Juan Carlos Rivera Quintana nació en una isla - en Cuba - y un buen día decidió salir de ella a mirar el mundo y buscar otros aires. Él quería alcanzar otros horizontes más personales e intelectuales y decidió construir su propia casa - su islaenpeso - y desde ahí presentar sus inquietudes periodísticas y literarias, sus crónicas de viajes, obsesiones y nostalgias. Acá, en esta geografía, sin mar cercano que lo aleje, se siente totalmente libre.
martes, 23 de septiembre de 2014
viernes, 19 de septiembre de 2014
Equilibrista
Obra plástica de la artista cubana Zaida del Río.
A Eliseo Diego, el
Maestro.
El rincón del camino se hace piel
en las pupilas del payaso,
quien aprendió a sentir un profundo rencor
por cada aplauso inmerecido de la carpa,
pero continúa durmiendo con los ojos bien abiertos
por temor al rechazo público.
Ese rincón se transforma en abrigo
sobre las espaldas del mago,
olvida sus últimos trucos frente a las luces,
anuncia conejos por palomas negras
sin ruborizarse ante la mentira inocente.
Una varita mágica puede hacerse muro impenetrable
ante los ojos del domador,
perdió la cabeza por impaciente y aún sus leones
le ayudan a buscarla....¿Fraternidad en la desgracia?
El rincón se hace caminos en las manos y los pies
del equilibrista,
quien no teme a los saltos mortales sin mallas
salvavidas,
y sienta lástima por los que rinden culto a la rutina,
como si la vida no fuera caminar perennemente por
una cuerda floja.
Inacción en el establo semivacío
Obra de la artista plástica cubana Zaida del Río.
“(...) esperando cada
día, cada noche, esa otra luz
que no vigila la persecución de algún objeto”.
que no vigila la persecución de algún objeto”.
Reina María Rodríguez, en “Violet Island”
Me
engullo la codicia y el ruido del agua que dejaron mis padres sobre la mesa/ me
trago hasta la última palabra que no dijeron/ aquel error de cálculo cuando mi
madre ovulaba sin guantes blancos/ ademanes y explosiones de un quinqué que
encendió a destiempo./ Lo masticó todo/ hasta el polvo de mis muertos y el
alquitrán en mis narices./ Ya no tengo tiempo para tanto drama aburrido/ para
tanta aparición inmóvil que me ronda/ Todo se cuece y se hace pensamiento/
náusea que no cesa/ rebuznar de campana justo a la hora suicida/ sexto piso con
balcón indiferente./ Vuelvo a la esquina
a buscar nuevos brotes y sólo encuentro un sexo improbable/ agujero de
establo vacío/ migas que alguien esparció cuando la liviandad se volvía tedio./
Estoy desnudo frente a la cruz, cae la piedra y se comienza a cerrar el nudo
sobre mi cuello. /Amanece en la región antigua y todo huele a toalla húmeda/ a
pupila seca/ a oxígeno sucio en un retablo que nunca ha llegado a parecerme
ajeno./ Los párpados legañosos intentan limpiar mis suciedades/ comen de mi
alimento con impúdicos gestos de hambre insatisfecho/ me corroen por dentro las
asperezas/ rinden culto a un cuerpo que cambió y acumuló adiposidades para
siempre./ El tiempo es fusilado sin juicios sumarísimos/ es el arte de una
legalidad que clava su aguijón entre las carnes de los vivos./ Lo improbable
vuelve a ser ecuación segura/ anhelo de paraíso cercenado por la vida./
Mientras tanto, yo sigo allí, en la mesa abandonado a la inacción/ al desdén de
la pesada puerta/ simulando tanta delicia que atraviesa mis entrañas/
alimentándome de las
migas dejadas por los otros.
Torpe destino
Obra plástica de la artista cubana Zaida del Río.
"Cometes el delito de andar
buscando algo que los otros ya
no alcanzan".
Odette Alonso.
Un hombre escruta la huella que no pisa
y echa en el baúl los desacuerdos
textos insolubles que han salido de su boca,
comete perjurio y blasfema de sí mismo
con un extraño temblor de piedra desgastada.
Un hombre enciende luces sabiendo que él
no existe
dilata sus espacios y cambia sus rincones
pues teme morir de aburrimiento
recoge caracolas allí donde los sitios apaciguan
soledades/ tiene en sus ojos dibujado el disfraz
de lo inconcluso/ torpe destino para una impaciencia
que podría asesinarle.
Desconoce que la prisa atrae al infortunio
pero se sabe espalda-arco-feudo.
Este hombre agoniza sin saberlo,
tierna partida para una ascensión
más lenta y angustiosa.
Transgredir espejos no ha sido nunca comodidad,
para su tristeza innata de revólver sin gatillo.
Un hombre se suicida a quemarropa,
juego fatal de los que ya no buscan explicaciones/
si no muy lejos de sus ojos
Bola de Nieve se apuñala las venas
sobre un elefante blanco y grita:
"No puedo ser feliz".
buscando algo que los otros ya
no alcanzan".
Odette Alonso.
Un hombre escruta la huella que no pisa
y echa en el baúl los desacuerdos
textos insolubles que han salido de su boca,
comete perjurio y blasfema de sí mismo
con un extraño temblor de piedra desgastada.
Un hombre enciende luces sabiendo que él
no existe
dilata sus espacios y cambia sus rincones
pues teme morir de aburrimiento
recoge caracolas allí donde los sitios apaciguan
soledades/ tiene en sus ojos dibujado el disfraz
de lo inconcluso/ torpe destino para una impaciencia
que podría asesinarle.
Desconoce que la prisa atrae al infortunio
pero se sabe espalda-arco-feudo.
Este hombre agoniza sin saberlo,
tierna partida para una ascensión
más lenta y angustiosa.
Transgredir espejos no ha sido nunca comodidad,
para su tristeza innata de revólver sin gatillo.
Un hombre se suicida a quemarropa,
juego fatal de los que ya no buscan explicaciones/
si no muy lejos de sus ojos
Bola de Nieve se apuñala las venas
sobre un elefante blanco y grita:
"No puedo ser feliz".
La expiación
Obra plástica de la artista cubana Zaida del Río.
“Hablo
de todas las horas y de todos los días
y
de todas las estaciones y de todos los años”.
Héctor Viel Temperley,
en: “Bajo las estrellas del invierno”.
Escruto las
apariciones espectrales que el tiempo ha tachado
Sobre el
espejo oxidado y enfermo
Que descansa
como culo del mundo sobre la pared de mi cuarto de baño/
Espejo
traidor- espejo canalla- espejo campo minado- luna cómplice.
Sobre el
cristal brillan en ráfagas los ojos que todo lo han visto
Y que hoy
quieren ser degollados sobre la hoja de afeitar,
Los miles de
candiles turbios que todo lo han verificado,
hasta las
poses más profanas e incómodas,
los cientos
de pelos minúsculos que han caído bajo tantos pies anónimos,
las decenas
de píldoras embutidas para intentar dormir…
los cientos
de profilácticos expulsados por el sanitario,
acaso como
todas las lágrimas vertidas en este cosmos organizado
con sabor a
perdón y náuseas/
Lágrimas
procaces- lágrimas de cocodrilo- lágrimas mariconas.
Qué vigilia
esta de tantos años, qué agudeza y tolerancia
La de mi
madre cuando me llevaba con tres años
a ver pasar
el tren para que tomara – entonces –
sólo dos
sorbos de leche y no muriera de inanición,
Quizás
hubiese sido preferible no tragar entonces… zurcirme la boca
me habría
ahorrado tanto hastío y despedida vana,
tantas
excusas y extravíos/tanto espanto delante del azogue,
donde siempre
poso como un alma en pena,
sangrando
nuevamente por la nariz
y con la
presión que se desata (muda y tramposa) para matarme.
No deseo
seguir escuchando los latidos sobresaltados
de mi corazón
contra la pared húmeda.
Ansío gritar
una oración que arranque todos los desconsuelos de este mundo, pero nunca
aprendí a rezar en vano, ni por puta me lo enseñó nadie.
Llevo
emponzoñada sobre la espalda un par de alas que ya pesan,
que disimulo
rebanándolas de cuajo a diario para no ser diferente
Pero que
vuelven a salir -como por acto de magia
- antes del alba,
Entre sudores
congelados y fobia a las alturas.
Beso la paz
del cristal del baño e intento no más engaños,
Pero otro
espantajo se asoma y tomará mi mano pálida que
yace desnuda
y vuelca toda su ebriedad en la tormenta de una bañera
Por donde
volverá a brotar un agua traslúcida
Que borrará
las culpas y mojará mis alas grises
En señal de
expiación y flacura de espíritu.
Buenos Aires, 31
octubre 2013
(Aburrido en una oficina
gris donde quiebran las epopeyas).
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