastronomía; el Río Tevere impasible y caudaloso, omnipresente en toda la urbe que cruza la ciudad formando amplios meandros y sinuosidades y sus barrios bohemios donde se puede respirar la verdadera existencia del italiano común, como el barrio Trastevere. En Roma coexisten, sin ningún tipo de incomunicación, el pasado antiguo con la vida cotidiana de una metrópoli moderna. A ella se puede llegar con facilidad en avión, en tren o en bus.

Yo decidí hacerlo desde la Termini di Florencia en un tren de alta velocidad, el Frecciarossa, que se destaca por su confort, su puntualidad y hasta tiene un restaurante abordo. Dicho viaje se realiza en unas tres horas aproximadamente y a una velocidad promedio de unos 250 kilómetros por hora y permite admirar los paisajes de las ciudades intermedias, muchas en invierno nevadas y blanquísimas, lo que convierten el itinerario en un verdadero enigma con imágenes imperdibles y aconsejo tener la cámara fotográfica cerca.

Llegué a Roma, considerada la capital del mundo antiguo durante más de cuatro siglos y después del mundo cristiano, con mucha ansiedad y muchos deseos de comenzar la recorrida. El haber permanecido en el Hotel Rivoli, por tres días, ubicado cerca de la Villa Borghese y un poco alejado del centro de la urbe, no fue un obstáculo para las visitas a los sitios de interés, pues los colectivos suelen ser puntuales y una vez conocidos sus horarios sólo queda organizarse.

Al Coliseo me voy…

El Coliseo, el monumento símbolo de la ciudad, fue el primer sitio de peregrinación. Esta mole de concreto elíptica, de unos 50 metros de alto, es uno de los monumentos antiguos más importantes del mundo y junto a él se ubica la enorme área arqueológica de la urbe. Los restos colosales del anfiteatro, que conserva casi intocable su monumentalidad y fuerza simbólica y hasta sus arcos triunfales, ahora están despojados de sus mármoles y de las estatuas que lo revestían, dejando ver las galerías subterráneas, las escaleras y hasta las estructuras soportales. En él tenían lugar los duelos entre gladiadores y las luchas con los animales salvajes, que constituían una forma de diversión en la antigüedad.

Muy próximo a ese lugar se ubican los foros romanos, con los montes palatinos de fondo. Esta zona era el epicentro comunal de la antigua ciudad y en la que se desarrollaba el comercio, los negocios, la religión, la administración de justicia y hasta la prostitución en los baños termales y públicos que le rodeaban. A escasos 500 metros está la Piazza del Campidoglio, uno de los más interesantes complejos arquitectónicos romanos, ubicado en la cima de la Colina Capitolina, una de las sietes colinas de Roma.

Esta plaza es todo un ejemplo de continuidad urbanística, donde el afamado artista italiano Miguel Ángel Buonarotti bosquejó y edificó, en el Renacimiento, la primera plaza moderna de Roma, abierta sobre una monumental escalinata, coronada en el centro de la plaza por una réplica de la escultura ecuestre de bronce de Marco Aurelio, que Michelangelo realizó y fue donada por el Papa Pablo III, con posterioridad. Hoy, la Piazza del Campidoglio alberga al Ayuntamiento de la urbe y es uno de los centros decisorios de poder y de los procesos civiles. Entre los lugares de interés de la Piazza se pueden enumerar los Museos Capitolinos, el Palazzo Nuovo, el Palazzo dei Conservatori, el Palazzo Senatorio y, por supuesto, la Cordonata, con sus estatuas de leones egipcios y los personajes mitológicos de Cástor y Pólux. En la parte superior de la Colina del Capitolio, se ubica la iglesia de Santa María de Aracoeli, construida sobre el antiguo templo de Juno, del S. VI.

Detrás de esta plaza se encuentran las terrazas del Victoriano, con un monumento imponente de mármol blanco a Vittorio Emanuele II, primer rey de Italia, y que acoge, además, el Altar a la Patria y el sagrario de las banderas.

La Basílica de San Pedro, muy próxima al Estado Vaticano, es el símbolo de la cristiandad católica y una joya arquitectónica del siglo XVI. En su interior se encuentra la famosa Capilla Sixtina, pintada por Miguel Ángel. Su “Juicio Final” sobrecoge por la belleza plástica y tiene algunas curiosidades dignas de destacar, como el retrato de Minos, que el artista pintó con orejas de asno y representa el rostro de Biaggio da Cesena, un mecenas que se opuso a los desnudos que aparecen en los murales de la iglesia y Buonarotti quiso vengarse de esa manera. El artista tambièn quiso dejar su huella pictórica y se dibujó en la piel que sostiene San Bartolomé, representando su lucha interna por la fe. Algo debe destacarse: Miguel Ángel nunca utilizó modelos femeninas para sus pinturas, por sus inclinaciones homosexuales. Ello explica que las mujeres de los frisos exhiban una poderosa musculatura varonil.

Entre las Basílicas Papales que no pueden obviarse están, además, la de Santa María Maggiore, que está cerca de Vía Cavour, y es la única que conserva su estructura original. Dicho templo, toda una joya constructiva por su belleza, domina desde hace 16 siglos la ciudad y guarda en su interior invaluables reliquias artísticas. A pocos metros, está la Basílica de Santa María Prassede, que conserva un segmento del supuesto pilar sobre el que Jesús de Nazaret fue flagelado y torturado antes de su crucifixión y exhibe en su decoración interior sobrecogedores mosaicos y frescos antiguos.

Cincuenta años de la Fontana

En Roma uno puede dar con los monumentos más inconcebibles sin siquiera proponérselo. Ello me sucedió en el cruce de tres calles populosas con la Fontana di Trevi, una de las fuentes más famosas del mundo, con un diseño muy romántico, toda una maravilla barroca que me dejó verdaderamente obnubilado. Custodiada por la figura de Neptuno y rodeada de tritones y caballos de mar, realizados en mármol blanco, la fuente adquirió mayor notoriedad internacional cuando fue escenario, hace cincuenta años, de una escena de la película de Fellini, “La Dolce Vita”, en la que Anita Ekberg se zambulle semidesnuda en la fuente e invita al afamado actor italiano, Marcelo Mastroiani a hacer lo mismo. La leyenda dice que el turista, al llegar a la fontana, si desea regresar a Roma, debe echar una moneda y que ello tambièn le dará mucha suerte en el amor. Yo no quise ser la excepción y me sometí al consabido ritual pidiendo mi deseo, además.

En el itinerario no podía faltar una visita a Piazza Spagna (Plaza España), el símbolo de la Roma elegante y de alta costura. El sitio, uno de los más concurridos por turistas, a los pies de la escalinata de Trinitá dei Monti, se convierte en la mejor vista para admirar la plaza y ver la extraordinaria fuente “La barcaza”, del artista Pedro Bernini, (padre de Gian Lorenzo), asentada al final de la Vía Condoti. En sus predios, en el verano, suelen realizarse los grandes desfiles de moda italiano y en sus alrededores se ubican las grandes boutiques de los más afamados diseñadores de ropas y joyas del mundo.

Pero Roma es una ciudad de fuentes, de ahí que sugiera no dejar de visitar, además, la Fuente del Tritone, en la Plaza Barberini, realizada por Gian Lorenzo Bernini, en 1642; la Bocca della Veritta (Boca de la Verdad), una antigua máscara de mármol pavonazzetto, que goza de fama legendaria para lavar la reputación de quien la ha perdido, y yace colocada en la pared del pronaos de la Iglesia de Santa María de Cosmedin, en el año 1632 y la Piazza Navona, perteneciente a la etapa barroca romana, donde se encuentran tres hermosas fuentes: la de los Cuatro Ríos (1641), construida por Gian Lorenzo Bernini, que representa los cuatro grandes ríos conocidos por entonces. En la actualidad esta fuente está sometida a restauración. Además se encuentran la Fonttana di Neptuno (1574) y la Fonttana di Moro (1576), realizadas magistralmente por el artista Giacomo della Porta.

Sin dudas, si de París suele decirse que bien vale una misa, de Roma podríamos confirmar que bien vale una estadía, de al menos de cinco días para tener un pantallazo de algunos de sus tesoros y reliquias artísticas e históricas.