lunes, 2 de mayo de 2011

Dibujar con luz los recuerdos






Apuntes sobre la primera novela del escritor y amigo cubano Tomás Barceló, cuando pronto se cumplirá un año de su desaparición fìsica.




Dice el narrador, fotógrafo y amigo cubano Tomás Barceló (1949-2010), al comenzar el primer capítulo de su primera novela: “Recuérdame en La Habana”, publicada hace algunos años en la Argentina por la Editorial Boulevard, de la provincia de Córdoba: “Por el camino polvoriento llegaron los hombres hasta mi cadáver. Eran ocho en total. Parecían fantasmas flotando en el bochorno de la tarde. Debieron ser los mismos que nos emboscaron en la curva y nos mataron. Todo ocurrió de una manera instantánea y sorpresiva. Y aunque siempre tuvimos presente la idea de morir, también albergábamos la esperanza de salir con vida, volver a nuestros hogares sanos y salvos, ver nuestras madres, nuestras familias, caminar por las calles de La Habana, abrir una botella de ron y compartir algunos buenos momentos con los amigos del barrio (…) Debajo de mi cadáver toda la sangre que se escapó de mis heridas se mezclaba con el polvo del camino, formando una pasta densa y oscura. Fueron en total cinco perforaciones, tres de ellas troncharon la vida que durante 26 años palpitó en este cuerpo que ya no me pertenece”.

Y la lente narrativa del escritor, periodista y fotógrafo Tomás Barceló abre el plano, se detiene, hace un acercamiento de conjunto al escenario angolano, donde tuvo lugar la masacre y recorta el ángulo sobre un grupo de figuras que luego serán los personajes protagónicos de la historia: El Niño; Juan Franco; Lázaro Rego (el Moro), tres soldados cubanos que caen en una emboscada, realizada por la guerrilla contrarrevolucionaria de la UNITA, dirigida por Jonás Savimbi, durante la Guerra de Angola. Sus cuerpos son destrozados y sus corazones y testículos fagocitados por los insurgentes que pretendían derrocar al Gobierno independentista y nacionalista de José Eduardo Dos Santos. En ese segundo infinito en que se ve cruzar a la muerte por la escena para llevarse la vida de estos tres soldados internacionalistas cubanos, las voces de estos tres jóvenes nos contaran sus vidas pasadas, sus sueños, miedos, frustraciones y sus esperanzas de regresar a la tierra cubana para reconstruir sus hogares y familias.

Dentro de esos grandes planos americanos, que intentan congelar la memoria de los recuerdos entrañables de narrador, tambièn, desfilarán ante nuestros ojos, en grandes close up y planos medios, Alberto Rabasa, Zenia Miraflores, José Francisco Prado de Castro, Thelma, María de la Asunción; Leopoldo Ballester y otros personajes que contribuirán con sus vidas a seguir hurgando – a lo largo de 232 páginas – en cada una de las existencias de estos tres jóvenes soldados con primeros planos llenos de luz y sus conos de sombras, con matices y encuadres perfectos; por momentos con una narrativa madura y descripciones emotivas, que en nada descubren a un escritor principiante.

Y es que Tomás Barceló ya tiene un ejercicio periodístico interesante y creativo en las páginas de muchos diarios y revistas cubanas y latinoamericanas y una ardua experiencia con su cámara fotográfica, con su mirar objetivo y sensible; ejercicio desplegado en sus crónicas costumbristas, en su pasión y dedicación a la escritura, en su avidez por todo lo que huela a cultura autóctona y original.

Al terminar de leer esta emotiva novela, titulada: “Recuérdame en La Habana” no deja el lector de preguntarse si está ante la escritura de un excelente fotógrafo o ante la fotografía de un excelente periodista y narrador, porque realmente en esa dicotomía se debatió la existencia profesional de Tomás Barceló.

Dicen los especialistas de la imagen que existen grandes similitudes entre la cámara fotográfica y el ojo humano: ambas utilizan la lente para enfocar una imagen sobre una superficie sensible a la luz; precisamente eso es lo que logra conseguir nuestro narrador con esta su primera novela: enfocar con precisión y paciencia escritural y creativa la vida de sus criaturas ficcionales, dibujar con luz sus recuerdos.

Hace algunos años, Tomás llegó a la Argentina (2001) con una novela a medio terminar bajo el brazo a comenzar una nueva vida; el amor y los afectos de una cordobesa periodista le trajeron a estas tierras y se instaló en esa ciudad a emprender un nuevo derrotero, a abrirse camino profesional, a empezar de cero. Atrás en Cuba quedaron sus premios nacionales de fotografía y periodismo, sus horas de estudiante, dedicadas a realizar una Licenciatura en Periodismo en la Universidad de La Habana, sus compañeros de juerga en la Revista Bohemia, la decana de la prensa cubana, sus innumerables recorridos por los parajes más recónditos de la isla, una hija y muchas historias de amor y desamor.

Así con la paciencia de un artista que construye cuadro a cuadro un fotorreportaje antológico y la sensibilidad de un cronista comenzó a construir la historia de esta novela, que inició en La Habana y se reescribió en Córdoba, comenzó a ordenar sus escenarios e intensidades dramáticas; a indagar de qué materia están fabricados los héroes y antihéroes y de qué arcilla y agua se alimenta el acto heroico; a bocetear personajes, a lidiar con la vida y con la muerte, como sucede en todas las guerras y en todas las vidas, sin darse cuenta que él también libraba la suya: la adaptación a otra realidad profesional y laboral en una nueva tierra, ajena a la idiosincrasia insular cubana, pero tan multiétnica y rica culturalmente como nuestra propia isla.

Y que mejores escenarios cruzados para su novela que Angola, en África, y La Habana, en Cuba: dos regiones que Tomás conoce muy bien. Angola con una contienda bélica, que comenzó entre la FAPLA y la guerrilla insurgente de los colonialistas de la UNITA, de Jonás Savimbi, en 1975, y terminó con la retirada de las tropas cubanas del escenario militar y la independencia angolana en 1989, guerra que costó innumerables vidas de civiles y soldados angolanos y cubanos; y la Habana Vieja con sus miserias y conventillos, calcinados por el sol impiadoso del Caribe, sus calles polvorientas y musicales y las necesidades cotidianas de un pueblo, acosado por la propia utopía de construir una Patria más grande que los 727 kilómetros de superficie de la isla de Cuba.

En “Recuérdame en La Habana” las historias van siendo contadas de a poco, fragmentariamente, entretejidas con los hilos variopintos que sólo se utilizan en los grandes telares, aderezos de una buena narrativa, entre cartas cruzadas que van y vienen, alimentando largas esperas y amores consumados a medias, con ingredientes de sumo interés como la leyenda guerrillera del coronel José Francisco Padrón de Castro, conocido como El Rojo, jefe de una escuadra suicida invicta, un hombre que peleó junto al Che Guevara en la Sierra Maestra y en la toma del ejército rebelde del poblado de Santa Clara, en la guerra de liberación cubana del yugo batistiano.

Sin lugar a dudas, estamos ante una excelente obra literaria, realizada con el corazòn y la pasión de los buenos escritores, con la cuna y el compromiso de los cubanos nobles, que no reniegan de sus raíces insulares y la llevan fenotípicamente en la sangre.

“Recuérdame en La Habana” nos habla de las heridas, los rasguños y las cicatrices en el alma de los seres humanos y quizás por eso es que comulgamos y nos identificamos con su galería de personajes, porque quién no ha tenido las mismas dudas, infelicidades, contradicciones, dolores y desasosiegos de El Niño, Juan Franco y el Moro y quién no ha tenido la impresión, en algunas oportunidades de la existencia, de estar justo en el lugar equivocado y a mansalva de las balas y la muerte bajo esa luz dorada que se extiende como un manto, que marca los límites exactos: la frontera de la vida y la muerte. Quizás por ese recorrido íntimo, por esas historias cubanas y universales que nos narra es que agradeceremos siempre a Tomás Barceló su obra porque supo escribir esta novela con la misma pericia, pasión y creatividad con que apretaba, todos los días, el obturador de su cámara fotográfica o daba clases a sus alumnos en la Universidad o amaba a sus seres más queridos.

Juan Carlos Rivera Quintana
A Tomás Barceló, In Memoriam,
Buenos Aires, Argentina.