miércoles, 25 de septiembre de 2013

Egon Schiele y Viena o la eternidad y el sosiego (o viceversa)





Una ciudad bohemia e intelectual donde se respira el arte. En la foto el Museum Quartier, antiguas caballerizas imperiales, hoy convertidas en ciudad de exposiciones y cultura.



Texto y foto: Juan Carlos Rivera Quintana





Está posando completamente desnudo, en una posición casi esperpéntica, incómoda y exhibe un cuerpo escuálido, casi mal alimentado, desde el inmenso cuadro, titulado: “Autorretrato”, que se muestra en una de las salas del “Leopold Museum”, en Viena. Egon Schiele (1890-1918) es de esos artistas que imantan desde el primer acercamiento. Su trágica desaparición, con tan sólo 28 años, víctima de la gripe española - que le contagió su amada Edith – fue un verdadero cimbronazo para el panorama de las artes plásticas austriacas, inmersas en ese momento en lo que se llamó la Secesión, un movimiento que intentaba romper con los cánones adocenados del arte refinado y proclamaba a los cuatro vientos sus rupturas y libertades.



Hoy, frente a sus autorretratos, retratos y paisajes, de los más interesantes que muestra dicho museo - un cubo postmoderno de piedra caliza, ubicado en las antiguas caballerizas imperiales y convertido actualmente en un amplio barrio de cultura y de exposiciones – conocido como el Museum Quartier, donde se exhiben las más fascinantes colecciones de arte tradicional, moderno y contemporáneo de Austria, uno no puede más que quedar impávido y turbado. Y es que Schiele con sus acuarelas, pinturas y dibujos fue uno de los emblemas de dicho grupo de artistas – entre los que se ubicaban Gustav Klimt; Henri Matisse, Edvard Munch y Vicent Van Gogh - que proclamaba la pureza y funcionalidad de las artes y creía abiertamente en la dimensión emocional de sus modelos desnudos, que incluso fueron catalogados como pornográficos y tuvo que pagar injustamente con un arresto preventivo de tres semanas de cárcel y hasta la quema pública de uno de sus obras.



Pese a esto y aunque han pasado cientos de años Viena sigue ahí, delicada, elegante, rebosante de encantos y exhibiendo su antigua grandeza imperial, con sus palacetes, sus bares antiguos con aires intelectuales, agrupando a una bohemia interesantísima, dándole protagonismo a la vida cultural y haciendo de la estadía de cualquier mortal, interesado en las artes, una verdadera orgía para los sentidos.



Porque resulta atractivo levantarse, cada mañana, con el sonido de los tranvías modernos que circulan por la calle y hacen un ruido peculiar, como de pellizcos metálicos y escuchar sonar, además, las ocho campanadas de la iglesia, cercana al Cordial Theaterhotel, en la Josefstadter Strasse, No. 22, y salir a recorrer una urbe palpitante, que muta todo el tiempo y vive intensamente un clima cultural infrecuente para cualquier urbe y un glorioso pasado.



Un brochazo de sol en la vereda



Entonces no quedará más que encaminarse a vivir el arte. No hay otra… en Viena ese es el aire que se exuda: el Leopold Museum; el MUMAK (Museo de Arte Moderno, de la Fundación Ludwing), construido post-modernamente con lava de basalto gris y pisos de cristales en muchos de sus escaleras y sus otros centros de muestras, emplazados alrededor de los seis patios del complejo Quartier, donde se dan cita jóvenes artistas, diseñadores, turistas y vieneses para almorzar frugalmente las deliciosas y delgadas salchichas ahumadas o se toma un rico café, acompañado de la célebre pastelería de la ciudad: la Sachertorte, deliciosa tarta cubierta de una capa de mermelada de albaricoque sobre la que se vierte otra de chocolate, o el Apfelstrudel, realizado con pasta de manzana, canela, pasas de uvas y azúcar glacé.



Y si de recomendaciones se trata sugeriría al recién llegado, en la noche, asistir a una de las presentaciones de las diversas orquestas operísticas que se presentan en la ciudad. Particularmente pude asistir a la Musikverein-Goldener, donde se presentó la Orchestre Mozart de Vienne, cuyos excelentes músicos y cantantes lucían los trajes y pelucas de época, en la segunda sala de mejor acústica del país y Europa.



Tampoco podrá soslayar una recorrida por el Stepahansdom, la catedral de estilo gótico, que domina el centro de Viena; el Rathausmann, imponente edificio que funciona como el Ayuntamiento de la ciudad y donde se ofrecen, en verano, festivales de música clásica y cine, y en invierno se habilita una pista de patinaje sobre hielo; el castillo medieval Hofburg, antiguo palacio imperial, con sus numerosas salas, patios y jardines, que reflejan el glorioso pasado nacional y por donde, con un poco de imaginación, se puede ver arrastrar los delicados vestidos de la princesa Isabel de Baviera, conocida cariñosamente como la Emperatriz Sisí; la antigua residencia de verano del príncipe Eugenio de Saboya, el general más famoso de los Habsburgo, recordada como el Palacio Belvedere, uno de los más ambiciosos proyectos arquitectónicos –de estilo barroco - con sus jardines franceses y sus espaciosas salas de exhibición, donde se puede ver desde el autorretrato del pintor expresionista Richard Gerstl (1883-1908), pintado el mismo año en que decidió quitarse la vida, hasta algunas de las más representativas obras de Gustav Klimt (1862-1918): “El beso”, realizada con toda la imaginería de los mosaicos venecianos, y su sensual mural y más conocida obra: “El Abrazo”, de temática abiertamente erótica.



El Schloss Schönbrunn, precisa una visita aparte y es recomendable para comenzar una jornada cuando el sol – mejor si es verano – comienza a dibujar sus veredas, aposentos, corredores, cuartos, comedores, ventanas e inmensos fuentes y jardines, con sus Ruinas Romanas, repletas de estatuas mitológicas. Dicho palacio, de estilo rococó, que recibe la visita anual de 110 mil personas, fue la antigua residencia de verano de los Habsburgo y su ubica en una zona boscosa de las afueras de la urbe. Allí no puede dejar de ver la Gran Galería, decorada con estuco blanco y dorado y sus arañas y espléndidos espejos, donde pareciera que todavía se van a volver a reunir, en negociaciones de paz y en plena Guerra Fría, el presidente Kennedy y el premier ruso Khruschev, en 1961, en ese puente tejido, entonces, por Viena entre los países comunistas de la Europa del Este y el Occidente capitalista.



Para el final y como una nota de color puede darse una vuelta, utilizando el cuidado, puntual y moderno Strassenbahn, como los germanos llaman a sus tranvías, o el servicio de subtes, y luego caminar rumbo, a la Löwengasse Strasse (calle), para visitar el Hundertwasserhaus, un muy poco convencional edificio - diseñado por el arquitecto austriaco, Friedensreich Hundertwasser - con balcones y tejados ajardinados; vivos azulejos, negros, blancos y dorados y texturas naranjas, azules y blancas en sus paredes, residencia que intenta acercar la naturaleza a las 200 personas, que habitan sus 50 apartamentos. También no vendría mal y para completar toda la información cultural una recorrida por Karsplatz y detenerse ante uno de los más finos ejemplos de la arquitectura de estilo Jugendstil vienesa: el gran Edificio de la Secesión, una construcción cúbica, de color blanco y dorado, con sus macetas níveas y azules y sus cabezas de gorgonas y búhos de la fachada, apodado cariñosamente como el “Repollo Dorado”, en alusión a su cúpula realizada, con más de 3 mil hojas de laurel, de ese llamativo color. Dicho edificio de forma basilical construido para albergar la obra de los artistas plásticos del Jugendstil, el modernismo, el Art Nouveau o el Secesionismo vienés, expone entre unas 12 a 15 muestras de arte por año y se destaca por el famoso: “Friso de Beethoven”, un mural que ocupa tres paredes, realizado por Gustav Klimt, entre 1901-02, que se basa en la interpretación que hace Richard Wagner, de la Novena Sinfonía, de Ludwing van Beethoven y que está considerado como una de las obras cumbres del Art Nouveau vienés.



Viena hace gala todo el tiempo de su sobria arquitectura imperial, con sus fachadas barrocas y clasicistas y se precia de ser la capital de la cultura musical y operística del mundo con un cuidadoso y responsable cultivo de la importante herencia y tradición europeas. Ella es una de las más bellas urbes de Europa… emana arte y es uno de los lugares paradisíacos, del llamado Primer Mundo, para vivir con confort, elegancia y sosiego. Sus vientos bohemios e intelectuales se mantienen a pesar del paso de las centurias. No por gusto fue la urbe que Egon Schiele - ese pintor cuyo quehacer plástico bien pudiera representar toda la cultura vienesa - escogió para desplegar su relevante obra. Por sus calles aún retumba aquella frase creativa de Schiele, que se convirtió en paradigma creativo de toda una generación: “el arte no tiene que ser moderno, tiene que se eterno”. Sin dudas, ese es el aura que transpira dicha metrópoli... bañada por soplos de eternidad y belleza.