miércoles, 17 de febrero de 2010

Siena y San Gimignano o el encanto del color










Texto y foto: Juan Carlos Rivera Quintana.



Los colores de la tierra - dicen los expertos del diseño - están de moda. Quizás porque siempre he estado tan ligado a lo telúrico por mis ancestros campesinos es que me sentí en la cittá di Siena, esa comuna italiana de la región de la Toscana, a unos 66 kilómetros de Florencia, como en mi propio hábitat, a pesar de que es la encarnación de la ciudad medieval, con apariencia de ciudad gótica y parece detenida en el tiempo, inamovible… Bueno, alguien suspicaz y de mente rápida me dirá que de letargo y entumecimiento los cubanos sabemos bastante. Pero yo agregaría en mi defensa que el estudio del medioevo para escribir un libro sobre Carlomagno y el sacro imperio romano germánico, publicado en enero del pasado año, en España, me abrió las puertas al conocimiento de ese entorno secular y que sólo me faltaba la experiencia in situ, que tuve adentrándome en la que es considerada la capital italiana de la Edad Media. Fue, sin dudas, el mejor regalo de cumpleaños 50 que podía hacerme.

Declarada Patrimonio de la Humanidad por la UNESCO, en 1995, por considerar que su casco antiguo es una reliquia medieval en materia de planeamiento urbanístico, las callejuelas y casas de Siena se mantienen inalterables desde los siglos XII y XV y no se permite la entrada al tráfico de los coches y motos a su interior.

Desde que el bus va ingresando en los alrededores de Siena se comienza a percibir las plantaciones de olivos y vides, que rodean a la Toscana, en el área central de Italia y los techos a dos aguas de tejas, de color terracota y ladrillo. Siena está ubicado entre las colinas, a unos 322 metros de altitud y está recorrida por amplias avenidas y estrechas callejuelas empinadas que conducen al centro de la ciudad y a su Plaza del Campo, con forma de abanico, donde se ubica la imponente Catedral de Santa María de la Scalla, un ejemplo ilustrativo de la arquitectura gótica italiana, con una fachada principal recargadísima que es obra de Giovanni Pisano y obras escultóricas bajorrelieves en su interior, talladas en mármol por los artistas Donatello, Ghiberti y Jacopo Della Quercia, representativos escultores italianos del siglo XV. En la plaza se destacan los relieves de la Fuente Gaia, realizada por Jacopo dell’ Quercia y es allí donde se celebra, además, todos los 2 de julio y 16 de agosto, la famosa fiesta medieval con carrera de caballos, el Palio de Siena, que atrae a un público muy numeroso, sobre todo turistas del mundo entero.

A escasas calles del lugar se levanta otra de las grandes obras arquitectónicas citadinas: el Duomo di Siena María dell’ Asunta, ubicado en la Piazza del Duomo, frente al Museo Hospédale di Santa María dell’ Scalla. Este templo cristiano, tambièn con la impronta edilicia de lo gótico, es considerado una de las más grandes obras arquitectónicas de Italia y Europa. La mayor parte de su diseño fue realizado por el arquitecto y escultor Nicola Pisano, considerado el mejor arquitecto italiano del siglo XIII, quien comenzó en la segunda mitad de esa centuria la construcción de la Basílica.

En el interior, se destacan las franjas de mármol blanco y negro de sus columnas y el techo abovedado, pintado de azul cielo, adornado con estrellas de oro y una inmensa lámpara dorada que representa el sol. Las frutillas del postre de dicho santuario son las obras maestras que adornan su altar mayor, entre las que se destaca la estatua de San Pedro, realizada por Miguel Ángel.

Valles, colinas y chianti

Llegar a Siena, ese paraje atravesado por valles, colinas y los Montes Chianti, una de las más bellas zonas en Italia y donde se producen los más afamados vinos de ese terruño, es comenzar a adentrarse en el alma y la idiosincrasia toscana y comprobar como de un país tan densamente poblado como era Italia, con más de 57 millones de habitantes, su crecimiento demográfico se encuentra hoy casi petrificado, para decirlo con un lenguaje antropológico. En Siena puede observarse esa acusada “desnatalidad” de la que disertan alarmados los expertos europeos, en demografía. Quizás debido a la crisis económica que están padeciendo, al aumento del costo de vida, al grado de emancipación femenina y a la alta instrucción es que se palpa un proceso de senilización poblacional donde abundan los lugareños jubilados de la tercera edad y la longevidad es moneda común. Ello se materializa en pocos niños en las plazas y en la escasa visibilidad de mujeres embarazadas; las pocas que vi casi todas eran inmigrantes, sobre todos de origen indio o musulmán.

Y es que adentrarse en la historia de Siena es descubrir que fue una región muy prospera comercialmente, que incluso mantuvo hasta cierta rivalidad – a nivel artístico y económico - con Florencia, pero el paso de la peste negra, en 1348, acabó con su esplendor sumiéndola en la parálisis, en tanto perdiò la tercera parte de sus moradores por la epidemia.

Una antigua leyenda cuenta que fue fundada por Asquio y Senio, dos hijos de Remo (hermano de Rómulo el mítico fundador de Roma). Lo cierto es que la Siena actual tiene un aspecto muy semejante al que tenía en los siglos XIII y XIV y aun mantiene inalterable ediliciamente su Universidad, fundada en 1247, famosa desde entonces por sus facultades de leyes y de medicina y que actualmente siguen siendo cuna de las instituciones educativas más prestigiosas y un importante centro cultural en toda Europa.

Visitar la ciudad y no permitirse llegar hasta el Palazzo Piccolomini, una de las muestras más refinadas del Renacimiento senés o la Pinacoteca Nacional, enclavada en el Palazzo Bounsignori, construido en el siglo XV o la Fortezza Medicea, una fortaleza realizada por los Médicis en el siglo XVI es casi un acto sacrílego. Tampoco puede obviarse una de las vistas más impresionantes de Siena, lugar ideal para la buena fotografía paisajística: la colina donde está ubicada la Basílica de Santa Caterina de Siena, un santuario construido en el siglo XIII en ladrillo con un airoso campanario a la izquierda y que dentro – entre los colores ocres y rojizos de sus vitrales, atravesados por el tenue sol invernal - exhibe una modestia que impresiona a tanto esplendor constructivo y un Crucifijo “milagroso”, que cuentan ayudó a la Santa a sobrellevar los estigmas invisibles o dolores que sufría.

San Gimignano de las altas torres

El viaje no estaría completo si estando tan cerca de San Gimignano no visitáramos ese pueblo amurallado y de altas torres, asentado en lo alto de una colina, desde donde se puede divisar varios kilómetros de distancia, cuando no hay bruma invernal, lo que lo convirtió en una especie de atalaya militar de la época desde donde se avistaba todo el valle, cultivado desde entonces de olivos y viñedos. Sus construcciones están erigidas en lo alto de las Colinas de la Toscana, a unos 35 minutos en bus al noroeste de Siena y muy cerca de Florencia. También famoso por su arquitectura medieval, especialmente sus cerca de 15 torres de diferentes alturas y sus murallas, fue declarado Patrimonio de la Humanidad, en 1990. Se sabe que los pueblos amurallados toscanos del Medioevo deben su aspecto constructivo a que las familias ricas competían entre sí por ver quiénes eran los que levantaban la torre más alta, entonces un símbolo de poder y ostentación de dinero.

San Gemignano fue fundado en el siglo XIII antes de Cristo por los etruscos y debe su nombre a un soldado valeroso que peleó contra los hunos de Atila que pretendían tomar la ciudad. Pronto la ciudad se convirtió, por su excelente ubicación, en un punto de parada de los peregrinos católicos, que querían llegar a Roma y al Vaticano.

Al trasponer sus murallas es un sitio obligado visitar sus dos principales iglesias: la Colegiata y la de San Agustín, que posee obras de arte muy representativas de los principales artistas del Renacimiento italiano. Entre sus torres se destaca la de la Podestá o Torre Grossa, que posee 54 metros de alto y fue construida en 1311 y se mantiene en un estado de conservación impresionante.

Durante la visita no deberíamos obviar una copita del famoso vino blanco, que allí se produce y tiene fama internacional, cuya cepa es oriunda del lugar y es conocida como Vernaccia di San Gimign y se vende en las tabernas del pueblo, algunas verdaderas joyas medievales con techos abovedados e interiores muy elegantes. Dicho vino se puede acompañar de un plato típico de la culinaria italiana: una feta de pan, a la que se le frota un tomate bien maduro, sazonado con aceite de oliva extra virgen toscano y un poco de sal para hacer más disfrutable e inolvidable ese momento. Sin dudas, visitar dicha ciudad constituye toda una auténtica experiencia… no todos los días se nos presenta la ocasión de trasladarnos a otro siglo y mucho menos a una ciudad de torres medievales.