miércoles, 23 de julio de 2008

Homenaje a Rafael Alcides y su "Agradecido como un perro".




Obra de Andy Wharhol.













Poema de amor por un joven distante


Autor: Rafael Alcides


Esta mañana de 1989 me he levantado con una esperanza remota,
me he afeitado, cuidadosamente me he afeitado, me he entalcado,
me he perfumado poniendo en ello lo mejor de mí mismo, he tomado
mi café a solas en la cocina y después me he vestido lento, solemne,
sin apuro, como corresponde a un caballero de cincuenta y seis años
que vivió una vez en un mundo de cenizas, que vivió en medio
de una gran tempestad, herido de desgracias y llevado por el viento
igual que una hoja, más oscuro que una sombra.
Húmedo de alma, pues, y aterrado he llegado la Terminal
de Ómnibus de La Habana, con un cielo muy azul y un olor a yerbabuena
que venía del mar o, tal vez, del fondo de algún recuerdo ya olvidado.
Y ahora ha pasado media hora, van a dar las nueve de mi sobresalto,
y yo en esta Terminal de mi posteridad esperando un ómnibus de humo,
un ómnibus que no acaba de llegar pero que ha de estar ahora mismo
entrando por la Virgen del Camino, bajo el estruendo del Himno Nacional,
digo, si los años, si la vida, si los sueños no han cambiado.
Misterioso, en ese ómnibus llegará el mejor de mis amigos.
Un amigo con el cual me siento en deuda. Amuleto en el bolsillo
y corazón más verde que la primavera, con esas dos armas terribles
y un bigote no muy definido aún viene el joven invasor
que se ha propuesto conquistar La Habana, rendirla a sus pies, a
hacerla llorar de amor.
Avanza, muchacho increíble. Metido en tu guayaberita
pálida por los años, avanza. Abrázame como un hijo
o como a un padre, quiéreme sin extrañarte ni preguntar.
Yo te protegeré, yo te fabricaré una camisa azul de estaño
y te alojaré en mi casa, yo te llevaré a pasear, te buscaré trabajo
(o te conseguiré una beca, si has venido a estudiar), te presentaré
muchachas —actrices famosas algunas de ellas—, inclusive
te daré mi cama y me iré con Regina a dormir en el sofá.
Mi sueldo, hasta el último centavo. Soy de ti, pobre ingenuo
que amo y compadezco, igual que tú eres mío sin poderlo evitar.
Y pide, pide por esa boca, joven remoto de niebla y humo.
No mires hacia atrás ni hacia los lados.
La Habana no es lo que supones. Toma la maleta con prisa
y acompáñame. Tápate los ojos, los oídos, no mires, no oigas.
No preguntes, no indagues. Escúchame.
Escúchame a mí que soy mayor que tú y que he vivido en esta ciudad
(y he muerto en esta ciudad) ya casi desde que nací. Ven,
por lo que más quieras. No te pierdas, por favor.
No te extravíes, no permitas que te confundan.
No me hagas cometer nuevos errores.
Comparte mi dicha, mi experiencia. Y mi rabia.
Así te hablaría yo en el pasado.
Hoy en cambio te digo: «Sosiégate, sosiégate,
no tiembles, muchacho remoto, ternura de mis ternuras.
Estás en La Habana. Por fin estás en La Habana, luego de tanto
soñarla. Pero ahora no tendrás que huirle. No tendrás que temerle.
Ni tendrás que evitar al policía ni disparar sobre el policía.
Ni volver a dormir en los parques nunca más.
Digo, si me escuchas, si me oyes y te cortas un pedazo de lengua
(o mejor te la cortas completa y te metes en el Partido),
muchachito mío que quisiera rescatar de aquella eternidad
donde apareces masticando vidrio, candela y vidrio eternamente.
Todo esto desearía yo decirle a mi joven y claro amigo
cuya piel brillaba como las piedras bajo el sol y era tan sencillo
y transparente como la corriente del río Buey, que pasaba entonces
por Barrancas y tan veloz como aquella propia corriente,
que sin cesar se aleja arrastrando sueños y horrores.
Más pasan las horas. Largas, infinitas
pasan las horas de este 22 de junio más largo que un siglo y ya
es mediodía y he vuelto a tomar café por cuarta vez y a comprar
cigarrillos, en tanto, como pedazos de planetas que cayeran
directos sobre el estómago, sobre el alma, sepultando el último resto de esperanza que aún quedaba, continúa
en el andén el tráfago de maletas, el ir y venir de los desconocidos eternos pasando por primera y última vez sin dejar huellas, marcas,
nada para recordarlos después,
continúa el ruido infinito, la precipitación, el pregón de los periódicos,
continúan los altoparlantes anunciando ómnibus que llegan o parten,
y todo, absolutamente todo transcurre en la Terminal
igual que aquel 22 de junio de 1952 cuando me vi de repente,
solitario y solo, el más solo de los hombres, desembarcando
en esta ciudad tan grande. Y acaba de llegar,
¡por lo que más quieras!, ómnibus que traes a mi muchachito de entonces.

(1989)

No hay comentarios: