Desde arriba del escenario
una pionera cubana repite cansinamente: “ (….) El amor, madre, a la Patria
No es el amor ridículo a la tierra, Ni a la yerba que pisan nuestras plantas; es
el odio invencible a quien la oprime, es el rencor eterno a quien la ataca”
y las frases rebotan y estallan las acechanzas y frustraciones de muchos de los
espectadores, que asistimos, en la noche fría, del jueves 8 de octubre, al teatro “El Cubo”, ubicado en el
barrio de El Abasto, en pleno centro porteño, a ver la subversiva puesta en
escena de: “Antigonón: un contingente épico”, del colectivo cubano “El Público”,
dirigido por Carlos Díaz, que se presentó, con gran éxito, como parte del
Festival de Teatro de la Ciudad Autónoma de Buenos Aires.
Y es que sólo cinco actores,
completamente desnudos, la mayor parte del tiempo del espectáculo bastan cuando
hay una mano directriz, como la del prestigioso dramaturgo cubano Carlos Díaz -
ya casi una leyenda en el teatro cubano - para llenar y despertar todos los
sentidos y las emociones de los espectadores y hacer una mirada ácida y
corrosiva al biotipo del héroe insular.
Tampoco deberíamos obviar un
texto como el del escritor isleño Rogelio Orizondo, que se vale de una acertada
reelaboración, intertextualidad y actualización del clásico de la tragedia
griega “Antígona” y traspolando la anécdota a la isla de Cuba mixtura todo el
tiempo las historias y teje un material demoledor, casi un mazazo para las
conciencias insulares, de adentro y afuera, y las voces críticas de los amigos
de la isla, que cuestionan el estado actual en que ha quedado la maltrecha Cuba,
luego de tantos años de desgobierno, dictadura y diáspora de sus mejores hijos.
Quizás ello explique que la obra
comience con imágenes de archivo y videos de la época, que recuerdan el
entierro del Héroe de la Patria y Mayor General de nuestra Guerra de
Independencia contra España, Antonio Maceo y su ayudante Panchito Gómez Toro,
en el Cacahual y dicha efemérides nacional se mezcla con la tragedia griega,
donde Antígona, la hija de Edipo y Yocasta y hermana de Eteocles y Polineces, decide
desobedecer las órdenes del tirano y dar sepultura digna a uno de sus hermanos
guerreros - condenado injustamente por traición a la Patria - para que no fuera
devorado por los cuervos y los perros, al permanecer insepulto en las afueras
de la ciudad, como ordenaba el mandamás.
Y por momentos, hasta
parecería que seduce la persistencia del tema de Antígona, en la cultura
occidental en todas las épocas y las disímiles reelaboraciones que dicho mito
de resistencia y disconformidad ante las injusticias y los desmanes ha tenido
en el teatro contemporáneo. Quizás la respuesta esté en que los conflictos del
clásico griego atraviesan la esencia misma del ser humano de todos los tiempos:
vejez vs. juventud; sociedad vs. individuo; seres humanos vs. divinidad; héroes
y antihéroes; libertad vs. opresión… entre el mundo de los vivos, dispuestos a
luchar, y los muertos en vida o muertos civiles, que asienten para no disgustar
a los tiranos y los gobiernos autocráticos.
Es que la poética de este
proyecto escénico de “Antigonón” viene, después de muchas puestas y
discusiones, de mucho taller, a convertirse en la tesis de graduación de dos
prometedoras actrices cubanas, que egresan del Instituto Superior de Arte, de
La Habana: las dúctiles y convincentes Daysi Forcade y Giselda Calero, que
desdoblan en escena un abanico de personajes, todos distintos, todos
demoledores, todos polisemia pura. Baste tan sólo recordar las patrias
prostitutas; los heroicos combatientes del tanque; los “pingueros” (término con
que en la isla se denominan a los taxi boy que lucran con el turismo
internacional) y los escolares sencillos que con ingenuidad demoledora dicen
las grandes verdades. También precisaríamos reparar en los trabajos corporales
y posturales de todos sus actores, que la mayoría del tiempo a desnudo completo
trabajan con desenfado, como si fuera una coreografía de cuerpos que se
retuercen y ni hablar de los cambios de voces y los desplazamientos escénicos
de la puesta toda.
Y por la escena desfilan el
carnaval isleño; las palabras del apóstol José Martí; la visión surrealista de
nuestro gran dramaturgo Virgilio Piñera; las voces de la Madre de la Patria, nuestra
Mariana Grajales, aquella que le dijo a su hijo menor, al recibir la noticia de
la muerte de su hijo dilecto, en la batalla: “Y tú, empínate y anda”.
Por el escenario transita, además, lo esperpéntico y erótico de nuestro
Reinaldo Arenas, junto a la procacidad del lenguaje y las des-culturización de
hoy día en la isla; el pastiche caribeño, la parodia cabaretera y la burla
sórdida y todo pasa como un contingente épico, donde lo prohibido, lo
escatológico, lo mordaz e insano desfila de la mano de una mente cuestionadora
que pone en duda - como una tabla salvavidas - todas las “conquistas”
revolucionarias y logra alcanzar los peldaños de una identidad “caótica en
su ordenamiento” y triste en su estampida última, su falta de expectativas,
su confusión y pobreza existencial. Y casi al borde del camino, la Patria toda…
la Patria maltrecha, en su altar “patriótico” y sincrético, que no atina ya
para dónde escapar y casi pide a gritos hundirse en el mar (rodeada de agua
por todas partes) para volver a renacer con una carne nueva y unos huesos
fundantes.