jueves, 17 de julio de 2014

Astillas



Obra plástica de la artista cubana Zaida del Río.


"Cada uno crea
de las astillas que recibe".
      Juan José Saer, de “El arte de narrar”.


de la arboleda del abuelo
no queda
más que el leve roce
de las amarillentas hojas
del mango/
la calma extraña de la flor blanca
de los naranjos/
donde jugaba a las escondidas
intentando que siempre me hallaran
para perderme.
también sólo persiste el raro hedor
del almendro/
donde una vez sangré toda la infancia,
con un pico de botella ambarino
en el que abuela guardaba
su aceite de hígado de bacalao
para su tos convulsa,
después de masticar su tabaco en las noches,
bajo la luz brillante del quinqué de querosín.
de aquel mamoncillo que daba a la ventana,
de la cocina de tablas pulidas
como un puente para escapar de ciertas
novelas que se hacían rosa en la vega
sólo aguardan las raíces afincadas
en la tierra colorada
como un puñado de piedras,
que gastaban mis zapatos colegiales
y de domingo
camino a la mata de anón
en la búsqueda de aquellos nidos de tomeguines,
que nunca
tocaba por temor a desatar un maleficio
de madre pájara ultrajada
por un pésimo cazador furtivo;
era sólo un observador asombrado
entre cuerpos reales de palmas erguidas
que jugaban a lanzar sus racimos
para alimentar el corralón de chanchos
que terminaban sus días envueltos entre
hojas de guayaba/
y sazones campesinos de ajo, naranja agria
con ajíes de la puta de su madre,
acostados sobre parrillas humeantes de algarrobos
con olores "levantamuertos";
entrar a la arboleda demiurga y centenaria
era como un ritual oscuro,
que me dejaba casi exangüe
donde se desanudaban los conjuros
de la vieja Mercé
entre cintas de todos los colores
y jícaras de coco/
rociadas con aguardiente de caña de azúcar
que alguien (nunca supe quién)
ofrendaba a los dioses para romper sortilegios
y alargar la vida terrenal de la familia.
Hoy que ni abuelo, ni abuela, ni madre
están conmigo (pero me acompañan)
siento aún cuando la puerta del gran comedor
se abre en las madrugadas y la abuela
filtra el agua del pozo sobre la piedra porosa
con destino a la tinaja siempre fría,
preparando el desayuno y haciendo el pan
en el horno de barro,
que le regaló su madre (en señal de aprobación)
cuando decidió escaparse
para siempre con mi abuelo
en un alazán cerrero y blanco;
a lo lejos aún escucho el mugir de la vaca "Paloma"
con sus tetas hinchadas y dolorosas de tanta leche
y huelo el aroma dulzón de la marmita y el carbón
por la mermelada de la fruta bomba/
(más conocida como papaya)
por su semejanza a un sexo abierto de mujer;
cierro los ojos y aún estoy allí
bajo la arboleda/
queriendo (siempre vanamente, ahora sé) detener
ese terrible enemigo -cono de sombra - que
tardíamente identifiqué: el tiempo
aquel veneno que todo lo difumina y devora.

Sábado 9 de agosto, de regreso a Buenos Aires, desde Foz de Iguazú.