viernes, 27 de mayo de 2011

Muerte con dignidad: aprender a escapar




Obra del artista cubano, Pedro Pablo Oliva.


El respeto a la libertad, a la humanidad del otro, introduce en el mundo moderno el concepto de la vida digna, pero también de la eutanasia, del morir sin sufrimientos y tranquilamente

Por Juan Carlos Rivera Quintana
de la Redacción de Ahora, la Salud



Por estos días los cinéfilos del mundo se conmueven hasta las lágrimas con el filme español “Mar adentro”, de Alejandro Amenábar, inspirado en la vida real del paralítico Ramón Sampedro, tan bien interpretado por el actor ibérico Javier Bardem.
En el filme, Ramón lleva casi 30 años postrado en una cama al cuidado de su familia. La única ventana al mundo es su habitación junto al mar. Desde el momento del accidente que lo deja tetrapléjico, su más ferviente deseo es terminar la vida dignamente, morir con dignidad. Como decía Sampedro: “cuando no puedo escapar, porque dependo de los demás para moverme, aprendo a llorar riendo”.
El filme, y el caso reciente en Florida, Estados Unidos, de Terry Schiavo, una mujer gravemente afectada cerebralmente y cuyos familiares luchan en la corte de apelaciones de esa ciudad porque su esposo pueda tener derecho a desconectarle el tubo por donde se alimenta para terminarle los sufrimientos, pues ella había expresado su deseo de no ser mantenida con vida artificialmente, ha puesto sobre el tapete nuevamente el controvertido tema de la muerte con dignidad, de la eutanasia, terreno en el que existen muchos prejuicios a nivel mundial.

Irse del mundo

La muerte con dignidad guarda relación con el derecho a que se le reconozca al ser humano la posibilidad de disponer de su propia vida en situaciones especiales, cuando la propia existencia pierde sentido y humanidad. En ese terreno del respeto a la libertad, a la humanidad del otro, es que se introduce el concepto de la eutanasia, de la vida digna.
Muchos especialistas plantean que el principal derecho que debe tener un ser humano es la vida, pero cuando esta se ve gravemente perjudicada por unas condiciones de salud lastimosas, que lleva a quien las padece a verse en situaciones de cuidados intensivos y medios extraordinarios (como el respirador artificial) debe preguntarse si se está cuidando la vida o se la prolonga innecesariamente.
En ese resquicio es donde gana terreno la instauración de la eutanasia como una lucha por el reconocimiento del derecho a la muerte con dignidad, entendiendo por muerte indigna aquella que prolonga sin piedad la vida por medios artificiales, en momentos en que la existencia se escapa lentamente, en que se sufre dolor. De ahí que muchos defensores de la eutanasia la asocien a la buena muerte, dulce y libre de sufrimientos.
A estos planteos se oponen diversas posturas religiosas que alegan que estar a favor de la eutanasia es una consecuencia de la mentalidad materialista y es una grave ofensa a Dios, que es el único encargado de dar y quitar la vida. También argumentan que la sociedad moderna insiste enfermizamente en la conveniencia, el confort y el evitar el dolor, lo que conduce a enarbolar las banderas erróneas de la muerte con dignidad.
Derivada del griego eu (bien) y thánatos (muerte), la palabra eutanasia fue empleada por primera vez en el siglo XVII y desde entonces estuvo muy asociada a los términos de la muerte y dignidad.
Lo cierto es que la dignidad, según el Diccionario de la Real Academia de la Lengua Española, en su XXI edición, es “la calidad del digno; la gravedad y decoro de las personas en la manera de comportarse, una cualidad que enriquece o mantiene la propia estima y la de los demás” . El hecho de aspirar a no vernos en una situación lastimosa y que inspire compasión ante los ojos de los demás, establece una actitud frente a la vida, posición asociada al decoro, al orgullo, a la dignidad.
El morir dignamente entonces guarda relación con el no padecer dolor, con el tener a nuestro alcance los analgésicos y tranquilizantes necesarios para el desasosiego y con el suministro de medicamentos que se requieran contra las incomodidades que se puedan presentar eliminando, en lo posible, el sufrimiento del moribundo y las penas familiares. De ahí que ya muchos especialistas en el tema aboguen por el morir en la propia casa, con tranquilidad y fuera de todas las modernas terapias de soporte, propias de los hospitales.
Sobre el tema, expertos ingleses, como I. J. Higginson, en su artículo “¿Dónde los pacientes de cáncer prefieren morir?” (Revista Paliativos Médicos, septiembre, 1998) ha dicho: “la muerte en el propio domicilio, con preferencia a la que se produce en la institución hospitalaria, se asocia habitualmente a un menor riesgo de agresión médica para el moribundo y también a una mayor posibilidad de despedirse de este mundo en el mismo entorno en que se ha vivido”.

¿Curar el dolor?

Muchos psicólogos plantean que cuando la medicina ya no puede curar, puede ayudar a morir dignamente. Dentro de este tema no puede eludirse el de los cuidados paliativos que se ofrecen a los pacientes terminales, que poseen patologías incurables (como el cáncer, el VIH/Sida, las insuficiencias renales, el fracaso hepático, etc). A este quehacer se dedican, según estadísticas internacionales, 8 de cada 3 millones de médicos en el mundo. Ello ha traído consigo el nacimiento de las Clínicas del Dolor, esenciales si se trata de morir dignamente y paliar los sufrimientos terminales. El objetivo de estas instituciones, que han proliferado considerablemente en los últimos tiempos en el mundo, es el intentar aliviar, hasta donde es posible, el dolor.
Por este camino volvemos a abordar al tema de la eutanasia. Para muchos defensores de ella, legalizarla no equivale a decidir quién puede vivir y quién no. Tener derecho a ayudar a alguien a morir, según su voluntad, no implica poder asesinarlo en contra de su voluntad. El miedo al peligro de los abusos, a que la legislación evolucione de tal modo que el médico pueda matar al paciente en contra de su voluntad, es el argumento que esgrimen los que están en contra de la muerte digna que “confunden” eutanasia y asesinato como una maniobra de distracción provocada concientemente ante su propia falta de argumentos.
Actualmente, la eutanasia ya se legalizó en Holanda y esto, quizás, podría contribuir a que se legalice en el futuro en otras naciones donde pueda progresar una legislación que la reglamente.

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