lunes, 7 de octubre de 2013

Venecia: en sus canales... ángeles vivos


Texto y foto: Juan Carlos Rivera Quintana






Se enciende el cono blanco de la pantalla de la computadora, en el avión de Luthansa, que está próximo a llegar a la ciudad de los canales y aparece Gustav von Aschenbach - interpretado por Dirk Bogarde –un compositor alemán que acaba de sufrir un rotundo fracaso con el estreno de su última obra. Es el filme: “Muerte en Venecia”, del realizador franco italiano Luchino Visconti, basada en la novela homónima de Thomas Mann, que transcurre en el verano de 1911 y donde Gustav se refugia en el lujoso “Hotel des Bains”, todo un bastión de la belle époque italiana e intenta buscar sosiego y recuperar la juventud que se le escabulle irremediablemente.



A su alrededor todo tiene la misma patina decadente que su persona y el Lido, esa isla enclavada frente a Venecia, que reposa sobre el Mar Adriático, da también albergue a una familia de veraneantes polacos, donde el joven Tadzio, de una belleza casi andrógina, llama la atención del desalentado músico y se comienza a tejer un amor difícil.



Al final, sobreviene la famosa escena, casi de culto entre los cinéfilos, en la cual Gustav abandonado a la epidemia de cólera que asota el balneario, se queda impávido mirando al adolescente polaco bañarse en el mar, sin dirigirle una palabra, mientras su sudoración de muerte comienza a empaparle y se le corre el maquillaje y el tinte oscuro del pelo, que dejan ver sus canas y el paso de los años que quiere ocultar. En ese estado de éxtasis y contemplación mortal queda, sentado a orillas del mar.



Bajo esa atmósfera casi elegíaca y el Adagio de la 5ta sinfonía de Mahler, que envuelve el filme, comienza a descender mi avión sobre Venecia, esa ciudad construida en un archipiélago de 118 pequeñas islas, famosa por sus 150 canales y sus cerca de 400 puentes. Y desde la escotilla puedo divisar ya el ir y venir de las muchedumbres turísticas por los barrios o sestiere, los campaniles de las iglesias, la entrada de los cruceros, los palacetes renacentistas, las piazzas y el paso afiebrado de los vaporettos y las góndolas sobre la laguna en pleno verano veneciano. Y hasta logro detectar el “Hotel des Bains”, ahora cerrado desde hace dos años por reparación, que parece dormir un sueño eterno y mortecino.



¿Segundas partes siempre fueron buenas?



Y es que Venecia, capital de la región venéta italiana, apodada además la Serenísima, conserva un acervo cultural inconmensurable, proveniente de su historia milenaria. No en balde fue reconocida por la UNESCO como Patrimonio de la Humanidad, en 1987. Allí, en su casco histórico, sus basílicas y su laguna se han labrado sus años de fama legendaria y sigue siendo el sitio de culto para los amantes que hacen de ella una alucinación mística… memorable.



Por eso para el recién llegado en aventura turística todo resulta casi onírico, una ensoñación casi espectral, matizada de color siena y humedad corrosiva. Para quien, como yo, ya viene por segunda vez el viaje se torna en paseo más tranquilo y de observación aguda… un reencuentro con un lugar en el mundo que me hace feliz, una segunda oportunidad de poesía visual por cuatro días.



Venecia en verano resulta otra, tiene su alteridad. Los rayos incandescentes caen oblicuamente sobre los canales y el viento caliente te corta la cara. La luz es otra, casi más brillante, enceguecedora e incide sobre los palacetes, las plazas y los puentes dándoles una apariencia medieval casi literaria y fantasmagórica. Y si antaño, en el año 421, en pleno siglo V d.C, cuando surgió, fue asiento de pescadores y comerciantes que llegaron a dominar los mares europeos y, posteriormente colonia francesa y austriaca hasta ser incorporada a Italia, hoy es una urbe detenida en el tiempo, casi con el mismo aliento rancio con que fue fundada y ello resulta – sin lugar a dudas- su carta de presentación y triunfo.



Lo que si no resulta un espejismo es el encanto y la fascinación que ejerce esa ciudad, donde las 90 basílicas con sus campanadas agoreras, que antaño anunciaban la hora, los nacimientos, las muertes, la llegada de los buques, asambleas y hasta incendios, constituyen una huella visual y auditiva del lento transcurrir del tiempo. ¿Pero, de dónde parte su originalidad, su encanto y abolengo? Creo que de su ambiente, casi una locación cinematográfica antiquísima, imagen que se retiene de esos islotes que afloran por sobre la laguna y esas estacas que antaño constituían la base para nivelar los palacetes y duomos.



Se cuenta que la emblemática Iglesia Santa María Della Salute, enclavada en la Punta Della Dogano, (Punta de la Aduana) inició su proceso de construcción, allá por el año 1630 y fue necesario clavar unas 1.106.657 estacas de roble, aliso y alerce para tejer la balsa que la soporta ediliciamente y la sostiene sobre el agua. Su aire casi místico y contemplativo, realzado por las obras de Tiziano, que aluden a escenas de vida y muerte, ocurridas en el Antiguo Testamento, evidencian que dicho templo fue una ofrenda de los habitantes venecianos, luego del diezmo que sufrió su población, debido a la epidemia de peste del 1600. Hasta allí en sus barcazas acuden los residentes para rezar, durante la “Festa del Redentore”, una de las jornadas populares más queridas y participativas de la ciudad.



Pero Venecia está plagada de obras pictóricas y escultóricas, mayoritariamente eran los grandes artistas del Véneto de cada época los que recibían la encomienda de decorar los templos y ello explica la magnificencia de sus cielos rasos y sus frisos. Durante mi visita se estaba celebrando la 55a Bienal de Venecia, una de las citas del arte contemporáneo más importantes en Europa y el mundo. Allí en los ambientes íntimos y relajantes de los Giardini ex Reali (Jardines Reales) y en Arsenale (galpones que conforman el antiguo astillero y base naval) y otros palacetes tenían lugar los escenarios de exhibición de las muestras: 88 pabellones nacionales y 49 exposiciones reunían el quehacer de los artistas más originales y emergentes de todo el planeta, con unas 4.500 obras en total.



Impactante – sin dudas – la muestra del ejército de “Venecianos”, del artista polaco Pawel Althamer, quien modela las caras y las manos de algunos venecianos y posteriormente añade cuerpos compuestos por rizos de plástico que resultan un retrato surrealista de la ciudad y sus habitantes. Destacado además son las instalaciones del escultor y disidente chino, Ai Weiwei, quien participa en representación del pabellón alemán y que con su muestra paralela, ubicada en la Iglesia San Antonio, titulada: S.A.C.R.E.D, recrea y denuncia – casi fotográficamente y a modo de maquetas- los 81 días que pasó detenido por el régimen de su país natal. Su cautiverio y la claustrofobia del encierro pueden ser seguidos, a modo de voyeur por los asistentes, a través de pequeñas ventanas, como incisiones, en las paredes de la cárcel que crea el artista.



Estuarios y litorales coloridos



Visitar las islas del estuario y las poblaciones de pescadores litoraleños a Venecia resulta una experiencia inolvidable. En el paisaje lagunar afloran los islotes recubiertos de escasa vegetación marina y poblados de gaviotas en verano. Desde el vaporetto – por tan sólo 20 euros – una excursión nos lleva a las islas de Murano, Burano y Torcello, en un recorrido de unas tres horas y media.



Murano, conocida como la isla del vidrio, fue levantada gracias a la popularidad de muchos de sus patricios, convertidos en maestros vidrieros, capaces de crear artísticamente un cristal - con sílex y álcalis especiales, que en su momento fueron secretos, y conseguir formas y colores sorprendentes. De esa manera ganaron fama internacional y mucho dinero, lo que les posibilitó levantar sus palacios e iglesias.



Burano, una isla, ubicada a 7 kilómetros de Venecia, estuvo habitada durante mucho tiempo por frailes franciscanos y conserva hoy todo el encanto de sus casitas, en hileras, con fachadas de vivos colores al pie de los pequeños canales y un inclinado campanile de la Iglesia San Martín, que se divisa desde la lejanía marina. Allí sus mujeres han sabido crear con sus propias manos y la sapiencia de costureras y tejedoras encajes hermosos de hilos que le dan renombre en el área y los hacen muy codiciados por los turistas. Manteles, tapetes, vestidos, cubrecamas componen la gama de souvenirs que los recién llegado buscan y compran, junto a las famosas bussolà di Burano, un delicioso roscón tostado, hecho a base de huevos, harina y mantequilla.



Al final, nos espera la isla Torcello, ubicada en el extremo septentrional de la laguna veneciana. Dicho asentamiento casi abandonado posee, hoy, una escasa población (unos 20 habitantes) y resulta un remanso de paz y sosiego. En sus inmediaciones las ciénagas y las aguas pantanosas han ido ganando terreno. Sus dos principales estructuras arquitectónicas, aún en pie son la Basílica, de estilo bizantino, de Santa María Asunta, fundada en 639, y la Iglesia de Santa Fosca, que data de los siglos XI y XII, rodeada por un pórtico en forma de cruz griega hermoso. Allí los turistas suelen sentarse en el llamado Trono de Atila, un asiento de piedras frente a dichos templos.



Pero el Lido, la extensa costa de dunas naturales y arena dorada, de 12 kilómetros, que llega hasta Chioggia, esa lengua de tierra firme formada por el detritus de los ríos y mares, suele quedar en la agenda turística siempre para el último día. Dicha isleta - una defensa importante para Venecia de la violencia del mar – es una playa de moda, uno de los principales destinos veraniegos de Italia, donde incluso se celebra, anualmente, el Festival de Cine de Venecia y la Bienal de Arquitectura. Allí sus chalets o cottages, de diversos estilos, con sus jardines, palmeras, canales y yates constituyen una verdadera fiesta visual para el turista.



Las elegantes playas del Adriático, sumergidas en un parque natural, muy cerca de Venecia, comenzaron a consagrarse como el lugar favorito para la jet set internacional y los amantes de la buena vida, renombradas junto a otros paraísos europeos similares, como Biarritz y Ostende. Allí la Playa Des Bains, frente al hotel del mismo nombre (hoy tristemente cerrado y tapiado); la Excelsior, cuyas casetas de tela blanca frente al mar constituyen un importante punto de encuentro de muchos actores famosos y su hotel de cinco estrellas, de estilo mudéjar tradicional, terminado en 1908 sigue siendo, para los que estiman las hotelería de alta gama, un sitio preferencial. Tampoco debemos olvidar el l'Albergo Quattro Fontane, con sus jardines floreados, donde la gente se sienta a conversar tranquilamente al amparo de las sombrillas amarillas y un buen café.



Sin dudas, Venecia y sus alrededores tienen sus atractivos y secretos. Sólo hay que buscarlos entre zaguanes, palacetes, canales y ángeles... y quizás entre canciones de gondoleros en barcazas, interpretando el clásico italiano: O Sole mio, cuya letra nos recuerda que siempre hay un sol más bello, el que está al frente nuestro.

1 comentario:

Conchy dijo...

Tanta riqueza de imágenes, en ese verbo lujoso y sereno que te caracteriza... bravo amigo!, es un verdadero placer leerte!!!
Conchy