viernes, 10 de septiembre de 2010

Pleamar y bajamar





Obra del artista cubano Florencio Capestani.






“(…) Cuando vengan por mí, solo hallarán estos islotes ensangrentados de mi hígado y un trágico naufragio”.

”Quemar la naves”, de Obdulio Feneto Noda.


Dentro de mi corazón arrítmico un barco entra lento, casi espectral/
trata de abarloarse a un subrepticio muelle en un puerto remoto
que le permita atar fuertemente su cabo a la válvula mitral
y quedarse para siempre entre sonidos atonales cuando cierre
mi válvula aórtica y todo se torne mansamente siena e inerte.
Para entonces tendré que abrir nuevamente las compuertas,
dejar que todo fluya en la acequia/ que rebalse de glóbulos rojos
las entrañas en ese ir y venir del ciclo,/ que todo se inunde desde adentro,
desde las vísceras mismas del pozo ciego y rebote el eco
que confunde la memoria y petrifica el olvido. No sé como expatriar
esa maniobra aventurada y predecible, que huele a escapatoria
y me deja exánime para siempre, si las barcazas ya no quieren irrumpir
y hasta ese fortuito bajel se lanza a una última aventura
a sabiendas de que podría costarle cara y terminar desmembrado,
ensangrentado contra el hormigón de mis huesos.
Palidezco con labios temblorosos y mirada sitiada
cuando el pitido de la sirena se escapa afuera
y no puedo acallarlo dentro, por más que lo intento.
No tengo costumbre de ir con cara de lobo de mar entre
los recién llegados a la escollera en la que se ha convertido mi pecho.
Transgredo las fronteras, los límites, las sombras de una nave
que entra al embarcadero y termina engañada,
perdida entre una tinta más dispersa que la sangre
y la humedad que se escapa de mis ojos turbados.
Alguien - un viajero sin abrigo - intenta arrojar desde la proa
algunas monedas en señal de buen augurio, sin comprender
las razones por las que el timonel teme
que el mal tiempo nos escore y hunda.
Sin explicaciones se da la orden del achique
antes de permitir dejar el barco y la banda de música
entona un himno lastimero con tufo a salitre muerto.
Y es que la vida suele proceder así: entre pleamar y bajamar/
recalos y despedidas apiñadas en tantos puertos
donde cada ola es una anunciación de que muy pronto podremos divisar
la marea mortecina que enmascara aquellos territorios
de migraciones y destierros.


10 de septiembre/2010, sin embarcadero cerca.