viernes, 27 de febrero de 2015

Génova, la señora del mar: Grande amore




Texto y fotos: Juan Carlos Rivera Quintana

Desde una habitación del Hotel Meliá, en Génova, ubicado en la Vía Corsica y muy cerca del mar y el puerto, un televisor – como tantos otros millones - está prendido, en la noche invernal de febrero, en uno de los canales centrales de la RAI, desde donde se transmite  - en directo - desde el Teatro Ariston, de esa localidad ligura, la noche de  premiación del famoso Festival della canzone italiana o Festival di Sanremo 2015, conducido, en esa ocasión, por Carlos Conti

En la pantalla plana del televisor, se asoma Gianna Nannini, una voz rajada y rasposa pero mágicamente musical, con una manera indiscutible para decir el rock italiano, que interpreta, la canción que por estos días la ubica en los primeros lugares de las radios, los canales televisivos y las ventas discográficas de ese país: Sei nell’ anima o “Estás en mi alma”. 

Vestida de un masculino blanco, la cantante y compositora italiana, aquella misma que, en 1994, desató un escándalo diplomático entre Italia y Francia, al colarse en el balcón del Palacio Farnesio, sede de la embajada francesa, en Roma, e improvisar un concierto en protesta contra la decisión gobierno galo de reanudar los experimentos nucleares en el atolón de Mururoa, casi grita desoladamente y corre como una desesperada por todo el escenario diciendo:  Voy punto y aparte así/apagaré las luces y de aquí desaparecerás/ pocos instantes/Mas allá de esta niebla/más allá del temporal/ será una noche larga y clara/Se acabará/ pero es la ternura lo que nos da miedo/Estás en el alma y allí te dejo para siempre/suspenso, inmóvil, imagen fija/un signo que nunca pasa más./Voy punto y aparte verás/lo que queda atrás no es todo falso e inútil/Entenderás, dejo pasar los días/entre certezas y errores, en una calle estrecha, estrecha hasta ti/Cuánta ternura, ya no nos da miedo/ Estás en mi alma”.

Luego sabríamos - no sin cierta decepción - que los chicos del trío lírico, Il Volo, fabricados por una discográfica para vender música de bell canto a la juventud italiana, se llevarían el primer lugar del certamen, de San Remo, con su pegajosa canción: “Grande amore” y nuestra intérprete preferida del concurso: Malika Ayane, con su canción pop: “Adesso e qui  o (nostálgico presente)” tendría que conformarse con un tercer lugar y el galardón de la crítica especializada italiana. 

Pero es que desde Génova se tiende a perdonar todo, incluso las malas decisiones de los jurados de canciones italianas y hasta el hecho de que la ciudad sea un destino casi siempre ignorado por los itinerarios turísticos y no figure en catálogos de viajes, como suele pasar, porque aunque su fama se ha sustentado a través de los siglos en sus proezas navales y el potencial comercial, como primer puerto de Italia, es una urbe que impacta ediliciamente, que descubre una diversidad y un eclecticismo, en sus mansiones señoriales, sus iglesias, sus pequeñas plazas, fuentes, los olores de sus cocinas, sus caruggi (callejones serpenteantes y apretadísimos con trazados medievales) y hasta sus ropas tendidas de casi medio mundo en las altas ventanas de sus viejos edificios, que pocas metrópolis europeas podrían jactarse de poseer.

Basta tan sólo con adentrarse en su casco antiguo para darnos cuenta del potencial de Génova. No por azar, artistas de la talla de los escritores Lord Byron, Shelley, Dickens, Flaubert, Turner, James, Browning, Dylan Thomas, Proust y pintores de la trayectoria de Boldini, Veronese, Tintoretto, Tiziano y Carpaccio hicieron parte de su obra desde mansiones genovesas donde se sintieron muy a gusto. Y la lista de músicos, actores y dramaturgos europeos sería interminable. 

Con una ubicación estratégica en el centro de una gran bahía y recostada sobre las laderas y crestas de una docena de colinas, Génova está atravesada por barrancos, colinas e innumerables montañas de gran altura y posee un territorio municipal de 244 kilómetros cuadrados. A sus pies una delgada franja costera en el mar de la Liguria teje y desteje – como Penélope frente al mar – las viejas tradiciones genovesas con la ligera brisa del Mar Mediterráneo y cada barco que llega o sale de la urbe es un acontecimiento, como suceso lo es además el ir de venir cansino de las olas marinas contra las piedras y las fortalezas de la ciudad real y bajo esos muelles a lo largo del Puerto Antiguo, que gracias a la magia del dibujo del afamado arquitecto Renzo Piano, se convirtieron en paseos animados, avenidas con palmeras, gran número de bares, restaurantes y un hábitat suspendida sobre el mar.  

La Génova contemporánea “imponente, sólida, casi orgullosa, limpia y bien puesta”, como la definiera el médico y neurólogo austriaco, fundador del psicoanálisis, Sigmund Freud, es hija de la siderurgia, del calafateo - en varadero – de grandes buques, la construcción de barcos de cualquier calado, la industrialización, la petroquímica, la mecánica pesada, los enlaces ferroviarios y las grandes carreteras. 

Y  por la Riviera de Ligure podríamos escapar  a uno de los centros turísticos más selectos y caros del país, llamado Portofino, con su cala marina de botes de vivos colores y sus vistas al atardecer, ubicado en el centro de una profunda ensenada, y otro día recorrer las maravillas de Cinque Terre (Cinco Tierras), ese quinteto de borgos marineros, situados frente al mar con sus olivos y pinos, hasta hace poco tiempo inaccesibles por ruta, pero que ahora con las vías férreas y las sinuosas carreteras con pendientes y fuertes curvas lo colocaron en el gusto de los turistas. Y nos referimos, sin dudas, a Manarola, Vernazza, Monterosso, Riomaggiore y Corniglia, que domina el mar desde una altura de vértigo… pueblitos todos con playas más o menos extensas, farallones y grandes acantilados, orientados a la agricultura de cítricos, vides, al turismo y, por supuesto, la pesca. Sus atractivos pasan desde la íntimas playas de guijarros, hasta los paseos costeros como el Vía dell’ Amore, que ensambla Manarola con Riomaggiore, en sólo 1,6 kilómetros de vereda, frente a la brisa y el salitre.  

Génova y sus apretados callejones

Y es que en dicha ciudad no se precisan de mapas, ni brújulas, porque lo adrenalínico e impactante es perderse entre sus callejuelas y dar de bruces frente a edificios seculares, como el Palazzo Rosso; el Bianco; el Tursi; el Spinola di Pellicceria y el Reale - en Vía Garibaldi - en pleno casco antiguo. Muchas de estas mansiones declaradas Patrimonio de la Humanidad, por la UNESCO, y convertidas en grandes pinacotecas, donde se exhibe importantes colecciones de arte moderno y contemporáneo o se puede apreciar pintura del Renacimiento al Barroco genovés.

Otro capítulo aparte sería el puerto y los paseos en barcos para apreciar la ciudad desde otra perspectiva visual. Es el puerto abigarrado, lleno de grafitis, multicultural, antiguo y por momentos caótico, pero siempre interesante. Allí se destaca la célebre Lanterna, antiguo faro que destella en las noches.  

En otro de los días de recorrida, leyendo el diario “La Stampa” y apurando el clásico vino espumoso italiano, Prosecco, desde una taberna en el centro, me notificaba por el periódico italiano que dicha metrópoli es uno de los destinos preferidos por inmigrantes latinos y africanos. Y ello se empieza a notar en sus calles, en la comunicación interpersonal y en el patrimonio cultural identitario de sus moradores. 

A pesar que Italia, puso en vigor, hace poco tiempo, una Ley de Inmigración, conocida como Paquete de Seguridad, que contiene las nuevas normativas para la inmigración y en la que además considera como un delito penable la inmigración clandestina y exige presentar el permiso de residencia para poder realizar actos civiles, como casamientos, nacimientos o decesos, por ejemplo, Génova posee aproximadamente unos 70.000 inmigrantes de origen latinoamericano, en la actualidad, y se estima que al menos 15.000 mujeres extranjeras viven y trabajan sin tener el permiso de residencia. A esto se suma, que la ciudad está entre las urbes italianas que tiene la cuota más elevada de personas ancianas: un genovés cada cuatro supera los sesenta y cinco años; así como uno de cada veinte supera los ochenta años. Todo ello comienza a definir un cuadro demográfico cambiante y en construcción, donde se amalgaman colores, se definen rasgos y se delinean identidades. 

Y esa mezcla ya se vislumbra en Puerta Soprana, la otrora arteria cardinal de acceso a la ciudad; en Piazza De Ferrari, con esa fuente monumental y circular - ubicada frente al teatro lírico Carlo Felice -  que constituye uno de los lugares más visitados por genoveses y turistas y el Palazzo Ducale, uno de los más prestigiosos símbolos de la urbe, convertido en sitio de encuentros con sus cafés y salas de exposiciones y que desde 1339 es sede del gobierno y sitio de grandes eventos culturales de la cittá, como la reciente muestra de los pintores mexicanos Frida Kahlo y Diego Rivera, que generó una gran expectación en tanto allí se reunieron 120 pinturas, dibujos y fotografías de estos dos grandes artistas latinoamericanos y hasta los cuadernos de bocetos y apuntes de Diego Rivera, bajo la curaduría de Helga Prignitz Poda. 

Y antes de abandonar Génova no deberíamos pasar por alto Corso Italia, ese paseo marítimo frecuentado por familias, turistas y deportistas que hacen ejercicios entre bares y restaurantes con vistas panorámicas desde las terrazas marinas o recorrer algunas de las más importantes iglesias de la urbe, como La Catedral de San Lorenzo, un edificio medieval, con añadidos de naves secundarias y un estilo romántico, cuya fachada principal, de reminiscencias góticas, se destaca por el color en cenefas gris y blanco de sus mármoles y sus portales monumentales, adornados con esculturas de leones y guerreros de piedra marmórea, que datan del siglo XIII.  
 
Pero el viaje no estaría completo si no se visita Boccadasse, un pintoresco barrio marinero, con edificios coloridos, tejedores de redes reales y una pequeña playita de conchas y piedras, uno de los rincones más poéticos de Génova. Desde sus rocas y rebordes los botes de pescadores entran y salen en constante faena y en las tabernas se puede degustar platos típicos de la pesca del día, con apetecibles vinos blancos y rojos. Allí todo huele a limpio, a mar y a pescado fresco. 

Nada, que todo el mundo debiera ver Génova, esa ciudad vertical coloridísima y hasta estrafalaria por momentos – ubicada en la costa oeste de Italia - y nombrada con toda justicia la “Perla del Mediterráneo”, la del Grande amore, aquella que logró convertirse en una de las cuatro repúblicas marítimas de la península itálica.