jueves, 20 de septiembre de 2007

Histeria: Síndrome de máscara



Obra de la pintora surrealista española, Remedios Varó.


Considerada por los especialistas una perturbación disociativa, clasifica entre los trastornos de nivel neurótico más frecuentes de la contemporaneidad.

Por: Juan Carlos Rivera Quintana
Colaboración para la Revista Rumbos



Para la gran mayoría de los psicólogos y psiquiatras, todo el conjunto de la personalidad del histérico refleja la falsedad de una máscara, y su sistema organizativo se desarrolla construyendo un falso personaje que vive una falsa existencia. Ello explica que el deseo de gustar, de exhibirse, de seducir, de ofrecerse como un espectáculo guíe la conducta de los aquejados por esta sicopatología.
Según Sigmund Freud, fundador de la teoría psicoanalítica, todo en la conducta y actitud del histérico testifica el deseo de sustituir el principio de la realidad por el del placer y la fantasía. Los olvidos, los falsos recuerdos y los recuerdos “pantalla” constituyen una de las características de la insinceridad inconsciente de este enfermo neurótico.
Definida por la última edición del Diccionario de Lengua Española como “el estado patológico más frecuente en la mujer que en el hombre, provocado por sugestión y autosugestión, en el que la excitabilidad emocional y refleja es exagerada y caracterizada por convulsiones, parálisis, sofocaciones, trastornos visuales, etc.”, la histeria es, sin dudas, una de las entidades más controvertidas, estudiadas y conocidas desde la antigüedad.
Múltiples son los criterios que a su alrededor se debaten; valoraciones y tendencias que van desde poner en entredicho su existencia hasta afirmarla rotundamente. Lo cierto es que dicha enfermedad ha ocupado el tiempo y el análisis de las más destacadas figuras del pensamiento psiquiátrico desde Hipócrates, Pavlov, hasta Jean Martín Charcot y Pierre Janet.
Al abordar este tema, el psicoanalista, de Comodoro Rivadavia, en Chubut, José Luis Tuñón (tunon@sinectis.com.ar), expresa que la histeria “es un padecimiento y como tal ha sido, y lo es aún, definida como una enfermedad. Pero a diferencia de otros trastornos neuróticos, no encaja en las clasificaciones que intentan darle forma, definirla y trazarle un tratamiento. Especialmente cuando este se propone en términos médicos (patología natural, con causa definible, curso previsible, lesiones anatómicas, etc.), pero también cuando este esfuerzo es relevado por la Psicología. La histeria ha desbordado estas descripciones y no sería muy arriesgado decir que es debido a su trabajo que engordan las diferentes versiones del Manual Diagnóstico y Estadístico de los Trastornos Mentales (DSM). Su ‘naturaleza’ es justamente el rechazo de aquellos determinantes que, en la cultura, procuran ordenar a los individuos, determinar su identificación a patrones previsibles y gobernables. Especialmente cuando estos determinantes se dirigen a ordenar el cuerpo propio o el ajeno, las identificaciones sexuales, la maternidad, el amor, la familia. Es en esos asuntos donde la histeria hace sus síntomas, ya sea en su variante suficiente, donde encarna, literalmente, la falla de alguno de esos órdenes o en su variante militante, donde en su pasión por la verdad, denuncia las apariencias y los semblantes de la llamada realidad. En cualquier caso sostiene, a veces de un modo muy decidido, una posición de insatisfacción y queja. Freud supo escuchar esta queja y encontrarle un sentido; con ello pudo desentrañar los enigmas que sus pacientes ofrecían a la ciencia. Y no sólo de su tiempo, todavía hoy, cada tanto aparece algún trastorno nuevo que no es fácil reducir a la tecnología o al marketing médico psicológico”.
Cuando indagamos por el lugar que ocupa dentro de los trastornos neuróticos de la contemporaneidad, nuestro entrevistado opina que “si nos guiamos por la clasificación del DSM, esta afección sólo aparece como tal en los trastornos disociativos, las fugas, las amnesias. Pero desde la perspectiva tradicional se la puede encontrar repartida en muchos otras perturbaciones: en los accesos de angustia, en los síntomas corporales, hoy llamados trastornos de somatización o por dolor, en los de ánimo, donde suelen aparecer sosteniendo las categorías más difíciles de definir. Ya, incluso hay propuestas para volver a incorporar la llamada personalidad depresiva. Si estos enfermos no encuentran un orden donde su síntoma adquiera sentido, suelen peregrinar por los consultorios de los médicos clínicos, los cardiólogos y especialistas varios, a veces invirtiendo dinero y tiempo en consultas y estudios, que no llegan al verdadero origen del mal y donde la respuesta médica parece anticipadamente insuficiente”, apunta Tuñón.
Al hablar de las neurosis se alude a una categoría unitaria con diferentes manifestaciones. Dentro de ella existe el trastorno de histeria. Para analizar la neurosis debemos referirnos a una alteración esencialmente de la personalidad del individuo; entendiéndola como trastorno que toma toda su personalidad y que indudablemente está dado por el aprendizaje o el mal aprendizaje que altera la estructura de la personalidad en la medida que se constituye dicha alteración como sistema y pierde unidad el aspecto consciente con el no consciente.
Con esta premisa empiezan a predominar motivaciones y tendencias inconscientes en la persona que en muchos momentos “invade” su centro consciente sin que esta lo sepa; ahí se crean todos los síntomas y actitudes histéricas.

¿Herejía o brujería?
Si antiguamente los enfermos de este mal eran puestos bajo la tutela y cuidado de hechiceros y sacerdotes y ya en época de los griegos se consideraban como poseídos de los dioses y se les administraban pócimas de hierbas medicinales y baños, no es hasta los tiempos de Hipócrates y Platón que se empieza a dejar a un lado todo el mundo místico que siempre ha rodeado a la entidad para achacársela, con inocencia, a obstrucciones producidas por el útero.
En el siglo XVI las “cacerías” desatadas por la Inquisición llevaron a la hoguera y a la muerte en celdas húmedas y oscuras a muchos de estos enfermos que eran considerados por la Iglesia como brujas y endemoniados.
Ya en pleno siglo XVIII, en el Tratado de afecciones vaporosas de los dos sexos o enfermedades nerviosas, editado en 1782, un médico francés describe a un histérico como “sombra del hombre y de entre los vivos borrados. Tonto por naturaleza y sabio por debilidad. Enfermo, sano, fastidioso y fastidiado”.
En la actualidad, después de la introducción del concepto de neurosis por el médico y químico escocés, William Cullen, en 1776, la mayoría de los especialistas insisten en no separar las concepciones sobre la histeria de las neurosis.

Histrionismo a ultranza
La adolescencia es un período que se aproxima a la histeria y que puede precipitarla. “Las identificaciones vacilan, – afirma Tuñón - hay que resolver temas importantes como la relación con el otro sexo, el crecimiento corporal, etc. Es posible que alguien enfrente estas tareas tratando de evitar las consecuencias que se imponen y para ello se mantenga aferrada a sus dificultades aparentando una solvencia que no tiene, demandante y quejosa, sin revelarse a sí misma ni a los demás lo que quisiera hacer”.
Varios textos especializados, advierten que la personalidad histérica, mejor definida en la mujer que en el hombre, se reconoce por rasgos de vanidad, una conducta cuyo propósito cardinal es satisfacerse a sí mismo, actitudes egocéntricas asociadas a comportamientos histriónicos, mitomanía, exageración o despliegues de actuación teatral.
Al indagar por si somos los argentinos más o menos histéricos muchos psicoanalistas dan una respuesta afirmativa y otros no están tan seguros.
“Como en la Argentina no hay cifras de casi nada, es probable que pudiera encontrarse su huella si se revisan los libros de guardia de los hospitales o las cifras de consultas repetidas en las Obras Sociales, pero también los consultorios de los nutricionistas, los suplementos de salud en la televisión o la radio que ofrecen consultas al aire”, plantea Tuñón.
El Dr. Hugo Marietán (hugo@marietan.com.ar), docente de Psiquiatría en la UBA y médico psiquiatra en el Hospital Borda, acota que “el ser humano debe enfrentar el hecho de vivir, de estar en el mundo. Es por naturaleza gregario, es decir, necesita de los otros. En consecuencia las estrategias de ser aceptado por el grupo son importantes y cada tipo de personalidad adopta la que, por un lado, es más afín a su constitución y por el otro, la que mejor resultado social le da a lo largo de su desarrollo como individuo. Dentro de estos matices de seducción, el intentar agradar al otro, es ejercido con variado éxito por los distintos individuos. Llamar la atención, ser considerado por los otros, es un mecanismo normal de relación, en su justa medida, cuando es un medio y no un fin. En el caso de un desequilibrio, cuando ser foco de la atención es el objetivo, cuando se vive pendiente de la mirada del otro, a tal punto de descuidar la mirada sobre sí mismo, entramos en un estado anormal que, por consenso denominamos histeria. La histeria es ser par la mirada del otro, agradar para ser mirado, vestirse para ser mirado, actuar para ser mirado, gritar para ser mirado, silenciarse para ser mirado, agredir para ser mirado. Aparentar ser otro para el otro. No importa el sacrificio si el premio es la mirada. El histérico limita sus grados de libertad, en función de sus síntomas. No es libre, depende de su condición con el otro; gira en relación al otro. A este autolimitarse la propia libertad con los síntomas se le llama neurosis. Por definición, adoptada por la escuela psicoanalítica y aún no cuestionada, las neurosis se adquieren en algún período de la evolución humana, por lo general en las primeras etapas de la infancia, y se prolongan en el tiempo. En ese sentido es crónica”, apunta el especialista, que ha disertado sobre el tema en congresos argentinos y foros en el exterior.
Para muchos psicólogos y psiquiatras consultados en la Argentina, el principal interés de un enfermo con este mal es volverse el centro de la atención. Desde el punto de vista afectivo, el histérico es frágil, caprichoso y con tendencias a las explosiones emocionales. La conducta sexual de las mujeres incluye provocaciones y coquetería con cierta erotización de las relaciones no sexuales. En los hombres, el conocido Don Juan dispuesto siempre a las conquistas y al exhibicionismo con frecuencia tiene como base un sentimiento escondido de incompetencia masculina, asociado a la necesidad de engañar; en cada conquista corrobora su falta de satisfacción.
Esta afección crónica, permanece más tiempo latente que manifiesta en el curso de la vida. Son más frecuentes en las situaciones límites y pueden producirse ante ciertas situaciones patógenas (léase emociones, exaltaciones colectivas, matrimonios, maternidad, accidentes, etc.).
Muchos especialistas en lugar de hablar de histeria optan por denominarle trastornos disociativos que involucran, también a la ansiedad. Al indagar en las causas del porqué se le denomina la gran simuladora, se conoce que puede simular cualquier tipo de enfermedad orgánica. El histérico realmente se siente enfermo y sufre todo eso, pues su intención es inconsciente. Estos enfermos suelen tener personalidades muy sugestionables. Ellas pueden ir desde tics, temblores, sonambulismo, dolores, doble personalidad, parálisis, fobias, amnesias, fiebres y hasta un infarto. El histérico tiene muy desarrollada la imaginación (pseudología fantástica), lo que contribuye a que se crea sus dolencias. El no intenta engañar a nadie, el principal engañado es él.
Para el Dr. Marietán, el histérico es un actor: “Los hay buenos, regulares y malos, pero siempre traducen algo de artificialidad en su conducta. Lo de él es mostrarse, provocar el deseo, dejarlo en suspenso. Saborear ser deseado, disfrutar la frustración del otro. Y volver a seducir. Como un actor que ‘hace de’ pero que no baja del escenario para ‘ser el que…’ Y muchas veces, cuando lo hace su desempeño concreto suele estar muy por debajo de la expectación que creó su encantamiento. Tal vez porque sospecha que se queda en la primera etapa: la del ilusionista. ‘Mirame y no me toques’, es su bandera. ‘Y si me tocas, no me pidas compromisos’, es la más actual. La esencia es la misma: ¡deséame!”
Aunque algunos especialistas afirman que la histeria ha dejado de existir, otros advierten que está más desorientada porque no hay un orden prevalente, en cuyo seno pueda alojarse insatisfecha y demandante. “Hoy hay muchos órdenes posibles, cada uno con su regla que regula qué es lo normal y lo que no. Pero podríamos decir que hay que confiar en el ingenio y la creatividad de la histeria”, apunta, con humor, el psicoanalista chubutense, José Luis Tuñón.
Nada, que al parecer dicha patología es parte de la condición humana; puede cambiar de nombre, pero siempre estará y se las arreglará con sus artilugios infinitos para que la miremos y hablemos de ella.

Recuadro No. 1

Historia e histerias
Las crisis histéricas colectivas han llamado mucho la atención a lo largo de la historia. Entra las más famosas se encuentran el famoso Baile de San Vito, ocurrido en 1374, en pleno Medioevo. Cuentan que un grupo de sicilianos, durante una celebración, comenzaron a danzar, a contorsionar sus cuerpos y cabezas hasta caer exhaustos y sin conocimiento al suelo: se habló, entonces, del efecto contagio. A partir de ese momento comenzó a llamársele “Mal de San Vito” cuando alguien camina haciendo zig zag o está medio pasado de copas y pierde la noción de realidad.
En 1980, entre los indios miskitos de la Costa Atlántica nicaragüense, en las riberas de los Ríos San Juan y Cocos, donde se originaron tensiones entre los poderes públicos y la población autóctona, se desató una enfermedad imaginaria, denominada grisi siknis, en lengua miskita, que fue llamada una lucha entre espíritus buenos y malos. El poseído terminaba en un estado catatónico o de coma, y hasta algunos murieron. Muchos expertos sanitarios hablaron, entonces de histeria colectiva y de bulimia y anorexia nerviosa, síndromes asociados a las creencias y modelos establecidos por integrantes de esta cultura centroamericana.
Más recientemente, en El Cairo, Egipto, una extraña oleada de síncopes entre adolescentes, de entre 13 y 17 años, de escuelas secundarias, llamaron la atención de la comunidad científica internacional. Más de mil chicos/as perdieron el conocimiento y cayeron exánimes. Los casos se registraron también en ocho provincias de la capital Egipcia y llegaron al Alto Egipto. Los psicólogos diagnosticaron "desfallecimientos de origen psicológico", atribuibles a fenómenos de histeria colectiva.


Recuadro No. 2

Histeria y máscaras en la cultura
La histeria se conoce desde la antigüedad por la aparición de síntomas objetivos importantes sin lesión que los justifique. En estos casos la aparente enfermedad orgánica se supone causada por un conflicto psicológico que se convierte en un síntoma orgánico que lo simboliza.
El ataque histérico ha estado siempre asociado a la tempestad de movimientos, a la teatralidad suprema y quizás debido a esto es que se le asocia con las máscaras, que son el símbolo de la otra cara, de la otra identidad o de la representación, del disfraz.
Las máscaras han sido usadas desde el Paleolítico hasta la contemporaneidad por la mayoría de los grupos humanos. Ella disfraza, oculta, revela otra identidad. A lo largo de la cultura se han realizado en maderas, piedras, fibras naturales, huesos, metales, piedras preciosas (oro, plata), pieles, plumas y hasta conchas marinas. El tratamiento de la pieza y su acabado denuncia la época, las costumbres, los usos y ritualidades y hasta la procedencia social de quien la porta o la conserva.
Las máscaras van acompañadas, generalmente, de un atuendo que cubre el cuerpo, de un traje. Hay máscaras funerarias para cubrir el rostro de los difuntos (la teotihuacana), como en la cultura mexica; las hay chamánicas, como las usadas en las ritualidades indígenas peruanas; las hay procedentes de África, realizadas en madera, cuentas, piedras y decoradas con tintes naturales de hierbas, utilizadas para plegarias de bonanza, peticiones, pesca y caza, ritos de iniciación y contactos con fuerzas desconocidas del universo y el triunfo de la vida. También se conocen sectas que las utilizan para exorcizar espíritus malignos y grupos humanos que las usan en ritos de fertilidad, de buena cosecha, de lluvia, para evitar el contagio de enfermedades epidémicas y en sacrificios en los rituales de muerte.

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