martes, 29 de julio de 2008





"Fields of Gold" (Campos de oro), interpretado por Eva Cassidy

Eva Cassidy (2 de febrero/1963-1996), mi cantante preferida, ha obtenido elogios mundiales al ser una intérprete sin igual de temas como "Fields of Gold", de Sting, y clásicos como "Over the Rainbow", (los cuales se encuentran en su álbum "Songbird", de 1998). Lamentablemente, Eva Cassidy falleció el 2 de noviembre de 1996 después de luchar contra un melánoma de piel. Sólo tenía 33 años de edad. Su voz prístina y su elección de canciones sólo añadieron intensidad a sus grabaciones que hicieron más efectiva a su música. Pero si ella hubiera vivido, su capacidad para hacer que cualquier canción sonara como nueva por medio del poder de su voz aún hoy le permitiría obtener los bien merecidos elogios que, lamentablemente, nunca vivió para ver.

Irónicamente, ella nunca quiso ser cantante profesional, pues trabajaba de jardinera paisajista mientras vivía en Bowie, en las afueras de Washington DC, donde finalmente la persuadieron para que cantara el álbum "Live At Blues Alley" (1996), en los clubes de la zona. Después de reunirse con el productor e ing. de sonido, Chris Biondo y de incorporar estilos folk, jazz, gospel y blues, grabó canciones desde el tradicional "Oh, I Had a Golden Thread" hasta "Songbird"; la mayor parte de este material fue lanzado de forma póstuma en compilados tales como "Eva By Heart".

Eva Cassidy, sin lugar a dudas, es una de las grandes cantantes de la historia musical nortemericana y aunque su lugar en la música popular de esa nación es discutible todavía, no se puede negar el poder de sus grabaciones y el toque mágico al convertir todo lo que cantaba en memorable; de estar aún con nosotros cuánto hubiera logrado.

Imperfectamente la nada



Obra del artista cubano, Nelson Dominguez.






“(…) el ojo lascivo/
socavando la pesada mugre del tiempo/ enamorando”.

El David, de Francisco Morán.


Ni siquiera fantasear que existe algún deseo/
una metáfora perdida en cierta esquina opaca.
Ni siquiera imaginar que haya arrojado su cuerpo
en el camino, despojado sus ropas, saciado su sed/
en el vino ácido de un cántaro roto,
donde atan sus tristezas los bienaventurados de este mundo,
(los peregrinos).
Yo conocí a cierto señor con embarcaciones de poco lastre/
las bendecía con los reflejos proveniente de algún faro fantasma
en la medianía ignota de una isla con mala prensa/
las lanzaba al mar con la furia de Odiseo,
sin pensar en algún puerto seguro
sólo en un derrotero ilusorio fuera de sus costas,
en una escapada a tiempo.
Somos imperfectamente la nada/
esa luz irreflexiva que lo cobija todo
sin pensar en los animales cabizbajos que van al matadero.
Somos imperfectamente la vigilia/
las escaramuzas y equívocos de algún pescador
que se pierde en la inmensidad que lo eterniza.
Somos la nada imperfecta/
un grano de arroz en un plato de lentejas rancias
que nadie come/
peces claros que saltan dentro de la tarralla y el morral
para terminar sin cabeza, puestos en orden de prioridad
en alguna sartén dorada con poco aceite.
Somos imperfectamente el deseo
el impasible ocio que atraviesa la ventana
para dar luz a un velador estéril,
donde alguien lee este tonto poema
imaginando marineros y putas que invitan a beber
sin aliento en ciertas tabernas con puerto oscuro de fondo.
Siempre el instante imperfecto del encuentro/
eternizará el incurable hedor a tregua en alguna cama al amanecer.

27 junio de 2005.
Buenos Aires, día húmedo si los hay.