lunes, 15 de febrero de 2010

Venecia y esa mudez enmascarada




Texto y foto: Juan Carlos Rivera Quintana






Il vaporetto vomita turistas y lugareños a diestra y siniestra por el Gran Canal veneciano, en medio de un frío de casi menos dos grados y el verde del agua tiene un tinte opalino y gélido, casi fantasmal, que hace parecer a Venecia - la ciudad de los canales, ubicada en el noroeste de Italia - como una dama muda, brumosa, decadente y frígida.

Pero este viajero no se llama a engaño, Venecia es una rancia dama que exhibe siempre sus talismanes y joyas y tiene en todo momento una carta bajo la manga para seducir, ya sea con el encanto de sus callejuelas adoquinadas y sus conventillos; la tranquilidad y belleza arquitectónica de las iglesias; sus tiendas de grandes marcas, donde se dan cita los grandes diseñadores europeos, desde Louis Vuitton hasta Moschino; las plazuelas barriales con sus fuentes o pozos comunales; sus elegantes puentes y campanarios; las tratorias con sus pastas exquisitas; sus cafés escondidos y de refinados placeres gastronómicos, donde se puede tomar la mejor chocolateada del mundo, como el “Restaurante Café El Quadri”, abierto en 1638, frente a la famosa Piazza San Marco, en cuyas mesas se sentaban grandes escritores, como Honorè de Balzac, Alexandre Dumas, Lord Byron, Stendhal, Marcel Prouts y sus caserones detenidos en el tiempo y carcomidos por la humedad que todo lo corroe, hasta el espíritu. Y todo ello intuyo no es más que una pose desdeñosa de Venecia para embelesar al viajero, al recién llegado, que como yo está encantado - literalmente alucinado - por ese entorno casi mágico, con una patina secular, de color casi siena, rayana en la decadencia de sus siglos y la cultura que siempre trashuma.

Venecia, fundada en el 421, después de Cristo, está formada por 118 islas y 354 puentes, que hacen de ella una alucinación mística, memorable… desde que el avión comienza a descender entre sus islotes, sus canales y sus brumas en pleno mediodía invernal. Y mucho más atractiva resulta si el carnaval, considerado el más elegante del mundo, está por suceder y ya se puede palpar la intranquilidad de los venecianos en la búsqueda de sus disfraces y máscaras para lucir en la festividad; la agitación de los pintores, creadores de antifaces, por vender sus producciones de paper maché, cerámica o cartapesta, muchas creadas hasta con polvo de oro, con una función practica y simbólica para cubrir la identidad dentro de los festejos y conseguir mejor diversión dentro de ese espectáculo visual y extravagante en las tardes de la Piazza San Marco. Venecia tiene un carnaval con identidad propia, con un donaire casi patricio, que se desenvuelve en un entorno que es en sí mismo un decorado, donde se vive en permanente jolgorio y música esos días.

Vientos, agua y frío

Estar en Venecia, durante tres días, parece un tiempo más que suficiente para las primeras lecciones y aprendizajes de una ciudad que convive con el agua y que le teme al fenómeno del “acqua alta”, la marea alta, cuando ese líquido vital cubre el suelo de Venecia a causa de las corrientes y del viento y más que nunca se tiene la sensación de que la pobre Venecia tiene sus días contados y terminará hundiéndose en la laguna pantanosa ante la mirada atónita de los mortales. No por gusto los malos augurios hablan de que se hunde dos milímetros cada año. Por suerte durante mi estadía ello no sucedió y encontré una ciudad misteriosa y lozana, con cerca de 400 puentes y 150 canales de agua, o quizás fueron mi ánimo y mi espíritu por esos días los que así quisieron verla, en un pacto casi mudo que hice con esa centenaria villa, que me despidió con una fuerte nevada que convertía los techos de tejas rojas de sus mansiones en palomas blancas y enmascaraba las góndolas entre el temporal y la bruma gélida de sus canales.

Lo que si no resulta un espejismo es el encanto y la fascinación que ejerce esa ciudad, en pleno invierno, donde las 90 basílicas con sus campanadas agoreras, que antaño anunciaban la hora, los nacimientos, las muertes, la llegada de los buques, asambleas y hasta incendios, constituyen una marca visual y auditiva del paso del tiempo. Mayoritariamente eran los grandes artistas del Véneto de cada época, los que recibían la encomienda de decorar las iglesias y ello explica la magnificencia de sus cielos rasos y sus frisos.

Particularmente agradable resulta el viaje a la Iglesia Santa María Della Salute, ubicada a la entrada del Gran Canal y erigida en el siglo XVII, más exactamente terminada de construir en el año 1630, donde se pueden apreciar obras de artistas de la talla de Tiziano y Tintoretto, probablemente los últimos grandes pintores del Renacimiento italiano. El templo barroco, que destaca por la belleza de sus cúpulas, volutas, contrafuertes y estatuas, fue una promesa que hizo el Senado de la ciudad a sus ciudadanos, si la virgen finalizaba la plaga de la peste que estaba diezmando a la población. Y como la enfermedad desapareció se erigió dicho parroquia.

La isla, una de las capitales del turismo mundial, se divide en sestieri, un conjunto de seis islas: Cannaregio, Castello, San Marco, Dorsoduro, San Polo y Santa Croce y tiene una historia ligada al mundo artístico, comercial y político. Los libros apuntan que tras la caída del Imperio Romano, la tribu de los Vénetos fue confinada a morar – como castigo- en esa zona costera y húmeda y allí establecieron su organización política, cuya cabeza de poder era un doux (dogo). La mítica pueblerina, íntimamente ligada a personajes como Gentile Bellini, Giorgione y el famoso Casanovas, cuenta que, a principios del siglo XI, a Venecia fue trasladado el cadáver de San Marcos el Evangelista, considerado por la tradición cristiana el autor del evangelio que lleva su nombre y cuyo símbolo el león alado se ha erigido en estandarte de la ciudad; a partir de ese momento dio inicio la expansión de Venecia a través del Mar Adriático, pero la colonización de América y todo lo que ese suceso representó mercantilmente, trajo consigo el declive de la gloria de Venecia, que actualmente tiene 320 mil habitantes.

La ciudad, en sí misma un museo de historia de la civilización, posee una interesante cantidad de museos, con valiosas obras pictóricas y escultóricas, la mayoría fruto de donaciones privadas, y una profesional curaduría, entre los que se pueden mencionar el Museo del Palacio Venier dei Leoni, Fundación de la filántropo y millonaria Peggy Guggenheim, que exhibe una colección de unos 200 lienzos y esculturas que abarcan casi todos los movimientos artísticos modernos, donde se pueden apreciar obras de Picasso, Miró. Magritte; Mondrian, Malevich, Jackson Pollock y piezas escultóricas de Mario Marini y Brancusi.

No puede dejarse de visitar el Palacio Ducal, situado en la Piazza San Marco y construido entre los siglos X y XI, una de las obras maestras de la arquitectura del gótico veneciano, que fue además fortaleza y sus pozos húmedos fueron convertidos en prisiones para los condenados a muerte. Ya dentro de su patio queda uno encandilado con la Escalinata de los Gigantes y sus hermosas esculturas, lugar que actualmente sirve de escenario a la entrega de los premios de la Bienal de Venecia. Se destacan, también, sus salas decoradas con obras de arte de gran valor cultural, como la del Consejo, adornada con el conjunto de frescos “El Paraíso”, del artista Tintoretto.

Por sus valores arquitectónicos y perfecta conservación del estilo de toda una época tampoco puede obviarse la visita al palacete (Ca’ Moncenigo), enclavado en Salizzadda San Stae, Santa Croce, hoy Museo del Tessuto e del Costume, que posee tejidos de la época, trajes, disfraces y atestigua en su interior la importancia de la familia para la sociedad veneciana del siglo XVII y la impronta cultural que deja la llamada “Escuela Veneciana”, integrada por artistas como Gentile Bellini, Sebastiano del Biombo, Veronés, entre otros, muchos nacidos en otras localidades, pero radicados en Venecia por la pujanza de su vida artística.
El inmenso acervo cultural de Venecia - síntesis de su historia y cultura milenarias - fue reconocido por la UNESCO con la distinción de Patrimonio de la Humanidad, en el año 1987, para el casco histórico de la ciudad y la laguna. Ello ha propiciado que lleguen algunos donativos importantes de entidades internacionales para la conservación de ese acervo y el gobierno italiano prepare un proyecto, denominado Moisés, para levantar unos diques móviles que cerrarían el paso del preciado líquido en caso de aumentos incontrolables del nivel del agua del mar con el fin de evitar la desaparición definitiva de la villa primada. Mientras ello no ocurra trágicamente, Venecia nos seguirá mirando con esa mudez cómplice, por momento desdeñosa y altiva.