lunes, 21 de abril de 2008

Un lugar en este mundo.



Obra del pintor cubano, Roberto Fabelo.









“(...) en un lugar arcaico y sin orillas”.
De Juan José Saer, en El arte de narrar



Silencio se quiebran los horcones carcomidos por la humeda
prolifera el musgo verdinegro de la soñolienta despedida.
Los párpados caen como el telón roto de un desaparecido
circo de barrio
donde el león fue muerto en combate y terminó en las fauces
del payaso/
allí donde la explosión hizo añicos los trapecios de la retina
y cierto olor a muerte se hospedó en el umbral de nuestra carpa.
El azar, esa desnudez de agua mansa para saciar nuestras sequedades
busca su resquicio dentro de la casa vacía./ desciende las escaleras
y se pega a la bóveda del techo/ se apaga el fuego del hogar sin leñas
de la sala.
La pereza desciende por las paredes despertando a los ruidos
que deslumbran por su decantada precisión.
Inocentemente se crucifica la tarde / deja su lugar en el zaguán, donde
el viento bate el tedio de la aldaba sorda y herrumbrosa.
Después tan sólo el paraíso/ un estrépito de vidrios rotos/ cabezas
envejecidas en pasadas primaveras / reuniones que se
prolongan sin acuerdo alguno/ desarmaderos de autos que ya no van a
sitio alguno.
La luz atenazada por la limosna de los que no encuentran su lugar
en este mundo.

Noche de Pesaj






Obra de la pintora cubana, Zaida del Río.






"Mi corazón no es una puerta
sino el recurso de los fusilados
una pared endeble y arañada
si acaso".
(Poema XXXII, de Juan Antonio Molina)





En el marco de la ventana está la copa de vino/

circuncidada con el mejor licor sangre de Cristo,

allí yace pese a los agujeros de la noche

y la lluvia de agua bendita que cae de un cuadro crucificado

en el dintel de la puerta.

En la esquina de la máscara recién lavada para sostener nuestros silencios

está el recipiente con sabor a uvas amargas para el profeta Elías

que pasará entre las sombras a beber del contenido y seguir su camino.

A cambio nos dejará como testimonio de su existencia: la copa vacía,

esa implacable luz que no consigo apartar de esa plomiza calma.

Tengo para regalarte en esta Noche de Pesaj un pez que me traje, para recordarte

siempre mi desdicha por no tener un mar que apacigüe el aliento.

¿Qué puedo hacer si me equivoqué de rumbo y siempre sentí hostilidad

hacia los cuadrantes y los mapas desplegados?

Nunca supe que en esta vitrina estaba ausente el mar

para eternizar las palabras.

Tengo para entregarte estos dos lápices con que escribí mis poemas suicidas

que soportan esos sueños que naufragan

entre las brasas y el aleteo agónico de las mariposas que socorren la terraza.

Hablo de un tiempo de raras celebraciones y liturgias de mazapán,

pero el reloj transcurre como el silbido de un tren que sube

una escarpada colina sin dejar rastros/ sólo la quieta huella devorada

por los huesos frágiles de estos dos tontos amantes.

No quiero que anochezca sin mirarte de frente

pues siempre cargo con estas valijas

hacia mi propio encuentro y aún queda abundante vino en tu sabio nombre.

Estoy moviendo a la deriva mis huesos dentro de un túnel

y la canción de las cítaras es engañosa.

Sobre las claras tempestades homicidas temo mucho

que lo dicho ya lo hayas escuchado en otra historia.

Eres tan inocentemente torpe que no consigues entender

que cuando cruzas los brazos sobre tu pecho soy yo el que resucita.