viernes, 31 de octubre de 2008

Lejanía-cercanía




Obra del pintor cubano, Cundo Bermúdez.



“El ser humano se evapora, la obra queda”.
Cundo Bermúdez, artista mayor
(Septiembre 1914/ 30 Octubre 2008).


Primero fue el brochazo estridente, el rojo púrpura/
que encogía el corazón enfermo
el gentío fue llegando sólo; anclaban sin consentimiento
como perlas entre las piernas o tras el azabache negro/
sin melindre posaban
como Dios los trajo al mundo. En definitiva, para los insulares
el recato murió apaleado por la espinazo, atributos de vivir
sin zapatos para estar en contacto con el barro,
en el límite,
apretujado frente a una ola o entre capiteles
y columnas que siempre están por desplomarse/
tras mamparas que sólo sirven para albergar
flirteos y liviandades,
simples garabatos para guindar los trapos coloridos
o disimular algún Eleguá
que en las noches resuelva encrucijadas y
lance sus palos de monte para complacer
la risa del kerekete y limpiar con manteca de corojo
las puertas del paraíso.
Después asomaron los pregones de las caseritas
que conquistaban las escaleras de los solares
camino a algún toque de tambor, mezclados con el
cántico de las castañuelas o el maullido de alguna
gata en celo
que se dejaba afincar justo cuando la vítrola
restregaba una calenturienta conga santiaguera
(la mejor música para pasar al más allá
y gozar del más acá).
El pincel seguía hurgando sobre el lienzo, apuñalando
el aroma del batey y el tufo del mar que llegaba desde lejos/
raro ajiaco criollo para morir de embriaguez,
sobre todo cuando se está en la otra orilla
la forastera-la menos compacta-la peregrina.
Las plazoletas achicharradas por la lumbre y los ojos casi ciegos
(¿habrían percibido demasiado?),
eran, entonces, delgados contrapunteos entre lo humano y divino,
sumatorias de todas las vilezas y las caridades de este mundo/
paisaje dilatado contra la rechifla de un viejo vapor sin regreso.
Las manos tropezaban como aspas por sobre el contrabajo muerto,
escudriñando esa rara placidez donde reposar del cansancio
de tantas noches de vigilia y ramalazos en el pecho/.
“El destierro siempre cuesta caro”, maldecía el pintor
y mascullaba su rezo espantamuertos/
era la única manera de poder seguir perenne frente al lienzo,
(Aquel, su perímetro privado y difuso).
Hoy, que el último adelantado ya no puebla la pintura
azul con fondo naranja
cuando apenas se evapora el hedor del aguarrás y las temperas
para la sobremesa y alguna que otra siesta prolongada
con dolores en la espalda/
se colorea por siempre su huella bifurcada bajo el limonero
de algún patio bohemio habanero
y cierta playa art decó de yates blancos.

30-10-2008.