jueves, 13 de enero de 2011

Levedad




Obra del artista cubano Humberto Castro.




“Cuando llegue el momento,/
aunque sea tarde y te apresuren (...)
trata de dejarlo para siempre/
en el rincón más limpio de la casa”

“El Emigrante””, de Reinaldo García Ramos..

Deseábamos construir en esa ciudad nuestra Babel,
una torre de pulmones, energías y tendones
sin huesos ni talones para maquillar la cotidianidad/
que recordara austeras
civilizaciones, cofradías que lo dieron todo sin pedir nada
y hasta calentaron la tierra para
engendrar la piadosa cosecha/
el tiempo del mayo festivo para contagiar los ritos
de cánticos verosímiles.

Entonces subíamos a buscar el tren
que cruzaba como fantasma agónico tras
nuestras espaldas y sobrevolaba ígneo por
dentro de las estancias, cuando la caña comenzaba a
madurar y sólo era permitido oler su dulce acidez/
aquella baranda de melaza que envolvía las sábanas
y las almohadas cuando las puertas cerraban y
daban paso a las más plurales ceremonias de los amantes/
acaloradas celebraciones de una utopía que nos devolvía
obscenos hasta la vergüenza.

Queríamos regresar (¿quién no lo desea?)/
aunque más no fuera unos segundos
a aquel césped recién castrado en el patio escolar, a la hora
del recreo,
cuando el ciprés azul mecía sus hélices y manoteaba
entonando sus vítores de guerra
detrás de las postigos que las conserjes clausuraban
por temor a una estampida masiva
de cerebros pulverizados por tanto teorema y dogma
recitado impunemente, chapuceramente como expiación
de perro ciego.

Y era aquel pedazo de isla el precipicio de nuestros cielos/
aquella cartografía que se acodaba a los límites
que reventaba el mar como bastión, con la parsimonia
de quien aniquilaba olvidos y diseñaba estratagemas perdidas
para cuando estuviera ausente
o acaso la primigenia ilusión remachada hasta la credulidad
con clavos comatosos en los libros y periódicos oficiales/
palabras peces/ palabras poses/
palabras clanes/ imperfectas palabras
que sirvieran de escarmiento y mordaza
para el desprecio o la veneración.

Nos decían que más allá estaba el borde... la nada/
las expiaciones perennes alrededor del fuego para los Ícaros
y que perderíamos para siempre el laberinto de Creta
exacerbaban los desazones, nuestras propias desconfianzas
sin pensar que cierto día el alambre partiría y todo caería por
su propio peso.

Ahora, que muchas botellas naufragan y tuercen derroteros
en orillas lejanas, cuando los tsunamis doblan rumbos
sin premeditación, pero con alevosía/
muestro mis alas chamuscadas, convulsivas, excoriadas,
como trofeos de vetustas confrontaciones
explorando otras plazas ya sin tantas alucinaciones ni fábulas,
magros ejercicios de transmutación que me arrastran
a otros confines ficcionales,
aunque más no precise de otro tironeo de mano,
de un zarpazo de ahogado/ quizás de otra gabarra
o acaso (con menos pretensiones)
de un jirón de piel para mantenerme a flote.

Buenos Aires, 29 octubre de 2008.