martes, 15 de julio de 2008

Inacción en el establo vacío



Obra "La quimera", de la artista italo-argentina Mara Marini.




“(...) esperando cada día, cada noche, esa otra luz
que no vigila la persecución de algún objeto”.

Reina María Rodríguez, en Violet Island


Me engullo la codicia y el ruido del agua que dejaron mis padres sobre la mesa/ me trago hasta la última palabra que no dijeron/ aquel error de cálculo cuando mi madre ovulaba sin guantes blancos/ ademanes y explosiones de un quinqué que encendió a destiempo./ Lo masticó todo/ hasta el polvo de mis muertos y el alquitrán en mis narices./ Ya no tengo tiempo para tanto drama aburrido/ para tanta aparición inmóvil que me ronda/ Todo se cuece y se hace pensamiento/ náusea que no cesa/ rebuznar de campana justo a la hora suicida/ sexto piso con balcón indiferente./ Vuelvo a la esquina a buscar nuevos brotes y sólo encuentro un sexo improbable/ agujero de establo vacío/ migas que alguien esparció cuando la liviandad se volvía tedio./ Estoy desnudo frente a la cruz, cae la piedra y se comienza a cerrar el nudo sobre mi cuello. /Amanece en la región antigua y todo huele a toalla húmeda/ a pupila seca/ a oxígeno sucio en un retablo que nunca ha llegado a parecerme ajeno./ Los párpados legañosos intentan limpiar mis suciedades/ comen de mi alimento con impúdicos gestos de hambre insatisfecho/ me corroen por dentro las asperezas/ rinden culto a un cuerpo que cambió y acumuló adiposidades para siempre./ El tiempo es fusilado sin juicios sumarísimos/ es el arte de una legalidad que clava su aguijón entre las carnes de los vivos./ Lo improbable vuelve a ser ecuación segura/ anhelo de paraíso cercenado por la vida./ Mientras tanto, yo sigo allí, en la mesa abandonado a la inacción/ al desdén de la pesada puerta/ simulando tanta delicia que atraviesa mis entrañas/ alimentándome de las migas dejadas por los otros.

22- mayo de 2003.
Buenos Aires

Cábala





Obra de la serie
"Pájaros", de la artista
italo-argentina Mara Marini



A Dulce María Loynaz, la mejor de todas.

También yo quise tener una cábala para inventar enigmas y dormité bajo un vientre con olor a cenizas y limón maduro. Nadie me esperó a la salida del puerto con un pañuelito blanco y tampoco escuché la feracidad de un río refrescando la rivera entre árboles sin luces a punto de fenecer por tantas sombras. Silencios, sólo silencios acompañaron mi andar de paje sin cortesanas ni bufones en cortes que sólo existieron para recordarme que nunca fui noble. También yo blandí mi espada por las causas justas, sólo que mi dardo siempre tuvo la punta mellada y hasta ciertos cristales azucarados con que dorar la píldora al enemigo. Yo también tuve una máscara que nunca usé en las noches orgiásticas de abril pues era más necesario tener guantes blancos para no mancharse las manos con tanta abulia y un pequeño espejito de lata que recordara orígenes y evitara caídas sin sobresaltos. Cuándo podrán romperse estas ataduras al borde de la hoguera sin dejar que cueza sangre en esta olla tiznada, triste remedo de la lumbre que un viajero posó sobre mi cábala. Ya no descifro enigmas y temo a la leña con olor a cenizas y limones maduros, aburrido de tanta punta mellada, guantes blancos y faroles que ya no prenden ni cuando se escucha el pregón matinal. Al parecer ya no se despierta nadie.

Oveja fuera de rebaño








Obra "No te miro", de la artista italiana, residente en Argentina, Mara Marini.










“(...) honrado será el que no altere la
balanza de pesar las culpas/ y valiente
quien acepte el castigo/ y ha de crecer
quien comience a andar después de haber caído”.

Éxodo, Celima Bernal.

Vengo de desahogar mis rabias
bajo el árbol de las lamentaciones
con mi atormentado esqueleto ya sin piel
lacerante y bordado de magulladuras
a punto de quebrar el cristal que le
inmuniza de los cuervos inclementes.
A quién le regalaré la terquedad de este sollozo
y quién recibirá la última mirada compasiva
cuando el tumulto arrastre río abajo
la certidumbre que me seca.
Los amigos no imaginarán cuánto recé por ellos,
recostado sobre el brocal del pozo
donde apenas se dibuja el fantasma
de alguien que deseó crucificarme
tramando con alevosía y prepotencia
sus silencios.
De nada servirá que cadáveres y máscaras
con caras de Dr. Jekyll y Mr. Hyde,
torpemente abandonadas en el recodo de mi espalda,
intenten convertirme en el ser taciturno que fallece
o que alguien disfrazado de Dios
asesine su ternura con gestos de premeditada resurrección.
Lejos, tan cerca de la agónica palabra que se pudre
sigo almacenando la alquimia de quienes
saludan y aplauden la furia de la oveja
fuera del rebaño, ante las nuevas luces del mundo.