viernes, 30 de enero de 2009

Levedad



"La otra isla", obra de Cundo Bermudez.


“Cuando llegue el momento,/
aunque sea tarde y te apresuren (...)
trata de dejarlo para siempre/
en el rincón más limpio de la casa”

El Emigrante, de Reinaldo García Ramos..


Deseábamos construir en esa ciudad nuestra Babel,
una torre de pulmones, energías y tendones
sin huesos ni talones para maquillar la cotidianidad/
que recordara austeras
civilizaciones, cofradías que lo dieron todo sin pedir nada
y hasta calentaron la tierra para
engendrar la piadosa cosecha/
el tiempo del mayo festivo para contagiar los ritos
de cánticos verosímiles.

Entonces subíamos a buscar el tren
que cruzaba como fantasma agónico tras
nuestras espaldas y sobrevolaba ígneo por
dentro de las estancias, cuando la caña comenzaba a
madurar y sólo era permitido oler su dulce acidez/
aquella baranda de melaza que envolvía las sábanas
y las almohadas cuando las puertas cerraban y
daban paso a las más plurales ceremonias de los amantes/
acaloradas celebraciones de una utopía que nos devolvía
obscenos hasta la vergüenza.

Queríamos regresar (¿quién no lo desea?)/
aunque más no fuera unos segundos
a aquel césped recién castrado en el patio escolar, a la hora
del recreo,
cuando el ciprés azul mecía sus hélices y manoteaba
entonando sus vítores de guerra
detrás de las postigos que las conserjes clausuraban
por temor a una estampida masiva
de cerebros pulverizados por tanto teorema y dogma
recitado impunemente, chapuceramente como expiación
de perro ciego.

Y era aquel pedazo de isla el precipicio de nuestros cielos/
aquella cartografía que se acodaba a los límites
que reventaba el mar como bastión, con la parsimonia
de quien aniquilaba olvidos y diseñaba estratagemas perdidas
para cuando estuviera ausente
o acaso la primigenia ilusión remachada hasta la credulidad
con clavos comatosos en los libros y periódicos oficiales/
palabras peces/ palabras poses/
palabras clanes/ imperfectas palabras
que sirvieran de escarmiento y mordaza
para el desprecio o la veneración.

Nos decían que más allá estaba el borde... la nada/
las expiaciones perennes alrededor del fuego para los Ícaros
y que perderíamos para siempre el laberinto de Creta
exacerbaban los desazones, nuestras propias desconfianzas
sin pensar que cierto día el alambre partiría y todo caería por
su propio peso.

Ahora, que muchas botellas naufragan y tuercen derroteros
en orillas lejanas, cuando los tsunamis doblan rumbos
sin premeditación, pero con alevosía/
muestro mis alas chamuscadas, convulsivas, excoriadas,
como trofeos de vetustas confrontaciones
explorando otras plazas ya sin tantas alucinaciones ni fábulas,
magros ejercicios de transmutación que me arrastran
a otros confines ficcionales,
aunque más no precise de otro tironeo de mano,
de un zarpazo de ahogado/ quizás de otra gabarra
o acaso (con menos pretensiones)
de un jirón de piel para mantenerme a flote.


Buenos Aires, 29 octubre de 2008.

Ceguera apodada Patria




Obra del pintor y grabador cubano, Agustín Bejarano.


”Yo no soy yo/.Soy este (…)/el que calla sereno
cuando hablo/el que perdona, dulce, cuando odio,
el que pasea por donde no estoy,
el que quedará en pie cuando yo muera”.

“Ese”, de Juan Ramón Jiménez



Todavía se hunden mis manos en aquel revoltijo de tierra
(con sequedad de vendavales y abanicos sieterrayos)
apodado Patria/
apenas recorren gota a gota cada frontera, allí donde el
aneurisma azul
fue degenerando hasta transmutarse en río Quibú/
rancio miasma plagado del destierro de las malaventuras/
costurerito sepia con tufo de animosidades baratas,
donde apiñar los antagonismos de este mundo
país buzón, cuna telúrica, país simulación, cuna demarcación.
Todo ha comenzado a descomponerse dentro de mí
como aquella calesita pobre de la infancia
donde los caballos habían extraviado la mirada
pues entonces ya había muerto el tiempo
de las lisonjas y las vanidades/
y un caballo de yeso era tan sólo eso, una bestia inerte
que daba vueltas cansinas sobre una plataforma sin magia.
Era tan sólo una tendencia al boicot- vocación-infantil
para el instante de las pañoletas y los juegos
y yo me sentía histerectomizado, rebanado a cuchillo
expulsado del paraíso
y sin derecho a réplica. Ese sí era yo. Pero me hicieron
creer día a día/minuto a minuto que los infieles
(deberíamos arder en la pira)
con un vago olor a apetencias chamuscadas
que el ventarrón no alcanzaba a lanzar fuera de
sus límites por temor a una estampida infinita.
Venía de robármelo todo (o mejor, de pedirlo prestado):
la hamaca del kindergarten que daba rienda suelta
a mis deseos de ser ave para no retornar nunca más
a cierto punto del horizonte que llamaron utopía
(u hombre nuevo guevarista)/
e intentaba olvidar aquella caja de cinco colores de pasta
(mi bandera nacional sòlo tenìa tres, entonces alcanzaba)
que desataba mis ínfulas de pintor de concursos,
cuando realmente lo que quería era afear la realidad
difuminarla tras una niebla color relámpago
que lo arrancara todo de raíz sin posibilidad de retoño.
Después era sólo mi ceguera en el agua de esos ojos,
que fugitivos y oscuros iban camino a ningún punto
antes que comenzara a anochecer.