jueves, 29 de diciembre de 2011

Peajes patrios arranca pescuezos.



Obra del artista cubano Humberto Castro.
Texto: Juan Carlos Rivera Quintana.



Siempre he dicho que si sacara cuentas y sumara la cantidad de dinero, en dólares, que he puesto en los mostradores de los funcionarios consulares de la Embajada de la República de Cuba, en la Argentina, para realizar algún trámite migratorio, hubiera podido dar la vuelta al mundo y – con toda seguridad - en más de ochenta días.

Lo digo con seriedad… entre cartas de invitación (¡cartas de invitación!, dije bien) a mi único hijo para que viajara a verme en varias ocasiones con los sobresaltos de que me lo pudieran no dejar salir de la isla; documentos similares a mi hermana para reencontrarme con ella en Buenos Aires; legalización de papeles; permiso de residencia en el exterior; prórrogas de pasaporte que sólo mantienen su vigencia por tres o cuatro años; cuños; antecedentes penales provenientes de Cuba y otra papelería obligatoria para poder legalizar mi situación migratoria en el país donde decidí quedarme a vivir para siempre y naturalizarme, he gastado casi la tercera parte de mis ahorros y gran parte de los honorarios recibidos durante casi 16 años de quehacer profesional como periodista, profesor y escritor, en Argentina. Y aclaro: 16 años de trabajo duro e intenso, sin sosiego… de escribir decenas de notas para varios medios nacionales, de hacer la jefatura de redacción de una editorial que publicaba dos revistas de salud y medicina y que escribía casi completamente, durante casi tres años; de clases y conferencias sobre disímiles temas alusivos al periodismo y la literatura; de un trabajo sistemático haciendo periodismo institucional por casi doce años; de cursos sobre literatura y redacción periodística; de dirigir talleres privados de literatura; de clases semanales y sistemáticas en terciarios y en una universidad; de escritura de 17 libros ganapanes de autoayuda cuyos temas en múltiples oportunidades ni me interesaban (pero había que facturar); de escribir dos libros con temas historiográficos; de publicar otros de crónicas periodísticas, poesías, etc.

Por ello toda la vida he pensado que dichos peajes patrios - como yo les llamo a estos mecanismos abusivos y arranca pescuezos,- a que someten a toda la comunidad cubana, residente en el exterior, más que contribuir a que cada día quiera más a mi país de origen, lo que han provocado es desencanto, frustración, bronca contenida y el deseo irresoluto de no volver nunca más a pisar el suelo donde nací y olvidarme de mi pasaporte cubano. Y aclaro que no se trata de que no quiera a mi terruño y a la Patria que me vio nacer, se trata de que, en múltiples ocasiones, me he sentido tan explotado, maltratado y hasta estafado por las autoridades que debían propiciar que la sola visita a una embajada cubana en el exterior se sienta como si uno traspusiera el umbral de su casa y no como si fuera a dejar gran parte de sus ahorros y empezara a pisar un campo minado. En ninguna ocasión he sido feliz yendo a la embajada cubana en Argentina y no por mi responsabilidad. Siempre me pregunté cuántas veces con mi salario y mis ahorros - en moneda libremente convertible - ayudé a pagar las nóminas de decenas de funcionarios en las oficinas consulares cubanas en Buenos Aires, que te miran con caras de malas uvas como si fueras un enemigo por ejercer tu derecho ciudadano a vivir fuera de tu país de nacimiento. Y aclaro que aunque siempre allí me han exigido dólares para cualquiera de estos trámites burocráticos hace mucho tiempo que, en Argentina, los sueldos y honorarios profesionales se pagan en pesos argentinos. Lo digo para que se entienda el triple o el cuádruple esfuerzo que he tenido que hacer – y como yo cientos de miles de emigrantes cubanos en el exterior – para pagar la papelería exigida y estar en regla con las autoridades migratorias.

Quizás ello explique el por qué me duelan tanto los falsos argumentos y las postergaciones del nuevo presidente de Cuba, General de Ejército Raúl Castro, en la reciente reunión de la Asamblea Nacional del Poder Popular, para anunciar los esperados cambios de una nueva política migratoria que debe apuntar al relajamiento de las restricciones a los viajes de mis compatriotas, de las entradas y salidas de esa isla cárcel. El pedido en ese sentido de otro cheque en blanco, de más tiempo – como si fueran poco ya cincuenta y tantos años - a la sociedad civil cubana del gobierno insular justificando una permanente agresión de Norteamérica no hace más que restarle legitimidad a un poder que manifiesta sistemáticamente una lentitud para los cambios y acusa la falta de una verdadera voluntad política de transformaciones sustanciales al inmovilismo que invade y carcome la sociedad civil en la isla. Entonces, por qué condicionar las relaciones del gobierno insular con su diáspora a las soluciones de las relaciones con otro Estado (hablo de Estados Unidos), por qué no remover los onerosos y difíciles de obtener permisos de entrada y salida de la isla que lesionan los más elementales derechos ciudadanos, por qué confiscar las propiedades de los que por las razones que estiman se deciden a vivir – permanente o temporalmente - en otros países con todo el derecho humano que les asiste a residir donde deseen y dificultar las visitas a la isla de los cubanos que viven fuera del territorio y han salido clandestinamente, ahogados por mecanismos inmovilistas que le impiden moverse fuera de los límites nacionales. Después se llenan la boca para hablar de reunificación familiar y otros ardides políticos a conveniencia, en los que ya nadie cree, al menos los cubanos perjudicados, que son todos en la isla y fuera de ella. Al parecer habrá que seguir esperando Navidades y Noches Buenas para ver los cambios, que irremediablemente se darán por las buenas o por las malas y continuar enviando cada vez que se pueda alguna remesa de dinero a nuestros familiares para ayudarles a paliar la terrible situación económica en la que viven. No por gusto muchos estudiosos del tema coinciden en apuntar que el valor de las remesas hacia la isla que envia la comunidad cubana en el exterior oscila entre los US$ 830 y US$ 985 millones al año, lo que sin dudas contribuye a mover la depauperada economía insular. Nada que sólo es cuestión de sentarse – con otro poquito de paciencia - a que la fruta prohibida se caiga por su propio peso y se decidan a tomar las medidas migratorias que el pueblo pide a gritos. Pero se me ocurre pensar que a lo mejor hace mucho tiempo el aparato de gobierno perdió la capacidad de escucha, en su desfasaje temporal.